Este espacio promueve la reflexión, en conjunto, sobre las complejas experiencias humanas en el tiempo, la comprensión crítica de nuestro presente y el fomento decidido de la imaginación histórica.
En los últimos meses, debido a la pandemia y a las medidas tomadas para limitar sus estragos, gran parte de la humanidad ha tenido que cambiar sus hábitos cotidianos y alejarse de las personas y de los lugares que antes frecuentaba. Esta transformación súbita está teniendo consecuencias gigantescas (económicas, sociales, políticas, psicológicas, familiares…) que todos sufrimos en mayor o menor medida. Los historiadores no son la excepción.
Como el trabajo de cualquier otro investigador, el del historiador viene y va entre preguntas y respuestas. En teoría, su punto de partida es un conjunto original y articulado de preguntas sobre un asunto humano en el pasado, lo que los ses llaman “problemática”. Este cuestionario nace de sus propias experiencias: la época en que ha vivido, los lugares que ha recorrido, las personas que lo han marcado, las artes que lo han conmovido y los libros que ha leído, no solo de historia, sino también de filosofía, literatura, ciencias sociales en general, divulgación científica, etc.
Tan pronto tiene listo un cuestionario inicial, el historiador hace el balance de lo que se ha escrito sobre el asunto que quiere abordar para diagnosticar qué se sabe al respecto y qué no, y así poder afinar sus preguntas. A continuación, busca respuestas en documentos, no solo escritos, de la época y el lugar que le interesan. Este paso puede calificarse de cronófago: son cientos o tal vez miles de horas las que debe pasar en bibliotecas y archivos, así como en museos o en lugares y comunidades específicas.
El historiador pone entonces sus respuestas por escrito y somete los resultados de su investigación al criterio de sus colegas. Por último, trata de llegar al público más amplio posible, no solo por escrito sino por medio de otros formatos: pódcast, cómic, video, etc. Por desgracia, este paso es excepcional, por lo que las respuestas suelen circular apenas entre los especialistas del tema, un grupo reducidísimo de personas.
En la práctica del oficio, el historiador no siempre da estos pasos en el orden expuesto, pudiendo saltar del uno al otro según sus preferencias, las características de su investigación o la importancia que concede a cada paso. Algunos colegas se preocupan más que otros por la forma. Unos dan más importancia a la formulación de preguntas sofisticadas. Otros andan más pendientes de las respuestas o del hallazgo de documentos nunca antes utilizados para responder las preguntas básicas de un asunto histórico en particular. Varios son los tipos de historiadores y diversas las historias en las que se interesan.
Entre los extremos de pregunta y respuesta se mueve el oficio. La mayor parte de las investigaciones puede ubicarse en algún punto intermedio. Muy pocas son simples cuestionarios sin respuestas, así sean hipotéticas, o simples compilaciones de documentos sin un criterio claro de selección. Sobra decir que la mejor historia, la más difícil de hacer y de encontrar es la que combina sofisticación teórica con trabajo de archivo, de biblioteca y de campo y un formato atractivo para un público amplio.
En estos tiempos de cuarentena y de “distanciamiento social” tengo la impresión de que el extremo metodológico de las respuestas sufre más que el de las preguntas. La afinación del cuestionario depende de bibliografía que, en el caso de un investigador con alguna trayectoria, se encuentra en su biblioteca personal. En ella también hay, sin ninguna duda, fuentes primarias fotocopiadas, escaneadas, fotografiadas, publicadas, etc., para buscar respuestas, pero, en el mejor de los casos, estas representarán un porcentaje insignificante de lo que conservan archivos, bibliotecas, museos, comunidades, etc. de imposible en estos momentos.
Por eso pienso que, en esta coyuntura, la búsqueda de respuestas se ve más afectada que la formulación de preguntas. Más afectada sí, pero tal vez no mucho más, gracias a internet. Hoy en día es posible consultar no solo bibliografía en sitios web y bases de datos (muchas veces pagando), sino también documentos digitalizados por instituciones como el Archivo General de la Nación (que cuenta con el repositorio digital más grande de América Latina con cerca de 24 millones de imágenes) o la Biblioteca Nacional de Colombia.
Continuará.
Carlos Camacho Arango
Centro de Estudios en Historia
Universidad Externado de Colombia