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Ariana Harwicz, las cosas que no se nombran
En Matate, amor, la autora argentina explora la maternidad desde un lugar poco frecuentado. Reseña.
Con esta novela, Harwicz estuvo en la lista larga al Premio Booker Internacional. Foto: Bénédicte Roscot
¿Cómo se narra un delirio? Rápido. Una mujer salvaje, primitiva, tiene la sensación de ser prisionera de su casa en el bosque, de su marido indiferente, de su bebé. Cree, en medio de su pensamiento veloz e incesante, que está rodeada únicamente por amenazas y fantasea con eliminarlas todas. Piensa en la muerte, en la huida, en el asesinato, en la vergüenza, en lo pavoroso. Piensa muy rápido. Y así escribe Ariana Harwicz en 'Matate, amor': con un afán trascendental.
Todo en esta novela es agreste. La protagonista comienza un hilo de pensamiento que no interrumpe en ningún momento; tanto así que es difícil diferenciar qué está realmente sucediendo ante sus ojos y qué está fabricando en medio de su enajenación. Sin embargo, tanto el entorno como sus ideas son azarosas. No hay luz, y el único destello se cree que vendrá en forma de ciervo, pero no funciona, nada funciona. En 'Matate, amor'no hay alivio sino ansia. La única historia aquí es la de la mente que delira.
Publicada por primera vez hace diez años en Argentina y este año en Colombia por Laguna, Matate, amor es la primera novela de Ariana Harwicz, una escritora argentina que se fue a vivir al campo francés y que hasta entonces había publicado relatos. Estos cuentos han aparecido en publicaciones como 'Granta', 'The Paris Review', 'The New Yorker', 'Quimera' y 'The Guardian'. Pero sin duda son sus novelas las que han causado conmoción. 'Matate, amor' le sirvió de impulso para otras. En 2014 publicó 'La débil mental' y un año después, 'Precoz', ambas sobre relaciones entre madres e hijos. Las tres fueron publicadas este año por Anagrama bajo el nombre de 'Trilogía de la pasión'.
En esta primera novela, que en su traducción al inglés hizo parte de la lista larga al Premio Booker Internacional, la maternidad aparece como un estado que nació para la protagonista reventado e irreparable. Más que sentirse dichosa por ese anclaje a otro cuerpo vivo, siente la incomodidad de una condena. La familia, en este relato, se aleja de ser ese espacio de conexión y eventual dicha. En cambio aparecen algunas preguntas: ¿es ese pretender en lo que consiste la vida?, ¿hay que habitar la misma casa contra la propia voluntad?, ¿hay que cubrirse el descontento con tantas capas que al final ya no es posible ver con claridad y queda tan solo el desvarío? La protagonista de la novela de Harwicz las enuncia, pero tarde. Se demora y no se salva.
La novela Matate, amor es publicada en Colombia
por la editorial Laguna. Foto:Archivo particular
Estas historias de maternidades imperfectas están llenando las librerías y sobresale el relato de las mujeres latinoamericanas que se preguntan por su deseo de ser madres, rememoran a sus madres o a sus hijas, se cuestionan los vínculos. A esta pregunta de Harwicz por ser madre en 'Matate, amor' se le unen libros como 'Distancia de rescate' (2014) de Samanta Schweblin; 'Casas vacías' (2019) de Brenda Navarro, o 'Nueve lunas' (2009) de Gabriela Wiener. En estos libros la pregunta es por el lenguaje. Llamamos madre a algo etéreo y demandante que parece tener inicio en el momento de parir y luego solo es aceptable la certeza de estar habitando un estado de plenitud donde no hay más preguntas. Pero ¿qué encierra una palabra como madre?, ¿hasta dónde puede doblarse esta palabra?, ¿qué nombramos cuando decimos familia?, ¿todas estas palabras deberían estar mediadas por el deseo? En Matate, amor no hay dicha ni deseo. Está el cuestionamiento: ¿igual es una madre si esconde en su pecho el anhelo asesino y huidizo?
En una entrevista con 24, Harwicz dice que “la escritura es ir hacia zonas oscuras, hacia el contradecorado, lo que no se ve, lo que no se dice. Escribir es eso, ir a buscar bajo tierra, en el subsuelo, ir a bucear ahí”. Ella decide mirar detrás de la familia y de la maternidad y escarbar en las cosas que no se nombran pero que están ahí, muchas veces a simple vista y a gritos: la desesperación, el deseo ausente. Harwicz tiene estudios en dramaturgia y guion cinematográfico, y se nota. Las imágenes, aunque delirantes, son vívidas y se suceden entre sí con vértigo y sin perderse. La autora sabe cómo concatenar, qué palabras usar antes de un impacto para que sorprenda, qué poner para aligerar el camino. Sabe de sonidos, de colores, de cómo usar el viento.
'Matate, amor' no deja de arrojar imágenes mientras se lee. Tal vez por eso fue tan fácil para la actriz Érica Rivas presentarse en el Teatro Santos 4040 en Argentina y hacer un monólogo con un guion basado en esta novela y propuesto por Harwicz y por la creadora francoargentina Marilú Marini. 'Página 12' escribió sobre esta interpretación algo que podría también escribirse sobre la protagonista del relato inicial: “Es intensa, pasa de la ferocidad a la ironía con fluidez, sosteniendo un monólogo que pulveriza las ideas de familia y maternidad cercanas a la felicidad y la entrega”.
En el libro no hay muchos elementos, apenas esa mente compleja, la casa en el campo, dos seres que se sienten ajenos y, al parecer, un ciervo. No es una novela que despliegue espacios elaborados o un listado de personajes donde cada uno tiene una labor, ni muchos datos del pasado de los protagonistas que están ahí para darle indicios al lector. Es un libro simple. Pareciera intencional, pareciera que lo que Harwicz quiere decir con la simpleza es que para el delirio hace falta muy poco.
Harwicz escribió este libro oyendo sonatas afanosas. Por eso para leerlo es mejor sacar el tiempo y recorrerlo de un tirón. Debería leerse como apretando, sin soltar; con la tensión que crece mientras se avanza. Las pausas en la lectura las dan los cortes de los capítulos –que son cortos–, pero parecen estar solo para enunciar que el tiempo, aún en el delirio, sigue pasando.