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Putin perdió su apuesta y puede perder aún más de lo que imagina
No solo no logró borrar a Ucrania del mapa de naciones soberanas sino que fortaleció a la Otán.
A un año del inicio del violento asalto de Rusia a Ucrania hay algo claro: el plan del presidente ruso Vladimir Putin de llevar a cabo una ‘operación militar especial’ rápida —una guerra relámpago— fracasó. Esto, gracias a la inquebrantable resistencia ucraniana, la manera en que Occidente se unió para brindarle apoyo en su defensa y la propia incompetencia rusa.
La idea de una victoria militar rápida para imponer un cambio de régimen en Kiev se fue degradando hasta convertirse en una guerra de posiciones. Nadie sabe hoy con certeza cuándo terminará la guerra ni como sucederá. Lo más probable es que continúe por un tiempo y cause muchas más víctimas. Sin embargo, es difícil imaginar un escenario en el que Rusia logre su meta principal: eliminar a Ucrania como un estado soberano e independiente.
Mientras la Otán y sus estados continúen apoyando a Ucrania militar y económicamente, y mientras los ucranianos mantengan su determinación, Rusia no logrará su objetivo de guerra. Moscú se ha dado cuenta de ello y por eso ahora los líderes militares rusos apuestan por una estrategia de largo plazo de desmoralización y agotamiento, intensificando sus ataques sobre la infraestructura ucraniana y movilizando a cientos de miles de conscriptos.
Pero esto implica un acto de destrucción doble. La estrategia de dominio cuantitativo exige que los líderes rusos desestimen las vidas de sus propios soldados (y ni hablar de las de los civiles ucranianos). Con cada día que pasa se torna más evidente la criminalidad de la maliciosa guerra rusa. Cuando termine el combate, gran parte de Europa oriental estará devastada y presa de un odio profundo y pertinaz. Al final se acallarán los cañones, pero no habrá paz. Ucrania tendrá que hacer todo lo que esté a su alcance para rechazar otro ataque y Europa Occidental continuará rearmándose a escala masiva, probablemente durante varias décadas.
Como Ucrania constituirá una especie de cordón de seguridad entre Rusia y el resto de Europa, habrá bríos para que se una tanto a la Otán como a la Unión Europea en un plazo relativamente breve. Además, los propios intereses geopolíticos y de seguridad de la UE habrán cambiado y transformado a la institución en ese proceso. La perspectiva de la inclusión de Ucrania necesariamente desplazará los intereses de Europa hacia el este.
Con su guerra ilegal, Putin quería mantener a raya a la Otán, pero logró exactamente lo opuesto. Finlandia y Suecia se unirán a la alianza, y el continente europeo en su totalidad se alineará detrás de su escudo. La UE y la Otán desarrollarán una relación de trabajo mucho más estrecha que le dará un peso geopolítico extremadamente mayor a la región transatlántica.
Será una transformación necesaria en un mundo cada vez más marcado por la profunda desconfianza entre estados y por la creciente brecha entre los regímenes autoritarios y los sistemas democráticos, más abiertos. Esas dinámicas se aplican, antes que nada, a las relaciones económicas. Al brindar a Occidente un motivo para restringir el capital, la tecnología, y los bienes y servicios, Putin perjudicó en gran medida a sus amigos chinos.
La invasión rusa a Ucrania cumple un año. Foto:AFP
A medida que la atención europea se centre en garantizar su propia seguridad frente a Rusia, y en reconstruir a Ucrania y prepararla para su integración a la UE, una pregunta candente ocupará un lugar preponderante. ¿Qué ocurrirá con la propia Rusia?
Quedó en claro que la visión de Putin de una Gran Rusia, poderosa a escala mundial, es una quimera. La guerra y las sanciones de Occidente están golpeando duramente a la economía rusa... y cuanto más se prolongue la lucha, mayores serán los costos. Y Rusia descuidó durante mucho tiempo su diversificación y modernización económica, lo que implica que el ingreso y las condiciones de vida caerán bruscamente en ese país. Alentada no solo por la guerra sino también por la crisis climática, Europa llevará adelante rápidamente la transición para abandonar los combustibles fósiles y Rusia habrá perdido su mercado exportador tradicional en forma permanente.
Ante la escasez de alternativas, ¿se podrá incluso mantener unido al país? Si sus líderes se aferran a la ilusión de revivir la tradición imperial zarista, se arriesgan a sumergirlo en una profunda crisis intelectual. Sin una modernización política y económica integral, Rusia avanzará tambaleante —con su enorme arsenal nuclear— hacia un futuro incierto.
Para Europa Occidental, ignorar los desafíos que tendrá al este no será una opción, lo que allí ocurra afectará directamente a todos los habitantes del continente. Tampoco podemos hacernos ilusiones soñadoras sobre el progreso mundial y nuestro propio lugar en el mundo; un agujero negro geopolítico del tamaño de Rusia en Europa oriental y el norte de Asia no presagia nada bueno para nadie. Putin destruyó más de lo que incluso él probablemente esperaba.
Después de la Segunda Guerra Mundial, al principio de la Guerra Fría, los países de Europa occidental dieron los primeros pasos para estrechar sus lazos. Después de la guerra de Ucrania, deben mantener esa tradición. Considerando los gigantescos desafíos geopolíticos y las amenazas para la seguridad que enfrentará Europa, no pueden darse el lujo de mostrar debilidad alguna. El Viejo Continente debe crecer... y hacerlo rápidamente.