Vuelo en estos momentos rumbo a Israel. Para este viaje sobre innovación y tecnología, del que les iré contando en las próximas columnas, me regalaron la obra maestra del psicólogo Viktor Frankl, “El Hombre en Busca de Sentido”, un libro que narra en detalle la vivencia psicológica del propio autor en los campos de concentración nazi.
En este corto libro, de no más de 150 páginas, Frankl narra la deshumanización no solo de los nazis, sino la de los propios prisioneros judíos, la forma en la que el inhumano maltrato los lleva a una reducción a los instintos más básicos. Prisioneros que ante la presencia de un cadáver, tan solo miraban si los zapatos de éste estaban en mejor estado que los de ellos para apropiarse de ellos ante la inclemencia del día a día.
Sin tratar de hacer comparaciones, mientras leía el libro comencé a preguntarme si las redes sociales no nos están llevando a otro tipo de deshumanización, si éstas no están reduciendo nuestras enormes posibilidades a comportamientos primitivos donde no hacemos sino deslizar el dedo hacia arriba como autómatas. Centenares de acontecimientos dolorosos pasan frente a nuestros ojos, en las pantallas, y nosotros reducimos nuestra redacción a un me gusta, o a un compartir. O peor aún, a un emoji.
Siento en el avión una angustia general de los pasajeros, que cuentan los minutos para aterrizar y poder prender sus celulares. Probablemente pocos de ellos tengan una urgencia. Seguramente la mayoría entra al Instagram o TikTok para calmar su ansiedad. Efectivamente, al aterrizar, todos prendieron sus celulares y se pegaron a la pantalla.
¿Qué nos ha llevado a depender tanto de nuestros dispositivos? ¿Qué nos ha disparado una adicción que nos arrastra hacia una depresión silenciosa que no sabe ni se siente a depresión, aunque sí lo es? ¿Por qué desoímos a tantas voces que nos indican de los peligros a los que nos enfrentamos, a la congelación de los sentimientos humanos?
Las redes sociales sí nos están aislando del mundo, nos están sumiendo en una burbuja paralela al mundo real donde perdemos la noción de quiénes somos y para qué somos útiles. Para un ejemplo muy concreto, el presidente Gustavo Petro. No es el único. Creo que muchos estamos inmersos en ese agujero negro del que es dificilísimo salir.
Hace unos meses, o años., el columnista de este diario, el caricaturista y periodista Vladdo, señalaba que se iba a alejar de las redes. Me pregunto si pudo salir de ellas, si le sirvió el experimento. O si por el contrario, ahí sigue.
Paso por uno de los quioscos de prensa de Barajas y el stand de periódicos está repleto. Todo el mundo alrededor está con sus celulares. Quizás el libro de Frank me puso nostálgico, pero me llevó a cuestionarme, nuevamente, por milésima vez, nuestra adicción al celular. Seguramente usted estará leyendo esto en su dispositivo móvil, y lo compartirá por redes. ¡Qué difícil romper un círculo que uno mismo alimenta y lo alimenta a uno!
DIEGO SANTOS