Vivimos una era de exacerbación del autoritarismo. El último personaje que se suma a la galería de autócratas (de derecha y de izquierda) es el más poderoso, el nuevo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Su secretario de Estado, Marco Rubio, resumió los principios políticos de su gobierno: "... cada dólar que gastamos, cada programa que financiamos y cada política que aplicamos deben justificarse respondiendo a tres preguntas simples: ¿hace a Estados Unidos más seguro? ¿Más fuerte? ¿Más próspero?".
Son planteamientos simples (bastante egoístas), y las soluciones simples a problemas complejos son siempre malas. La simpleza se deriva de una visión limitada de la realidad y un ego que se cree infalible.
Algunos cursos preparatorios para candidatos serían una buena medida profiláctica para la democracia. Yo sugiero comenzar con un curso sobre la evolución de la cultura humana.
Empezaría analizando por qué el Homo sapiens no se extinguió mientras otras especies humanas sí. Hace unos cincuenta mil años vagaban por este planeta varias especies humanas. Estaban el Homo heidelbergensis en África; en Asia, el Homo erectus y los denisovanos; en Europa, el Homo neandertalis y más.
Muchas teorías han justificado nuestra excepcional supervivencia; las más importantes coinciden en que se debió a una extraordinaria capacidad para cooperar. No resulta fácil explicar que haya surgido una especie que basa su supervivencia en la cooperación, compartiendo esfuerzos en la caza de animales grandes y peligrosos, a veces con actos de altruismo suicida. Es difícil entender cómo pudo surgir, de acuerdo con los principios de la evolución, una estrategia que se basa en la supervivencia colectiva, no individual.
La estrategia de considerar solo la conveniencia propia y estrecha resultó perdedora; arrancar cooperando con el otro es la estrategia que más réditos da.
Robert Axelrod, un teórico de la evolución cultural, hizo una propuesta interesante y diseñó algunos experimentos para ponerla a prueba. Aplicó la teoría de juegos, que es una rama de las matemáticas y la economía (ha ganado varios Nobel) que deduce la estrategia óptima en una situación en la que no son claros los costos y los beneficios de diversas opciones.
Axelrod usó un juego conocido como 'el dilema del prisionero', en el que se enfrentan dos individuos que tienen la opción de cooperar o desertar. Imagina que son dos socios que fueron hechos prisioneros y cuya condena depende de que delaten. Si ninguno confiesa, es decir, si los dos cooperan entre ellos, quedan ambos libres por ausencia de pruebas. Si los dos confiesan (desertan), reciben una pena disminuida por sentencia anticipada; pero si uno confiesa y el otro no, el que confiesa recibe la pena disminuida, y el otro, la máxima.
Lo mejor para los dos sería cooperar y quedarse callados, pero están aislados y no saben qué va a hacer el otro. En ese caso haciendo cuentas frías, cada uno llegará a la conclusión de que le conviene confesar, e irse con la rebaja de pena, porque si se calla y su amigo no le corresponde, saldrá con la pena máxima. Si juegan repetidamente (así es la vida, con repetidas interacciones), se empiezan a generar diversas estrategias.
Axelrod abrió una competencia internacional en la que contendores, matemáticos y economistas de todo el mundo, programaban sus computadoras y las ponían a jugar. Hubo dos torneos y los dos los ganó un matemático canadiense, Anatoli Rapapport, con una estrategia que llamó tit for tat (toma y daca). En la primera jugada coopera y en las siguientes hace lo que hizo el contendor en la jugada anterior. Surgió entonces espontáneamente, como estrategia ganadora, la cooperación.
Tal vez esa lección les sirva a los autócratas. La estrategia de considerar solo la conveniencia propia y estrecha resultó perdedora; arrancar cooperando con el otro es la estrategia que más réditos da.