Cuando comienza un nuevo año experimentamos una sensación de entusiasmo. Esa energía interior nos impulsa, tal vez porque sabemos que hay 365 días por delante y durante ellos debemos cumplir, realizar y conseguir las metas que nos hemos propuesto.
Siento, eso sí, que este siglo va más rápido que el anterior. Es una extraña sensación, pues hoy los días pasan a una gran velocidad, mientras que en el siglo anterior durante el colegio, la universidad y la vida misma todo ocurría a un menor ritmo.
Me acuerdo mucho del optimismo que teníamos todos los actores del arte en Colombia al comenzar 2024, porque el Gobierno había logrado aprobar en el Congreso un presupuesto para la cultura de $1,4 billones, el más alto en la historia. Eran recursos que iban a financiar las actividades del Ministerio de Cultura, del Instituto Caro y Cuervo, del Archivo General de la Nación y del Instituto de Antropología, que son las instituciones culturales de la Nación.
Nuestra felicidad y nuestra emoción fueron inmensas, pues sentíamos que se abrían nuevos horizontes que prometían que las artes, los eventos y las instituciones culturales iban a tener un respaldo económico nunca antes visto. Así las cosas, veríamos resplandecer esta actividad, indispensable para el desarrollo óptimo de la humanidad.
No obstante, ahora llega el 2025 y la noticia que nos trae es devastadora: el Gobierno, en el necesario recorte presupuestal, le da un tijeretazo enorme al sector de la cultura, cosa que va en contravía de los programas que habían prometido desarrollar.
Los países con alto sentido cultural, como los de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde), son los que mejor acción cívica y ciudadana tienen. Esto es producto de su apuesta por la cultura y el arte, que producen verdadero progreso.
Sabemos de seguro cuál es el presupuesto requerido para el arte, pero nunca sabremos cuánto vale no estar en el desarrollo cultural del mundo.
¡Qué triste que se haya tomado esa decisión en Colombia para 2025! Sabemos que estamos en épocas de vacas flacas y debemos apretarnos el cinturón, pero, con el respeto que el Gobierno se merece, es necesario decir que hay otras medidas que deberían ser evaluadas. Hay que calificar la repercusión que producen el arte, la cultura y el deporte en la población. Estas son actividades que engrandecen.
Un ejemplo: Colombia consiguió varias preseas y emocionados gritamos de alegría hace pocos meses cuando se desarrollaron los Juego Olímpicos en París.
De otra parte, las ferias de arte atraen millares de visitantes de todas las latitudes y producen una explosión económica sin igual, en los días en que ocurren. Los museos son los escenarios obligados para visitar en todas las ciudades y son los espacios donde los visitantes quieren conocer, reconocer y adentrarse en la cultura del país.
¡Qué lástima que el sector siga siendo la cenicienta! ¿Por qué no ven las grandes bondades que genera? Reiterando la venia a quienes proponen las nuevas reformas, por ejemplo, me atrevo a comentar esto: veo cada vez más en el mercado, al menos en Bogotá, en donde vivo, una informalidad creciente. Los almacenes de barrio, los pequeños comerciantes no reciben tarjetas de pago ni transferencias bancarias; piden que se les pague en efectivo, y me pregunto si esas transacciones quedan reportadas. Lo que vemos es que la informalidad aumenta cada día, y no sé cómo se realiza el control de esa gran masa de almacenes.
No tengo duda de que Bogotá, en particular, y Colombia, en general, tienen la capacidad y la grandeza económica necesarias para cubrir las inversiones que se requieren para el desarrollo del país, sin que sea necesario quitarles fondos al deporte ni a la cultura.
Sabemos de seguro cuál es el presupuesto requerido para el arte, pero nunca sabremos cuánto vale no estar en el desarrollo cultural del mundo.