Durante generaciones, la sociedad ha dudado sobre cuál es la mejor manera de sanar a las personas que experimentaron cosas terribles en la infancia.
¿Deberían ser desenterrados estos recuerdos, permitiendo que se disipe su poder destructivo? ¿Deberían moldearse suavemente en algo menos doloroso? ¿O deberían dejarse intactos?
Investigadores del King’s College London y la City University de Nueva York examinaron este dilema realizando un experimento inusual. Los investigadores entrevistaron repetidamente a mil 196 adultos estadounidenses durante 15 años sobre sus niveles de ansiedad y depresión. Sin que los participantes lo supieran, 665 de ellos habían sido seleccionados porque los registros judiciales mostraban que habían sufrido maltrato, como abuso físico, abuso sexual o abandono antes de los 12 años.
Sin embargo, no todos dijeron a los investigadores que habían sido objeto de abuso—y eso se relacionó con una gran diferencia.
Los 492 adultos que reportaron haber sido objeto de abuso y estaban en los registros judiciales que corroboraban el abuso tenían niveles significativamente más altos de depresión y ansiedad que un grupo de control sin antecedentes documentados de abuso, encontró el estudio, publicado en JAMA Psychiatry. Los 252 participantes que reportaron haber sido abusados sin registros judiciales que lo reflejaran también tenían niveles más altos.
Pero los 173 participantes que no reportaron haber sido abusados, a pesar de que los registros mostraban que había ocurrido, no tenían más angustia que la población general.
Los hallazgos sugieren que la forma como las personas enmarcan e interpretan los eventos en su primera infancia da forma a su salud mental como adultos, dijo Andrea Danese, profesor de psiquiatría infantil y adolescente en el King’s College de Londres y un coautor del estudio.
En un metanálisis de 16 estudios de maltrato infantil publicado en el 2019, Danese y sus colegas hallaron que el 52 por ciento de las personas con antecedentes de abuso infantil no lo reportaron en entrevistas con investigadores, y el 56 por ciento de quienes lo reportaron no tenían historial documentado de abuso.
Esta discrepancia podría deberse en parte a que reportarlo está influenciado por los niveles de ansiedad y depresión de una persona, dijo Danese.
Pero incluso en vista de ello, dijo, era notable que los adultos que tenían un historial documentado de abuso, pero no lo denunciaron —porque no recordaban los hechos, los interpretaban de manera diferente u optaban por no compartir esos recuerdos— parecían más saludables.
Los nuevos hallazgos sugieren que la terapia que trata de desenterrar los recuerdos reprimidos es ineficaz, dijo Danese.
Pero advirtió que los resultados no deben interpretarse como aprobando el evitar los recuerdos angustiosos. En lugar de ello, apuntan a la promesa de terapias que buscan “reorganizar” y moderar los recuerdos.
“No se trata de borrar el recuerdo, sino de tener el recuerdo y tener más control sobre ello para que el recuerdo se sienta menos aterrador”, dijo.
Los recuerdos siempre han presentado un reto en el campo de la protección infantil porque muchos casos involucran a niños menores de 3 años, cuando comienzan a formarse recuerdos duraderos, dijo David Finkelhor, director del Centro de Investigación de Crímenes contra los Niños de la Universidad de New Hampshire, quien no participó en el estudio.
Advirtió contra concluir que el abuso olvidado no tiene un efecto persistente. El abuso temprano puede surgir a través de la dificultad para modular las emociones, sentimientos de inutilidad o, en el caso de las víctimas de abuso sexual, la necesidad de proporcionar gratificación sexual a los demás.
Elizabeth Loftus, psicóloga en la Universidad de California, en Irvine, señaló que el estudio raya en otra conclusión: olvidarse del abuso podría ser una respuesta saludable.
Por: ELLEN BARRY
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