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El Ministerio de Ciencia, una decisión alentadora

Debe diseñarse un sistema nacional de innovación orientado a la solución de problemas nacionales.

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El Congreso de la República aprobó, finalmente, la creación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (CTI) a finales de diciembre de 2018. El senador que propuso y defendió la iniciativa de ley fue el antioqueño Iván Darío Agudelo (¡Aplausos!).
Hasta ahora, Colciencias ha sido el organismo estatal que por 50 años se ha encargado de promover y financiar proyectos científicos, los estudios doctorales en el exterior y en el país, así como la indexación de la producción científica nacional, con el fin de lograr la creación de una masa crítica de investigadores que tengan respuestas a los problemas nacionales.
Sin embargo, la labor de Colciencias ha sido insuficiente, no por voluntad de sus directores, sino por el hecho de que los gobiernos invierten muy poco en las actividades de CTI, al igual que el sector privado.
El Banco Mundial publicó los indicadores mundiales en ciencia y tecnología para el periodo 2010-2015, con unos muy modestos logros para el caso de Colombia si comparamos su situación con Corea del Sur, que ocupa el primer puesto en el escalafón de Bloomberg de los países más innovadores del mundo en 2018.
Las cifras de los indicadores para Corea están en paréntesis: el número de investigadores de tiempo completo por cada millón de habitantes en Colombia es 115 (Corea: 7.087) y el número de técnicos por cada millón de habitantes no cuenta con datos (1.225) entre 2010-15; los artículos en revistas científicas y técnicas en 2016 fueron 6.121 (63.063); la inversión en I&D como porcentaje del PIB fue de 0,24 por ciento (4,23 por ciento); las exportaciones con contenidos de alta tecnología en millones de dólares (mdd) alcanzaron los 740 (118.365) en 2016, y como porcentaje en la exportación de manufacturas, 9,8 por ciento (26,6 por ciento); los pagos por el uso de propiedad intelectual en 2016 fueron, en ingresos, 46 mdd (6.615), en egresos, 439 mdd (9.429); las solicitudes de patentes en 2016 fueron, por nacionales, 525 (163.424), por extranjeros, 1.658 (45.406); las solicitudes de marcas en 2016 hechas por nacionales fueron 20.299 (183.620) y por extranjeros, 18.438 (48.358), y las solicitudes de diseños industriales en 2016, 227 (62.633), por nacionales, 306 (6.487), por extranjeros.
La superioridad de Corea es sobresaliente, no solo sobre Colombia, sino sobre el resto de la mayoría de países. La actividad científica y tecnológica coreana reside en los nacionales, mientras que en Colombia, con unos indicadores casi imperceptibles por el ‘estetoscopio’, con prescripción de debilidad, la presencia extranjera es superior, sin que esto se hubiera convertido en un “aumento del impacto en la competitividad regional (Latinoamérica)” (Cepal, 2001).
Corea —viniendo de atrás con un PIB per cápita de 158,24 dólares anuales en 1960 y una estructura productiva primaria, respecto a Colombia (245,2 dólares) y otras naciones latinoamericanas— se encuentra hoy entre los países de más alto ingreso per cápita, 29.742,84 dólares en 2017 contra 6.301,59 para Colombia, con una estructura industrial exportadora basada en la innovación. Ese es el objetivo: transformación de la estructura productiva.
No hay que llorar sobre la leche derramada. Estos datos solo demuestran la imperiosa necesidad de hacer algo, y hacerlo de una vez y por todas, teniendo un proyecto de desarrollo nacional. La decisión de tener un ministerio de CTI es una decisión afortunada en el camino correcto. Ahora, hay que dotar este ministerio con recursos económicos y humanos de alta calidad. No se trata simplemente de que el ministerio sea un ente coordinador de políticas interministeriales sobre CTI.
El ministerio debe diseñar un sistema nacional de innovación en donde confluyan las universidades, centros tecnológicos, los centros de transferencia, las redes globales de innovación, para que se implementen las estrategias diseñadas por los hacedores de política en CTI, que deben ser orientadas a la solución de problemas nacionales bajo un enfoque de misiones (Mazzucato): la competitividad industrial y agrícola, el desarrollo de tecnologías limpias y energías alternativas y amigables con el medioambiente rural y urbano, etc.
¿Cuáles son las oportunidades en CTI que nos brindan los tratados comerciales y de inversión? Los TLC favorecen principalmente a los inversionistas extranjeros. No tienen límites para remitir utilidades, no están obligados a comprar partes nacionales, no están obligados a exportar un porcentaje de su producción, no están obligados a asociarse con capitales nacionales en inversiones de riesgo, etc. En China ocurre exactamente lo contrario: exige compras de partes nacionales, exige porcentaje de exportaciones, exige un porcentaje de reinversión de utilidades y obliga a las empresas extranjeras a asociarse en ‘t ventures’ con empresas chinas. Estas reglas de juego para el capital extranjero han favorecido la transferencia tecnológica y el desarrollo de la manufactura china, y ahora se perfila como la primera economía del mundo.
¿Se puede hacer CTI en un campo abierto sin ninguna regulación y responsabilidades del capital extranjero? Sí, pero los efectos van a ser inocuos e imperceptibles. Hay que exigir un plan de desarrollo, con visión de país, no uno con intereses sectoriales contrapuestos. El Estado debe ganar en autonomía, bajo un consenso político, frente a los intereses que impiden el desarrollo nacional y su transformación productiva y social, en democracia.

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