Como en la canción: “¡La vida te da sorpresas!”, después del “coma inducido” del año 2020 como resultado de la pandemia, el año 2021 pintaba espectacular en materia económica y no nos decepcionó. El crecimiento de la economía mundial fue del 6.1%, el más alto en casi 50 años, con un crecimiento aún más rápido del producto interno bruto (PIB) en las economías de los países emergentes (6.5%), y un rápido crecimiento del 8.1 % en China (segunda o primera economía mundial, según el Annual Economic Report en junio de 2022).
De esa rápida recuperación nos encontramos seis meses después, a principios del año 2022, en una situación bastante precaria en términos de crecimiento, a causa de la inflación, la crisis geopolítica y energética y un relativo pesimismo generalizado. ¿Qué pasó? ¿Qué produjo un cambio tan drástico en tan corto tiempo?
Hay al menos dos hipótesis. La primera es que el rápido crecimiento experimentado en el 2021 fue una anomalía insostenible que no podía durar, y las tendencias negativas subyacentes terminaron imponiéndose. Los gérmenes de la crisis, oscurecidos por la pandemia del covid-19, realmente se fueron gestando durante un periodo relativamente largo, debido a los incentivos perversos que resultan de unas tasas de interés prácticamente de cero (y en algunos casos negativas en Europa), que fomentaron niveles de endeudamiento público y privado exorbitantes, y a los estímulos fiscales y monetarios que elevaron los precios de los activos a niveles irreales, también insostenibles.
La segunda es que se cometieron marcados errores de política económica que descarrilaron las diferentes economías, además del impacto contraccionista catastrófico resultado de la inesperada y criminal agresión de Putin a Ucrania. Sea cual sea el origen, tenemos que enfrentar un escenario realmente complejo y más bien único. Repasemos donde nos encontramos.
La magia está en reducir la inflación, preservar la estabilidad financiera y recuperar el crecimiento económico.
La situación actual de los principales países avanzados se caracteriza por una inflación muy por encima de las metas de sus bancos centrales (8-9 % frente a un 2 %), elevadas deudas públicas como porcentaje del PIB del 116 %, y balances inflados de los bancos centrales (alrededor del 100 % del PIB en los Estados Unidos y aproximándose al 150 % en los casos del BCE y el Banco Central del Japón).
Así es como llegamos a que el total de la deuda global a finales del primer trimestre de este año llegue al 352 % del PIB global, de las cuales dos terceras partes corresponden a deudas del sector privado, como lo reporta una investigación del banco JPMorgan (ver Gillian Tett, “Debt is Just as Worrying as Inflation”, Julio 15 de 2022).
Las deudas de los hogares y de las corporaciones no financieras, ambos parte del sector privado, como porcentaje del PIB, alcanzan máximos históricos en los países avanzados de cerca de un 75 % y del 90 %, respectivamente. Los hogares en las economías emergentes alcanzan deudas del 50 % del PIB y un elevadísimo endeudamiento de las empresas del 115 % del PIB. Estos niveles de endeudamiento público y privado harán más difícil combatir la inflación y restaurar la normalidad de las políticas monetaria y fiscal.
La situación de endeudamiento de las empresas no financieras en China, especialmente en los sectores de la construcción y la vivienda, han explotado y alcanzando más de un 150 % del PIB, con algunas compañías ya con incumplimiento (default) de algunos de sus bonos externos (Evergrande).
Pasando a los errores de política que se cometieron, dos saltan a la vista. El primero es el excesivo valor de los estímulos dados por el Estado en las economías avanzadas para reparar los daños del covid-19, una parte de los cuales fueron para aumentar los ahorros de los hogares; el segundo error es el de los bancos centrales al asumir que lo que estaba ocurriendo eran cambios en los precios relativos de algunos productos y problemas logísticos en las cadenas productivas, que eran temporales, en vez de un evidente exceso de demanda y un cambio en su composición que se demoraron en combatir con alzas en las tasas de interés.
Estos errores se cometieron en un contexto excesivamente laxo en cuanto a políticas monetarias y fiscales y mercados laborales con pleno empleo. A esto se le agregan dos shocks exógenos, severos e impredecibles: la variante ómicron de la pandemia, que obligó a nuevos cierres de la actividad económica y restricciones a la movilidad, y la guerra de Putin contra Ucrania, iniciada el 24 de febrero de este año.
Una de las lecciones que se saca de este viraje abrupto de la situación de la economía mundial en unos pocos meses es que hay que ir detrás de las apariencias y examinar los factores subyacentes de más largo plazo para extraer su poder explicativo, porque las variables económicas presentan a menudo lo que se denomina en ingeniería eléctrica histéresis, que es una manera sofisticada para explicar que existen rezagos entre la aplicación de una política y su resultado en un sistema económico, ya que las series presentan inercia, que bien pueden cambiar la trayectoria que uno esperaría.
¿Qué hacer ahora? Como lo explica el informe anual del BIS, es crucial impedir que la inflación actual se convierta en un cambio de régimen que nos lleve a una espiral de precios, salarios y mecanismos de indexación que preservan o aceleran inflaciones elevadas. En vista de los elevados niveles de endeudamiento, los grados de libertad de la política monetaria se reducen y, en vez de lograr un “aterrizaje suave” de las economías, es probable que terminemos en una costosa recesión prolongada. La magia está en reducir la inflación, preservar la estabilidad financiera y recuperar el crecimiento económico. ¡Tareas difíciles de lograr simultaneamente!
FERNANDO MONTES NEGRET