Nicolás Maduro es un payaso. Un payaso peligroso y aterrador. Versión tropical de Pennywise, el personaje que nació de la pasión de Stephen King por asustarnos. La izquierda, condescendiente con cualquiera que llegue al poder envuelto en la engañosa ruana del socialismo, insiste en minimizar semejante adefesio. Mejores dioptrías tiene la derecha para ver, como dijo Vargas Llosa, el cataclismo que ha originado este mediocre dictador.
Quien quiera animarse a la defensa del socialismo del siglo XXI ahorrará tiempo repasando las cifras de la economía venezolana. A Maduro algo debe movérsele por dentro cuando compara sus reservas internacionales (cayeron 800 millones de dólares) con nuestras cifras y descubre, como evidencia ‘Bloomberg’, que un puñado de empresarios colombianos son más ricos que Venezuela entera. ‘Semana’ recordaba que “no menos impresionante es el dato de que el recaudo total de 2019 fue de 410 millones de dólares. En Colombia, la Dian recaudó más de cien veces eso. Y el solo predial de Bogotá duplica la cifra venezolana”.
No hace falta quemar tiempo en confirmar que la revolución bolivariana es una pantomima fatal y que Maduro tiene la inteligencia de una esponja. Pero, como sabe cualquiera que conozca a Bob, aun las esponjas escurren algo interesante. Y Maduro lo ha hecho, a propósito de otra colosal payasada: el caso Aida Merlano.
Maduro es un payaso ofensivo, de esos que llegan a burlarse de los demás con saña tal que el espectáculo pasa de divertido a grotesco. Pero en sus declaraciones tras la captura de Merlano supo capitalizar la ingenuidad diplomática colombiana, que niega la existencia de Maduro reconociendo como sólido el mandato gaseoso de Juan Guaidó (léase John Whydo, porque es en Estados Unidos donde se diseñó esta exótica figura).
La idea de pedir a Guaidó la extradición de Merlano fue calificada de ridiculez por un Maduro que, acto seguido, hablaba de una “imbecibilidad”, amparado en esa facilidad muy suya de cocinar palabras en seco, sin aceites neuronales. Pero también ofreció a Duque la posibilidad de restablecer algún tipo de relación consular con Caracas. El presidente Duque está en su derecho de pensar lo que quiera de Maduro y no está obligado a estrechar lazos con un gobierno antidemocrático que, además, ha generado una honda crisis económica que afecta a Colombia.
Pero Duque no es el presidente de los venezolanos (como tampoco Guaidó). Es el presidente de los colombianos y, más allá de las malquerencias, debe tomar decisiones en beneficio de sus gobernados. Aceptar relaciones consulares no equivale a darles un espaldarazo a Maduro y sus tropelías.
Los intereses de venezolanos y colombianos están muy por encima del circo madurista
Se trata de facilitarles las cosas a los colombianos y también a los migrantes venezolanos, que hoy hacen parte de nuestra sociedad. Los consulados son apenas una representación de la istración pública, cuya tarea es expedir y renovar documentos oficiales (pasaportes, partidas de defunción, registros de nacimiento, visados) y ofrecer apoyo a los nacionales que se encuentran privados de la libertad.
Es evidente que Maduro usa a Aida Merlano para sacar provecho y que a su maltrecha istración le convendría un guiño consular. Pero las decisiones se toman en beneficio de la gente y sin atarlas siempre al ajedrez de la alta política. Mucho menos dejando que respondan a las presiones de los líderes del partido de gobierno.
Los intereses de venezolanos y colombianos están muy por encima del circo madurista. Y no atenderlos como se debe, eso sí que nos está enredando la pita a todos.
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Grima. El mundo alarmado por el coronavirus, mientras en Locombia no hay ministro de Salud en propiedad.
GUSTAVO GÓMEZ CÓRDOBA