Si bien es cierto que los seres humanos somos animales, no lo es menos que somos un tipo de animal radicalmente diferente. Una forma de señalar tanto nuestra "animalidad" como nuestra "humanidad" es llamarnos humanimales. Así lo haré en este breve escrito.
¿Qué podemos decir, entonces, sobre la condición ‘humanimal’? ¿Qué es lo que nos hace algo más —¿o menos— que meros animales, sencillos de la especie natural Homo sapiens? ¿Se trata de la razón, la sonrisa, el canto? ¿Los pulgares oponibles?
Lo que realmente nos hace diferente es algo más fundamental. Para explicarlo, tenemos que entender un sencillo, pero transcendental, detalle: los demás animales no pueden pensar usando la primera persona del plural. No pueden pensar "nosotros". Pero siendo simplemente animales, tampoco les hace falta.
ito fácilmente que parecería lo contrario. Sé que desde nuestra perspectiva parece que las hormigas y los chimpancés y todos lo demás actúan como si fueran un nosotros, con un propósito común sobre el cual deciden juntos. Es como si dijeran "¡Hagamos [nosotros] esto!” y luego lo hacen. Pero aunque lo hacen, nunca deciden hacerlo. Más bien, la verdad es que no pueden elegir no hacerlo, ni pueden elegir hacer otra cosa. Cada animal individual hace lo que hace, sin (poder) pensar en ello—y mucho menos en “nosotros”—y el resultado es la feliz continuación de su vida y de la vida del grupo en general, sin que ninguno de los dos resultados se conciba nunca ni como meta ni elección.
Perdimos la capacidad de coordinarnos automáticamente y lograr nuestro propósito, que nos correspondía. Los demás animales, no.
Animales afortunados. Están constituidos para “simplemente hacerlo”, sea lo que sea que hagan. No tienen que angustiarse por las decisiones. No tienen que mantener sus opciones abiertas. No tienen que hacer compromisos. No tienen que formular y decidir entre metas porque siempre están ya comprometidos por su propia naturaleza de animales con los fines que les corresponden, siendo los animales que son.
Nuestra propia naturaleza es diferente. En algún momento de nuestra historia natural, los humanimales perdimos, naturalmente, la capacidad de “simplemente hacerlo”, de hacer aquello para lo que fuimos programados genéticamente. Perdimos la capacidad de coordinarnos automáticamente y lograr nuestro propósito, que nos correspondía. Los demás animales, no.
Ya no somos capaces de operar automáticamente, como un nosotros aparente dado por la naturaleza. Cuando nuestro cerebro dio origen a nuestra mente, cada humanimal se convirtió en un individuo “libre”, sin trabas, pero agobiado ahora por la necesidad de (re)construir los lazos necesarios para su supervivencia. Tuvimos que constituirnos en tanto “nosotros” con base en obligaciones y compromisos, porque por naturaleza ya no podíamos coordinar naturalmente. Los de la especie Homo Sapiens se habrían extinguido por haber perdido la capacidad de cooperar automáticamente. Pero al rescate llegó la misma mutación que nos dotó de mentes. Es la que permitió el desarrollo del lenguaje y, ni más ni menos, la capacidad de (re)construir aquellos lazos que habíamos perdido.
Quiero ser claro: el lenguaje no es una adición pura a un animal completo. (El Planeta de los Simios es una fantasía porque los simios no tienen que hablar: son completos. Logran hacer lo que tienen que hacer sin lenguaje). El lenguaje es una adaptación que corresponde a una necesidad: la de poder trabajar juntos para sobrevivir.
Lo que hace, en términos precisos, el lenguaje es comprometernos unos con otros, permitiéndonos construirnos como sujetos plurales en cierto sentido, como si fuéramos, por naturaleza nuevamente, coordinados entre nosotros, como un “nosotros”.
La paradoja del lenguaje es que además de facilitar la construcción de la primera persona del plural al darnos las herramientas para realizar compromisos entre nosotros, le da a cada individuo la capacidad de pensarse independiente del grupo y comprometerse consigo mismo: como un yo libre.
Esto quiere decir que, utilizando el lenguaje, podemos comprometernos con la vida moral, con la virtud como meta, dedicarnos a ser humanos como tales y dejar atrás lo peor de nuestra animalidad: sus lazos obligatorios, su falta de libre albedrío. O podemos elegir otra cosa.
Tenemos que elegir; pero la elección es nuestra.
GREGORY LOBO