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El día que vi por primera vez a Xi Jinping, el hombre más poderoso de China
Un periodista colombiano estuvo en la apertura del XX Congreso del Partido Comunista.
Su voz se escuchó en el Gran Palacio del Pueblo a las 10 horas con 7 minutos del domingo 16 de octubre. El presidente Xi Jinping comenzó con un fuerte “¡camaradas!”, una palabra que repitió cinco veces más durante todo su discurso. Estaba ubicado en un atril que estaba rodeado por otro más grande de color café, diagonal a la mesa central sobre el escenario, levemente girado hacia la izquierda y con cinco micrófonos medianos al frente suyo. “Ahora entregaré un informe al XX Congreso Nacional”, continuó.
Minutos antes, los aplausos pausados —que estaban divididos por un silencio de menos de un segundo entre cada palmada— marcaron el ritmo para su entrada al recinto. Clap, clap, clap, retumbaba en el lugar. En el preciso momento en que se escuchó su primer paso sobre la tarima, justo después de un timbre que sonó a las 9:58 de la mañana, todos se pusieron de pie. El ambiente cambió. Era como si cada persona hubiera emanado la adrenalina que recorría por sus cuerpos y sus latidos del corazón se estuvieran escuchando. No había ninguna persona que no quisiera ver ese momento: la aparición del corazón del dragón rojo.
La noche anterior habíamos comentado con otros colegas sobre el día cero del cubrimiento. No podíamos dormir tarde porque debíamos levantarnos temprano para la salida. Sentía algo de ansiedad. Debíamos estar antes de las 7:20 de la mañana en el lobby del hotel Nikko New Century de Pekín, donde nos estamos hospedando durante diez días y donde funciona el centro internacional de prensa del congreso.
Habíamos llegado dos días antes, el viernes anterior a esta ‘burbuja sanitaria’ —como lo han catalogado—, un lugar del que no podemos salir por medidas de bioseguridad por la pandemia del covid. Es una especie de cuarentena grupal, diferente a la que tuve que hacer cuando pisé por primera vez China y en la que no podía ni siquiera salir de mi habitación de hotel y la comida me la dejaban en la puerta. Este momento es diferente. A diario hay que hacerse prueba PCR y hay dos restaurantes tipo buffet para comer. Al hotel se ingresa con los ojos. Es decir, a través de un registro biométrico. Una cámara detecta de forma automática los ojos, así se tenga gafas y tapabocas, y los compara con la foto que nos solicitaron previamente para la acreditación de prensa.}
Soy uno de los pocos periodistas extranjeros autorizados. Según el gobierno, al menos 750 colegas del mundo y otros 1.750 de China se registraron, pero solo algunos pudimos acceder a las salas de prensa y a la apertura, y es muy probable que podamos ir a la clausura del congreso. Tres pisos del hotel están destinados para periodistas. En el primero hay una muestra interactiva con medios oficialistas para conocer la apuesta multimedia; en el segundo está una oficina de prensa con 200 ‘cubículos’ transparentes y con mesas blancas para trabajar, y en el tercero, un salón grande con dos pantallas y un centenar de sillas para las conferencias de prensa.
Analistas advierte que no es un disparate pensar en la posibilidad de una presidencia indefinida de Xi Jinping. Foto:Wu Hao. EFE
Con el tiempo, he aprendido y me he dado cuenta que en temas políticos no hay nada que esté dispuesto al azar y que todo tiene un significado particular. La mañana de ese domingo fue fresca en Pekín. El invierno se siente con fuerza por estos días: con mucho viento, bajas temperaturas a primeras horas y fuertes vientos. Teníamos que tomar el bus número 13. Había por lo menos cinco buses más esperando a grupos. Las calles estaban cerradas y las autoridades dispusieron de un corredor especial para entrar al llamado primer anillo, donde está la plaza de Tiananmén.
En algunos puentes peatonales se veían carteles rojos con caracteres amarillos citando frases del presidente Xi Jinping y hablando de los logros del PCCh. No eran largos, sino muy concretos. Unas cuatro cuadras antes de llegar, sobre la calle de Qianmen, había una especie de jardínes dispuestos con flores rosadas, verdes y rojas en los andenes. Cuatro floreros por cada grupo (dos grandes, dos pequeños). Entramos por la imponente puerta de Zhengyang. El camino lo reconocía porque unas semanas antes habíamos pasado por ese lugar en bicicleta con unos amigos, una actividad que hicimos casi a diario en verano. Zhengyangmen también está a unos 250 metros de la puerta de Qianmen, otro lugar que he visitado unas cinco veces desde que llegué a Pekín.
El color rojo era predominante. A cada lado de la puerta de Zhengyang, en la parte externa, había 15 astas con una estrella en la punta que sostenían 15 banderas de China. En la parte interna, había cinco astas con banderas más grandes. A las 8:13 de la mañana, bajamos de los buses y caminamos hacia la plaza de Tiananmén, aquella que solo había conocido a través de fotos e historias. Es imponente. Es una explanada con un obelisco de casi 40 metros en la mitad —el Monumento a los Héroes del Pueblo—. Al norte, al fondo, se veía la puerta de Tiananmén, con el retrato grande del líder revolucionario y fundador de la República Popular de China, Mao Zedong. Sobre la plaza estaba el florero gigante que se puso para el Día Nacional.
Plaza de Tiananmén, en China. Foto:David López, EL TIEMPO.
Al occidente estaba el Gran Palacio del Pueblo —o Salón del Pueblo, como también se conoce—, con banderas de China en su techo: tenía las de siempre más otras adicionales. En el cielo aún se veía la luna y contrastaba con el cielo despejado. Ingresamos a las 9 de la mañana. El control de seguridad a la entrada exigía la presentación del carné de prensa y pasar por detector de metales. Nos habían dicho que solo podíamos llevar un celular, una libreta y el pasaporte, y solo podíamos usar tapabocas blancos o azules claros. Un día antes, en la primera rueda de prensa, me pidieron cambiarme el tapabocas negro que había usado por uno azul.
El ingreso al lugar donde también se toman decisiones legislativas se me hizo extraño que no fuera como me había pasado antes con otros eventos, donde tuve que pasar por varios anillos de seguridad y presentar varias veces mis documentos. Quizás era porque estaba en aquella ‘burbuja sanitaria’ o porque por los registros biométricos me habían identificado a través de las cámaras de seguridad.
El interior del Salón no es pomposo, como se podría suponer. El piso está cubierto por una alfombra y contrario a lo que se pudiera pensar, no se ve ninguna foto de algún político o exlíder dentro del recinto. Había un lugar para guardar abrigos y unas cortinas de terciopelo rojo dividían la entrada al primer piso del auditorio principal. A nosotros nos ubicaron en el segundo piso en una zona de prensa. El sonido de una banda militar daba la bienvenida con la interpretación del himno nacional a las 9:06 a. m. Había periodistas de todo el mundo: desde Corea del Norte, hasta Líbano, Egipto, España y Argentina. No había una organización específica por medios de comunicación, sino por el orden de llegada. El lío entonces era encontrar el mejor lugar posible.
Nos ubicamos al frente del segundo bloque de periodistas, diagonal a la banda militar. Las sillas eran cafés y el piso, de madera. El número cinco, que había aparecido antes en la organización de otros objetos, era más notorio en este lugar. Las lámparas del techo eran circulares y estaban agrupadas de a cinco: una grande en el centro y otras cuatro la rodeaban. También sucedió con las cinco cortinas a la derecha y cinco a la izquierda del logo del PCCh que estaba ubicado en el centro de la pared del escenario principal y se veía de mayor tamaño que las fotos que había revisado con anterioridad sobre los congresos pasados. Las cortinas estaban sostenidas por pliegues y todas estaban orientadas hacia el centro. El número cinco también está en la bandera de China: una estrella amarilla grande rodeada por otras cuatro en la parte superior izquierda. Para varios analistas, la de mayor tamaño hace referencia al PCCh, mientras que las otras representarían el pueblo.
El discurso
A las 9:36 de la mañana me llamó la atención un detalle que ocurría sobre el escenario principal, que tenía una mesa larga al frente para el Buró Político y algunos exlíderes, y atrás, tres bloques de mesas largas para los del Comité Central. Se trataba del protocolo para servir el té algo coordinado de forma previa y con una precisión impresionante. Parecía un reloj de pulso y con una armonía que denota una preparación previa rigurosa. La bebida de ese día había sido preparada de forma exclusiva para ese día. Era una mezcla entre té de jazmín y té negro.
Dos hombres de traje negro y camisa blanca lideraron el momento. Ellos marcaban el ritmo y se encargaban de servir la bebida en tazas blancas de la mesa larga central. Para las mesas de atrás, se encargaron siete mujeres vestidas de rojo —una por cada fila—. Cuando los hombres comenzaban a servir, ellas servían. Con los dedos meñique y anular de la mano derecha, apartaban la tapa; con los otros dedos, sostenían la taza, y con la otra mano servían el té. Parecía un reloj de precisión.
Eso marcó la cuenta regresiva. Justo después, a las 9:40 a. m. sonó un timbre que nos puso alerta a todos. En una pantalla azul, a la derecha del escenario apareció un número: 2.379, que hacía referencia al número de delegados e invitados en el lugar. El timbre duró al menos un minuto. En broma pensamos con unos colegas que parecía como los timbres que anticipan el comienzo de una obra teatral. Y no estábamos equivocados. Diez minutos después, sonó el segundo timbre. En ese momento entraron los del Comité Central y se ubicaron en sus puestos. Cinco minutos después, el último. Dos minutos después, comenzó el aplauso pausado del auditorio.
En medio de la conferencia de prensa de aceptación del cargo por tercer vez. Foto:David López, Enviado Especial a Beijing
En ese instante, el presidente Xi Jinping, quien también es presidente de la Comisión Militar Central, ingresó. Vestía traje azul oscuro, camisa blanca y corbata roja. Caminó hasta sentarse en la silla central de la mesa larga del frente. Su asiento era el más grande y estaba más separado que el resto. A su derecha estaba Li Keqiang, el premier actual —o máximo dirigente del Consejo de Estado de China— y quien se encargó de dar la introducción. También estaban el expremier chino Wen Jiabao, con 80 años; el expresidente Hu Jintao, con 79 años, y el ex consejero de Estado y exmiembro del Comité Permanente del Buró Político del PCCh, Song Ping, con 105 años. Causó sorpresa para varios periodistas la ausencia del expresidente Jiang Zemin, quien hace cinco años estuvo presente y usó una lupa para leer el discurso del presidente.
A las 10:02 de la mañana comenzaron los actos protocolarios. Se entonó el himno nacional, interpretado por la Banda Militar del Ejército Popular de Liberación. Después, guardaron un minuto de silencio —que pareció extenderse un poco más— por Mao Zedong, y el exlíder supremo, ex Secretario General del PCCh y uno de los grandes reformistas, Deng Xiaoping. Todos inclinaron la cabeza hacia abajo. Después, Xi Jinping se acercó al atril, mientras los delegados e invitados lo aplaudieron.
Su discurso duró una hora y 44 minutos, menos que el del anterior congreso en 2017, cuando habló durante tres horas y media. Sus brazos y manos siempre estuvieron firmes sobre el atril. Levantaba la cabeza por ocasiones porque sabía que tenía una cámara al frente. No había traducción simultánea, como en la primera rueda de prensa. No entendíamos nada de lo que hablaban, pero tuve un golpe de suerte: mi celular era de los pocos que seguía conectado a internet —por estos días, según cuentan las personas, es usual que la señal sea intermitente, por el llamado firewall, o cortafuegos—. Entonces, logré ingresar por WeChat al programa oficial del XX Congreso y seguir el minuto a minuto del discurso. La aplicación permite la traducción simultánea.
Llegada del presidente chino al Congreso del Partido Comunista. Foto:AFP
En el lugar en el que estábamos, se escuchaban murmullos. Un hombre chino se durmió y otro parecía estar enfermo porque tosió durante todo el discurso. A las 10:24 a. m., el líder chino Xi Jinping carraspeó por tercera vez. Algo que me llamó la atención fue el sonido de las hojas cuando todos los delegados y del Comité Central pasaban de página mientras seguían palabra a palabra el informe que estaba presentando el mandatario. Era un sonido leve, como cuando el de un aguacero con viento.
A las 10:43 a. m., Xi Jinping tomó un sorbo de agua o té. Cuatro minutos después, a las 10:47 a. m., les sirvieron té a los del Comité Central y Buró Político, que estaban detrás de él. Los de la mesa larga, la principal, estaban sin tapabocas. En cambio, los de atrás y los delegados que estaban en el primer piso, sí tenían.
La mayor ovación que se escuchó fue cuando el presidente Xi se refirió a la “reunificación pacífica de Taiwán” —como han catalogado la situación desde el PCCh—. Pero también, cuando dijo que con la “dinámica de covid cero” se puso “la vida de las personas por encima de muchas otras cosas”. Su voz podría describirse como solemne, aunque aumentaba el tono en ciertos fragmentos, como cuando dijo que “el mundo se encuentra de nuevo en una encrucijada histórica” y hacía referencia a la “hegemonía, autoritarismo y matoneo” en varios actos internacionales.
El mandatario repitió al menos 91 veces la palabra ‘seguridad’, muy por encima de ‘economía’, una de las que más pronunció hace cinco años. La palabra ‘covid’ solo la dijo en tres ocasiones y ‘desarrollo’ la mencionó 183 veces. Destacó los tres grandes momentos de la última década durante su mandato: el centenario del Partido Comunista de China que se celebró el año pasado; la instauración del socialismo con características chinas de la nueva era —el nombre que se le dio a su pensamiento y que podría ser elevado al mismo nivel del de Mao Zedong con posibles reformas a la constitución—, y lograr que la sociedad sea “modestamente acomodada” y se haya erradicado la pobreza extrema en el país. También habló de Taiwán, Hong Kong, Macao, haciendo énfasis en los “logros de la política de ‘un país, dos sistemas”; la lucha anticorrupción, descrita como una de sus más grandes banderas en la última década; las claves ideológicas del partido basadas en el socialismo con características chinas de la nueva era —como se ha catalogado su pensamiento— y los objetivos trazados para que China sea una “Estado socialista moderno” en 2035.
El Gran Palacio del Pueblo, también conocido como Gran Salón del Pueblo. Foto:David López, EL TIEMPO.
A las 11:51 de la mañana, terminó su discurso. Las miles de personas en el lugar lo volvieron a aplaudir hasta que se sentó en su silla en la mesa central. Li Keqiang tomó la palabra y dijo que se daba por iniciado el nuevo congreso comunista. Al instante, la banda militar volvió a interpretar el himno nacional y la sesión terminó.
Al finalizar, nos pidieron salir de forma rápida. A las afueras, los cientos de periodistas se amontonaron intentando obtener la transcripción del informe que dijo Xi Jinping en varios idiomas. Había una versión extensa y otra más resumida. También estaban dando té, uno que había sido preparado de forma exclusiva para ese día. Los periodistas locales aprovecharon la situación para entrevistar a sus colegas extranjeros —es noticia la llegada de periodistas internacionales tras tres años de pandemia—.
Mucho movimiento y despliegue de seguridad en la zona. Al salir, la Policía nos guió hasta los buses que estaban al lado de Zhengyangmen, donde habíamos llegado. Pudimos tomar algunas fotos de la plaza de Tiananmén, pero los tiempos estaban medidos. Me subí al número 13 y nos devolvimos a la ‘burbuja sanitaria’. El vehículo tuvo que pasar al frente del Gran Palacio del Pueblo para regresar. Entonces, mientras avanzaba a menos de 30 kilómetros por hora, una imagen terminó enmarcada a través de una de sus ventanas: las banderas rojas ondeando sobre las astas doradas con estrellas sobre el techo del lugar que durante la semana se destinó para deliberar sobre el futuro del Partido Comunista, la columna vertebral de China.