La semana pasada estuve en el lago Tahoe, en California. Es un lugar bellísimo, con majestuosas montañas y picos nevados que contrastan con el azul intenso del lago. Sin embargo, hace dos años los incendios consumieron miles de hectáreas de bosques de pinos, y mucha gente, incluyendo a mi sobrino y su esposa, que viven en la zona, tuvieron que salir huyendo de las llamas. Un par de meses después regresaron. Su casa seguía en pie, no así la de algunos de sus amigos. Aún se pueden ver los estragos causados por el fuego: bosques arrasados que lucen como parches negros en medio del verde de las montañas. Se necesitarán muchos años para que la tierra se regenere y vuelva a su estado original.
“La ebullición global ha comenzado”, declaró António Guterres la semana pasada. La frase es aterradora. El término ‘ebullición’, que parece tan exagerado, muestra una realidad alarmante. Julio fue el mes más caliente registrado en la historia de la humanidad. Estamos viendo más eventos climáticos extremos en todo el mundo: inundaciones, desbordamiento de ríos, incendios forestales, olas de calor que están causando daños y desplazamientos de cientos de personas.
La transición del calentamiento global a una nueva “era de ebullición” implica un cambio en la percepción colectiva de la crisis climática. Mientras que el primero se percibía como un riesgo gradual, la ebullición connota un hervor inminente, una situación en la que los efectos del cambio climático son más frecuentes y devastadores. Por eso la voz de alarma y el llamado a la acción del secretario general de Naciones Unidas. Las políticas y acciones propuestas y los recursos asignados por los gobiernos en los últimos años no han sido efectivos para frenar el problema. ¿Qué más señales necesitamos? La falta de acción no es una opción, como lo sugiere Guterres.
El diagnóstico es claro y a la vez alarmante. La hoja de ruta ya está concebida en el Acuerdo de París, que contempla las medidas para frenar el calentamiento global y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. ¿Por qué entonces no actúan los gobiernos con más firmeza? Es fundamental implementar programas de adaptación que incluyan, entre otros, la restauración de ecosistemas, el establecimiento de sistemas de alerta temprana y la construcción de infraestructuras y edificaciones que resistan tormentas, huracanes y terremotos. Como dijo el secretario: “El cambio climático está aquí. Es aterrador. Y es solo el comienzo”.
DIANA PARDO