La Navidad no existe. No al menos en términos del país real, ese que vive con las angustias de no lograr lo del diario para comer y para el que los alumbrados públicos son apenas la señal de un mes en que germinan las alzas del año que viene.
Para la operación del Estado tampoco existe la Navidad, entendida como un cese de la actividad de servicio al ciudadano. Aparte de conceptos como la vacancia judicial, que suele abrazarse con los siempre frecuentes paros de juzgados, el Estado no se detiene. Con más veras si el país atraviesa por situaciones difíciles. Y en esas estamos.
Al Gobierno hay que recordarle que la Navidad es un privilegio que no tiene. El espíritu grato que aflora en estas fechas es un anestésico que puede resultar mortal. Si alguien en el Palacio de Nariño está entendiendo que las marchas menos nutridas y la relativa tranquilidad en las protestas son una positiva señal del ‘nancypatrístico’ #NoPudieron, se equivoca. Cuando el agua se retira de la playa, probablemente viene un tsunami.
Las mesas de diálogo entre el Gobierno y los organizadores del paro no han sido fructíferas, quizás porque no escapan de la polarización y de los fundamentalismos, que ya son parte del ADN nacional. Las múltiples cabezas del paro quieren resolver en la mesa todos los problemas del país, entrando al inisible terreno del cogobierno y de las modificaciones a la estructura del Estado. El Gobierno, por su parte, parece seguir mandando el mensaje de que se ha hecho mucho y de que las cosas no van tan mal, con cierta tónica de rendición de cuentas. Rendición es una palabra que ambas partes están lejos de siquiera poder pronunciar.
La más reciente medición Gallup Poll, de Invamer, revela que el 56 por ciento de los colombianos consultados está insatisfecho con sus estándares de vida. El 74 por ciento aprueba las protestas y el 96 por ciento ve con buenos ojos que se hagan en sitios públicos de manera pacífica. En detrimento de los defensores de la teoría del castrochavismo, el 80 por ciento cree que son organizadas por gente del común, inconforme con la situación, aunque más de la mitad siente que sus promotores son políticos de la oposición.
En gracia de discusión, podría aceptarse que amplios sectores toleran las marchas, siempre y cuando sean tranquilas. Eso no necesariamente quiere decir que reconozcan en los líderes del paro a grandes reformadores del Estado o que les hayan delegado representación alguna.
La mejor Navidad que pueden darnos a los colombianos es que el gobierno no tenga Navidad
Se quedan cortos los encuestadores, que no pueden incluir preguntas políticamente incorrectas, como: ¿apoya usted las marchas si bloquean el empleo y afectan la economía?, ¿con el paro arrancó la próxima campaña presidencial?, ¿está de acuerdo con que las mesas de diálogo sean una especie de asamblea constituyente exprés?, ¿le cobran en las calles al Gobierno el paso cansino en el desarrollo de los acuerdos de paz?
Bien haría el Gobierno en no conmoverse mucho con la dulzura de los villancicos y la natilla, y en aprovechar estas semanas para atender, en su justa medida y sin desdibujar al Estado, las peticiones de quienes protestan. O el 20 de enero vamos a estar en las mismas. La mejor Navidad que pueden darnos a los colombianos es que el Gobierno no tenga Navidad.
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Grima. La Contraloría investiga el inusitado aumento en Colombia de pacientes con enfermedades poco comunes y de costoso tratamiento. Los que han visto las cifras y los dineros que se invierten en enfermos cuyas cantidades se inflan no tienen duda de que se trata de más carteles pavorosos para desfalcar al Estado. En robar somos medalla de oro.
GUSTAVO GÓMEZ CÓRDOBA