Catatumbo ardiendo: la guerra total

Cuando las fuerzas legítimas del Estado se repliegan y a nombre de la búsqueda de una supuesta paz total dejan el territorio desamparado en manos de organizaciones criminales, lo que ocurre es que el vacío de poder, la falta de autoridad, la orfandad de instituciones y la ineficacia gubernamental agravada por la inundación impune de cultivos ilícitos multiplican la codicia de los grupos terroristas que se nutren de las rentas criminales y se desata una tenebrosa guerra sin cuartel entre terroristas, donde las víctimas son los indefensos ciudadanos a quienes el Estado abandona paralizado por dogmatismos ideológicos, mesianismos, populismos, politiquería, ingenuidad y disparates operativos.

Así llegó Colombia a este infierno de muerte, plomo, secuestro, extorsión, desplazamiento, desarraigo, emergencia humanitaria y sufrimiento de las víctimas inocentes del Catatumbo a quienes les prometieron una paz total y en cambio han recibido soledad e indolencia que deben cargar a cuestas con impotencia cuando tienen que abandonar todo para salvar sus vidas o cuando tienen que arriesgar sus vidas para proteger lo poco que tienen.

La lección estaba aprendida y decidieron ignorarla: la ausencia o el debilitamiento del Estado no favorece la paz. La hace imposible.

Lo reprochable no es buscar la paz, lo reprochable es buscarla por caminos que solo multiplican la violencia.

Lo reprochable no es insistir en la paz, lo reprochable es insistir en los errores.

Las imágenes producen escalofrío. Los testimonios nos llevan a las lágrimas.

Niños, ancianos, mujeres embarazadas, personas que en medio de la plomera cruel han perdido a sus seres queridos en un éxodo masivo y desesperado huyendo de sus tierras para salvar sus vidas en medio de la violenta escalada del Eln contra las disidencias de las Farc por el control de las actividades criminales y el narcotráfico.

En la mañana del viernes, el Presidente decretó la suspensión de los diálogos, tardía pero necesaria.

Los allegados al proceso insisten en que es suspensión y no ruptura. Si esa es la posición de la Casa de Nariño, lo único sensato es que se acompañe de una decisión firme de recuperar la presencia de la Fuerza Pública en la zona y que se cumpla con las obligaciones constitucionales del Gobierno para proteger a los ciudadanos.

La situación revela el retorno a los días más oscuros de la violencia en Colombia con visitas domiciliarias de los terroristas, casa por casa, para asesinar frente a los suyos a quienes según ellos favorecen al otro bando. El retroceso en este campo es innegable, colosal y perturbador.

Mientras el Estado mantenga su obtusa tolerancia con los cultivos ilícitos y el enclave cocalero del Catatumbo siga rondando y superando las 30.000 hectáreas, casi todo será en vano.

Mientras un régimen dictatorial vecino que se robó unas elecciones, usurpó el poder y entronizó a un dictador siga siendo el garante del proceso, el proceso mismo será ilegítimo y se convertirá en un multiplicador de violencia, pues facciones clave del Eln en Venezuela allá no son guerrilla sino grupo paramilitar pro-Maduro que concurre en rentas criminales.

Mientras la Fuerza Pública siga replegada en el complejo laberinto de negociaciones, reclutamiento de menores y ceses del fuego multilaterales en el anárquico tablero de la ‘paz total’, los ciudadanos serán víctimas inocentes y eternas del fuego cruzado entre organizaciones terroristas. Se debe aumentar ya la presencia militar del Estado en la zona.

Mientras las instituciones que deben liderar la política social en la zona sigan moviéndose al ritmo de la politiquería y los intereses electorales y a paso de tortuga, no podrá haber recuperación real de esos territorios.

Dicen, dada la gravedad de la situación, que el Presidente podría decretar el estado de conmoción interior. Si lo hace, ojalá no sea para seguir por esta misma ruta sangrienta sino para rectificar y timonear.

JUAN LOZANO

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