Entre los textos canónicos sobre la Revolución mexicana, ‘Cartucho’, de Nellie Campobello, ha sobrevivido y labrado un luminoso espacio en la ruta áspera de la literatura. Su primera versión apareció en 1933. Para su época era un texto vanguardista, poco valorado hasta hace unas décadas.
¿Qué lo hace excepcional? Reúne una serie de aristas de orden estructural y formal: es histórico, testimonial, hilado por pequeños relatos y fragmentado. El conjunto es un fresco del oscuro periodo entre 1916 y 1920 en el estado de Chihuahua, desatado por la violencia. iradora del general Villa, dijo que escribió ‘Cartucho’ “para vengar una injuria”. Era una niña de diez años cuando vio pasar por su ventana una exposición itinerante de vida y muerte, pues en toda guerra esos antagonismos se afilan, desde la ternura hasta el terror indiscriminado.
Campobello acude a una memoria galopante para armar esos pedazos dolorosos y ve fusilamientos, ahorcados, fogonazos, silencios, y la fe de esos guerreros desbocados: “Hombres que van y vienen, un reborujo de gente. ¡Qué barbaridad, cuánto hombre, pero cuánta gente tiene el mundo!, decía mi mente de niña”. Allí en Parral, un poblado humilde, “sus foquitos parecían botones en camisa de pobre, sus calles, llenas de caballerías villistas, nadie tenía sorpresa, los postes eran una interrogación”.
Seguramente Rulfo haya bebido de sus aguas efervescentes; mientras ella narra los fantasmas de la guerra a plena luz del día, Rulfo metaforiza el espíritu agrario mexicano con un lirismo nocturno. Son obras complementarias y opuestas, como señala Jorge Aguilar Mora: “ ‘Cartucho’ presenta la tensión que produce el cruce de lo personal con lo histórico; ‘Pedro Páramo’, en cambio, muestra el desmoronamiento simbólico y narrativo de cualquier intento de unidad de lo personal con lo histórico y con lo mítico”.
La autonomía de sus creaciones enriquece algo abstracto y táctil como es el canon literario mexicano. Celebran un mundo en dos mundos distintos cerrados en una mirada. El lirismo de Campobello es más mesurado en lo global, pero sus vuelos poéticos tercian la memoria: “Él ya era un fantasma. Tenía cinco cartuchos mohosos en sus manos y un gesto que regaló a nuestros ojos”. La escritura de Campobello, su fragmentado infinito, su mirada de niña grande, transita hacia una noche tan oscura “que parecía de boca de lobo”.
ALFONSO CARVAJAL