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Ganó Duque, pero Colombia cambió

Los dos partidos se confundieron uno con otro, y la política se convirtió en un juego de yo con yo.

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El populista de derecha, calificado así por el NYT, Iván Duque, que pasó del anonimato al estrellato bajo la conducción de Álvaro Uribe, ganó con el 54 % de los votos totales (10,37 millones), 12 puntos porcentuales por encima del contrincante de la izquierda, Gustavo Petro, que sacó 42 % de los votos (8,03 millones). Mientras Petro logró sumar, respecto a la primera vuelta, 3,16 millones de votos, Duque agregó 2,77 millones.
El voto en blanco, a pesar de haber sido alentado por algunos de los sectores que patrocinaron la candidatura de Fajardo (Polo Democrático y Compromiso Ciudadano), solo llegó a los 800.000 votos (4,2 %), un resultado que estuvo lejos de haber definido la elección de Duque, pero que sí lo puso más lejos de Petro. Es decir, sus promotores buscaban construir un movimiento y “tener un mandato” (Juanita Goebertus) que contuviera al ganador electoral dentro de la moderación política, y de paso erosionar el liderazgo de la oposición en cabeza de Petro.
Sin duda alguna, estos datos, tanto para el candidato uribista como para el candidato de la izquierda, sobrepasan las cifras históricas logradas por sus respectivas fuerzas políticas. La votación de Duque puede ser explicada, principalmente, porque todas las fuerzas políticas tradicionales se unieron para la segunda vuelta alrededor “del que dijo Uribe” para asegurar su participación burocrática y prebendataria en el próximo gobierno. Una movida de supervivencia más que de principios, no exenta de vergüenzas y de claudicaciones, como fue el acercamiento del liberal César Gaviria al candidato Duque.
La política vuelve a estar dividida no entre un gobierno y una oposición, sino entre las fuerzas progresistas que buscan el cambio social.
Sin embargo, la consecuencia más importante de las votaciones presidenciales del 2018 es el hecho de que finalmente, en Colombia, la política vuelve a estar dividida no entre un gobierno y una oposición de derecha sino entre las fuerzas progresistas que buscan el cambio social y las fuerzas tradicionalistas que preservan el statu quo inequitativo en lo social, y atrasado en lo económico, sobre la base de las actividades primarias exportadoras, extractivas, sin miramientos con los efectos medioambientales catastróficos de estas actividades.
El Frente Nacional, construido sobre la violencia que le precedió y que inundó de sangre la patria colombiana, fue el acuerdo que significó la renuncia del Partido Liberal a sus banderas progresistas y a su mayoría popular para cogobernar con la minoría y las ideas conservadoras. A partir de allí, los dos partidos se confundieron uno con otro, y la política se convirtió en un juego de yo con yo. Por otro lado, una izquierda minúscula se asomaba tímidamente al juego político, porque la trasmutación de parte de la guerrilla liberal en guerrilla marxista, bajo los acontecimientos de la Guerra Fría, la hacía víctima propiciatoria por parte de las fuerzas del Estado y posteriormente de las paramilitares. En este sentido, el movimiento social como sujeto colectivo que hace parte del trámite democrático de las demandas populares fue victimizado y muchos de sus dirigentes asesinados.
A partir de ahora, con las Farc desarmada por los acuerdos de paz, logrados entre ellas y el gobierno de Santos y que se dejó contar en las elecciones parlamentarias con una minúscula votación, el juego político es entre la izquierda progresista y la derecha tradicionalista, no exento de matices. El statu quo frente al cambio, dentro de los lineamientos de la Constitución del 91, es decir, sobre el principio del respeto a la propiedad privada y la iniciativa individual, pero bajo el marco de una economía social de mercado que le pone límites. No más, pero no menos.
La izquierda ha pasado de 82.000 votos en 1980, que obtuvo Gerardo Molina, a un poco más de 8 millones de votos en el 2018 con Petro. Es decir, se multiplicó por 100 veces. Una tasa de crecimiento nada despreciable. Este resultado es producto no solo de que las Farc hayan entrado a la vida política por vía del acuerdo –hoy en peligro como resultado de las votaciones– , sino al hecho de que el país ha estado muy inequitativamente mal gobernado, a pesar de sus tasas de crecimiento económico, pero que no tiene expresión en unas mejores condiciones de vida y de empleo de los hogares colombianos que tienen que afrontar la informalidad laboral, la alta concentración del ingreso, de la riqueza y de la tierra. ¿Universidad gratuita? Demagogia, dice Héctor Abad.
Es decir, en los últimos 30 años se avanzado poco si se compara con países que viniendo desde atrás, como los asiáticos, han superado con creces a Colombia, tanto en mejores condiciones de vida y de movilidad social como en sofisticación y complejidad de la estructura productiva.
Finalmente, el hecho de que Petro haya ganado no solo en grandes centros urbanos como Cali, Barranquilla y Bogotá sino también en todo el litoral Pacífico, y que en la litoral Atlántico haya estado casi a la par con la maquinaria gamonalista, pone de presente que los colombianos de las zonas más olvidadas y pobres reclaman un lugar sobre la patria que los ha olvidado y excluido.
GUILLERMO MAYA

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