“Nosotros con el machismo / ustedes el feminismo / y al final la historia termina en par / pues en pareja vinimos y en pareja hay que terminar”, dice el cantante Ricardo Arjona. Que es más o menos como decir: “Ustedes con la yerbabuena y nosotros con el pez globo”, ya que una cosa no tiene nada que ver con la otra, aunque el cantante la cante con sentimiento.
El machismo es una estructura de poder que supone que los hombres son superiores en algo: fuerza, raciocinio, capacidad de análisis, creatividad, pericia para desarrollar una tarea, cualquier cosa, que son más competentes y capacitados. Mientras tanto, supone que las mujeres somos más emocionales, menos competentes para asumir decisiones y nos atribuye “naturalmente” estar más capacitadas para atender la casa, cocinar, criar, cuidar. También supone que las mujeres “deben estar sujetas a la autoridad del varón”, como resume la Biblia.
El feminismo reconoce la brecha de desigualdad entre hombres y mujeres y busca cerrar esa brecha para que los derechos, y oportunidades sean iguales tanto para los hombres como para las mujeres. Mejor dicho, que empiece a ser accesible ese estado de reconocimiento y disfrute de derechos, para las mujeres, tanto como lo ha estado siempre para los hombres. Eso es todo. Por supuesto, la resistencia cultural a ese cambio es feroz y acusa de muchas cosas desagradables a esta causa y a quienes nos definimos feministas.
Sabemos que no estaríamos donde estamos si no hubiera sido por tantas mujeres que pusieron su vida, sus experiencias, su fuerza, su creatividad en defender los derechos de los que hoy gozamos.
Nosotras las feministas defendemos los derechos de las mujeres, porque hemos sentido la opresión del patriarcado sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas o sobre los cuerpos y vidas de las mujeres que conocemos. Si usted, que lee esta columna, hace una lista de diez mujeres que conozca, debe saber que –por lo menos– seis o siete de esas mujeres han experimentado una situación de acoso callejero o de abuso sexual o una violación. Así de demoledor es el efecto del patriarcado y el machismo sobre las mujeres.
Nosotras las feministas entendemos que la esencia, la base de esta reivindicación, es la autonomía sobre el cuerpo. Reclamamos que las decisiones que tomamos sobre nuestros cuerpos no estén sujetas a la autoridad de un padre, un marido, un médico o un juez. Y trabajamos entre todas por construir un mundo donde eso sea posible para todas. Y también para todos, porque incluso hombres y mujeres que se niegan a apoyar la causa se verán beneficiados por ella.
La solidaridad es el apoyo a una causa en una situación difícil. Las mujeres, desde el feminismo, nos inventamos la sororidad, que se parece, pero avanza más y no solo apoya en las emergencias, sino que se compromete a cambiar la situación de las víctimas. Y denuncia que la necesidad de apoyar viene no de un evento climático, sino de una estructura de pensamiento y de una cultura que justifica menospreciar a las mujeres, sus derechos y sus oportunidades.
Nosotras las feministas somos sororas, o tratamos todos los días, al menos. Sabemos que no estaríamos donde estamos si no hubiera sido por tantas mujeres que pusieron su vida, sus experiencias, su fuerza, su creatividad en defender los derechos de los que hoy gozamos. Y les agradecemos por eso. Somos parte de una cadena, las que iniciaron el camino, las que lo siguen y las que lo continuarán.
Aprovecho para agradecer a mis mentoras, sin ellas no habría aprendido que el género y los derechos sexuales tenían tanto que ver. Ni me habría hecho feminista. María Cristina Calderón y María Isabel Plata, quienes desde Profamilia lideraron el tema de género en Colombia, cuando de eso no se hablaba. No seríamos quienes somos sin las trayectorias de las otras. Las mujeres no alcanzarán los derechos que tendrán sin el trabajo de todas nosotras.
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Quedó claro, ¿no? Básicamente: si usted todavía cree que machismo y feminismo son lo mismo, usted es Ricardo Arjona.
ELIZABETH CASTILLO