Hace unos 2.500 años Confucio dijo que “si le das un pescado a un hombre comerá un día; si le enseñas a pescar comerá toda la vida”. El dicho se ha mantenido actual durante siglos, con variantes. Hoy, en un lenguaje más moderno, decimos que las iniciativas de desarrollo deben ser sostenibles. Las propuestas de intervención en La Guajira para traer agua y erradicar el hambre son ejemplos, dignos de textos de estudio, de políticas que no son sostenibles. Se concentran en regalar pescados, no enseñan a pescar.
La decisión de comprar camiones tanque para distribuir agua por las rancherías es de una miopía desconcertante, aun sin tener en cuenta la aparente ‘turbidez’ en las negociaciones y la torpeza inaudita de no haberse asegurado de que existían vías aptas para camiones pesados, y que se disponía de fuentes de agua suficientes y geográficamente dispersas para su llenado.
Pero el punto más criticable es la filosofía misma de la iniciativa. Sin duda, en un momento de crisis hay que buscar vías rápidas de suministro, pero este ha sido un problema crónico y su solución debe concebirse estructuralmente. La situación a la cual tenemos que aspirar es aquella que para la mayoría de los colombianos pasa desapercibida porque parece natural: un tubo que llega a la casa y el agua que brota cuando se le da vuelta a una perilla. Es decir, una red de acueductos; algunos interconectados, otros, los más lejanos, dependientes de una fuente propia. Una propuesta que implique poner a la gente (incluso a niños) a cargar bidones pesados y a racionar hasta la próxima distribución es una solución malvada.
Las pseudosoluciones que se implementan en La Guajira se parecen mucho a las iniciativas venezolanas, y como ellas son desmoralizantes.
Para construir acueductos hay que contar ante todo, obviamente, con fuentes de agua. Los expertos (esos que parecen haber sido erradicados del Gobierno) tienen soluciones. Donde es factible se construyen reservorios. Donde no es posible, se buscan otras opciones. En La Guajira la perforación de pozos profundos es una solución, las plantas desalinizadoras también; hoy las hay de varios tamaños y hasta podrían funcionar con energía solar o eólica. Hay otras tecnologías emergentes que podrían ser exploradas. Una de ellas, para los hogares aislados y lejanos, es el uso de pequeños equipos que producen el consumo básico del hogar, condensando la humedad atmosférica. Han servido en el Sahara, sin duda servirán acá.
Resolver el hambre con ollas comunitarias es más insólito aún. A veces hay que repartir comida, pero en esos casos debería hacerse en forma digna, en restaurantes en los que se pueda compartir una mesa, y no en la calle. La olla comunitaria no asegura alimentación permanente, solo un almuerzo ocasional y de dudosa higiene y valor nutricional (además de una alta susceptibilidad a manejos financieros ‘no santos’).
Si se quiere buscar una solución de verdad, de fondo y sostenible, se deberían generar programas que les permitan a las comunidades producir sus propios alimentos o tener otra actividad productiva que les genere recursos para adquirirlos.
Puede ser que repartir agua en bidones y sopa en escudillas tenga algunos réditos políticos (votos), pero serán de corto plazo. El ejemplo son las iniciativas de Chávez en Venezuela que le ganaron simpatías repartiendo mercados, hasta que empezaron a disminuir y finalmente desaparecieron. La gente quedó desconcertada e incapaz de conseguir con sus propios esfuerzos el bienestar de sus familias.
Las pseudosoluciones que se implementan en La Guajira se parecen mucho a las iniciativas venezolanas, y como ellas son desmoralizantes. Es sorprendente que hace 2.500 años lo tenían más claro que hoy. A la gente hay que apoyarla para enfrentar y resolver sus problemas, no regalarles pescados. Es más respetuoso con su dignidad humana y muchísimo más eficiente.