Mujer, misterio y orgasmo se entrecruzan, lo que desata variados desasosiegos. En la primera parte del XX hubo una renovada ola de criterios, con el aparecimiento de nuevas concepciones del cuerpo; comenzando con los descubrimientos de Freud sobre impulsos no conscientes que afectan la vida y sus reacciones. Pocos años después Stekel da a conocer sus tesis sobre mujer frígida, a partir de pruebas originadas en consultorios de matrimonios en las que se reconoce que solo una de cada tres mujeres alcanza el clímax, en contraste con los maridos, de quienes solo un 1 por ciento confesaba que nunca había eyaculado. Por los mismos años, en concordancia, se inventará el vibrador, que al pasar los años será el origen de los juguetes sexuales.
Sin embargo, estos vibradores no eran secretos; se usaban para calmar suplicios musculares. Una empresa lo lanzó al final de la segunda década promocionándolo como el “nuevo aparato doméstico en ser electrificado”. En los conocidos almacenes Sears, 1918, se ofrecía entre electrodomésticos con este aviso: “Muy útil y satisfactorio para todo uso casero” (revista ‘Galería’). Solo poco a poco se descubre como fuente para la curación de ansiedades de mujeres tal cual lo muestra, con gusto y humor, el filme ‘Hysteria’ (2011, T. Wexler), en el que las pacientes mismas descubren que no solo sirve para aliviar padecimientos, sino para gozar sesiones terapéuticas, que en realidad consistían en suaves y repetidos frotes masturbatorios.
La nueva película ‘Buena suerte, Leo Grande’ (2022), también dirigida por una mujer, Sophie Hayde, y con la actuación memorable de Emma Thompson, va al grano sin titubeos: “Quiero sentir el orgasmo”: una mujer que ha pasado los 60 dedicada al hogar y sus hijas, con un cónyuge a quien solo le importaba su satisfacción, prende en llamas y rebeldía. La protagonista descubre, ayudada por un amante ocasional contratado para esa misión, que puede llegar al orgasmo por primera vez y que al sexo lo rodea una filosofía del bienestar; el hábil ‘gigolò’, convertido en maestro, le enseñará del placer y de las fantasías para logros eróticos, mientras ella misma, alumna osada y provechosa, descubre que su cuerpo silenciado por años siente y desea.
En una notable escena final, la mujer mira al espejo y su cuerpo avejentado luce vital, afirmando que la ecuación sexo = juventud había de transformarse en sexo + vida. Piensa para sí, mirando a su público, que el sexo cura todos los dolores y en especial los del alma.
ARMANDO SILVA