Cultura adentro y afuera

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Hablemos entonces de ARTBO, que tuvo lugar entre el 12 y el 14 de abril. El evento ocupó como espacio oficial el Palacio de San Francisco. La exposición le dio vida a este magnífico monumento nacional y bien de interés cultural. Allí llegó un cuantioso público en la noche de la inauguración, quienes apreciaron la exposición con artistas de múltiples disciplinas. La agenda incluyó charlas, encuentros editoriales, exposición de objetos de diseño y espacios de discusión.

Durante los tres días las actividades se extendieron a galerías, espacios autogestionados y de diseño, fundaciones y museos, en diferentes sectores de la capital. El entusiasmo fue evidente y la gente se veía feliz.

Da tranquilidad y mucho optimismo saber que se pueden hacer estos eventos que aportan a la cultura del país. Además, nos ratifica que tenemos un público entusiasta, que disfruta de esta clase de actividades.

Yo venía de otra experiencia cultural magnífica: ¡qué grato fue pasar Semana Santa en Guatemala! Pudimos ver la riqueza de los tejidos que elaboran sus artesanos, las costumbres que mantienen desde antaño, entapetando sus calles con verdaderas obras de arte hechas de aserrín de colores, y las emocionantes procesiones de los pasos, con figuras que, al verlas, producen recogimiento y hacen que el visitante sienta, íntimamente, la Semana Mayor.

La cultura y el arte ofrecen a la ciudadanía oportunidades que elevan su condición de vida. La experiencia estética es un servicio invaluable: los creadores toman elementos de nuestro subconsciente colectivo, de la naturaleza, de nuestra cultura, y nos presentan perspectivas completamente novedosas sobre lo que vivimos. La sorpresa, el gozo, la construcción de nuestra propia conciencia son el resultado de presenciar el arte o participar de la cultura.

Pero todo ello, lastimosamente, contrasta con lo que he venido evidenciando y es el deterioro paulatino de otros puntos de encuentro como los espacios públicos: parques, plazas, calles y avenidas.

En Guatemala, la actividad cultural se puede hacer con tranquilidad, porque las calles están limpias y se les hace mantenimiento. No nos encontramos con grafitis, ni con daños en los muros de sus avenidas; todos estos bienes públicos están impolutos. ¡Se puede caminar sin tropezarse! Da gusto ver ciudades así, frescas, donde la cultura es a cielo abierto; es un servicio público al alcance de todos.

No pasa lo mismo en nuestra capital, donde puedes ir a un museo, pero si sales, las calles están llenas de las sombras que produce el desorden, el tumulto, el humo, el olor a grasa y a comida.

Tenemos que hacer algo. La vida de esta manera es una montaña rusa, porque cuenta uno con experiencias como las que ofrece el arte y salimos a la calle a enfrentar la inseguridad y el desaseo. Realmente no nos merecemos eso que es simplemente segregación, como si hubiera una cultura de los interiores de los edificios y otras completamente distintas en las calles.

He venido insistiendo en el tema: las autoridades deben hacer algo para que la cultura ciudadana renazca. Todos tenemos los mismos derechos y, obviamente, los mismos deberes, con nuestro entorno, respetando el espacio público y a los demás.

Hay que volver a construir una vida común: preocuparnos los unos por los otros tiene que ver con la forma como se ve nuestra ciudad.

No entiendo cómo podemos ser un país que permite ese estado de cosas en los lugares públicos. La ausencia de un sentido de comunidad nos afecta mucho y opaca todas las cosas buenas que logramos. La cultura debe ser de todos y para todos. Nos lo merecemos.