No he sido lector de aforismos. Había disfrutado algunos de estos cohetes verbales en Nietzsche, Safo y Baudelaire en sus ‘Diarios íntimos’. En una Panamericana encontré ‘Aforismos’ de Georg Christoph Lichtenberg (Edhasa), el maestro de sendos pensamientos, a siete mil pesos y no es un chiste. Era un físico notable del siglo XVIII, un jorobado seductor, que amplió esta forma literaria en una veta inmensa. Más allá del aforismo nato, hallamos el sarcasmo, la anécdota, la hondura filosófica, científica y una observación aguda del ser humano en textos cortos. Celebrado por Schopenhauer, que lo consideró un verdadero filósofo de los que piensan “por y para sí mismos”, y Goethe que comparó sus escritos como a varitas mágicas: “donde él hace una broma, hay algún problema oculto”.
El alemán que inauguró las clases de física experimental en la Universidad de Gotinga escribía en cuadernos sin ninguna ambición de publicar y ha permanecido indeleble en el tiempo. Blake dijo que solo los hombres inteligentes merecían el cielo, y Lichtenberg afirma: “Siempre me aflige la muerte de un hombre de talento, pues el mundo tiene más necesidad de ellos que el cielo”.
De horma anticlerical, expresa: “Doy gracias a Dios mil veces por permitirme ser ateo”. O “El miedo a la muerte que se inculca a los hombres es a la vez un gran medio del que se vale el cielo para impedirles cometer fechorías”. Escéptico por naturaleza, también ahonda en el ser: “Tras una guerra de treinta años consigo mismo, llegó finalmente a un acuerdo, pero el tiempo era irrecuperable”. O “Dondequiera que miremos, nos vemos solo a nosotros”.
Enrique Vila-Matas tituló un artículo sobre Lichtenberg ‘El arte de no terminar nada’, pero ese es su sesgo de genialidad, en sus miniaturas insinúa asuntos que el lector debe completar. Es un juego a fondo y con cuentagotas con la vida: “Si tan difícil resulta precisar el origen de las cosas que ocurren en nuestro interior, ¿qué pasará si quisiéramos intentar algo parecido con las que se hallan fuera de nosotros?”.
También es mordaz: “Traficaba con opiniones ajenas. Era profesor de filosofía”. Sobre los libros sentencia: “En general, las bibliotecas pueden volverse demasiado estrechas o anchas para el espíritu”. Con estos artefactos literarios creó una compañía fragmentaria que en su conjunto tantea al ser humano en su totalidad.
ALFONSO CARVAJAL