1. Han pasado ya 13 meses de la desaparición del más amado de los nadaístas, el poeta Eduardo Escobar, padre de Lucas y Raquel con Amparo Oliveros, y de Roque y Simón con María Mercedes Román. Hijos bellos y talentosos y ampliamente orgullosos de la obra existencial de su padre. Tuve con él una amistad muy cercana y actividades paralelas, juntos dirigimos en el Medellín del 78, en Radio 15, La voz del nadaísmo, un programa para insomnes y sonámbulos, radioaficionados a perturbar, y en 1999, por Coestrellas, el programa televisivo Nadaísmo ventiao, bajo el sol y las nubes ardientes de Zabrinsky Point. Y nos enfilamos como columnistas de EL TIEMPO desde 1988, él con Contravía y yo con Contratiempo, mientras sosteníamos a la vez columnas en nuestras regiones, él en El Colombiano y yo en El País.
Eduardito, como le decíamos desde el maestro Fernando González hasta sus más cercanos conmilitones, no podrá ser olvidado en razón de sus aleteos por el mundo desalado que le tocó y por la obra monumental que dejara. No pasó un día de su vida sin por lo menos ocho horas frente a las teclas y otras ocho detrás de uno de sus miles de libros. A este respecto, a la sombra de la Internacional Nadaísta que desde Nueva York coordina Michael Smith, y bajo la dirección del infatigable Daniel Suárez, el sábado pasado se celebró la Velada Nadaísta en Matacandelas, ese colectivo teatral que rige Cristóbal Peláez, donde en primer lugar se ofició el lanzamiento del libro Mis primeros 70 años y unos días más, con base en las crónicas publicadas por el poeta en cerca de 15 años en el periódico Universo Centro. Textos de una belleza, una profundidad y un despliegue de afilada picardía e ironía difícilmente comparables.
Me correspondió entablar un conversatorio con Pascual Gaviria, el amigo confidente, guía y mecenas del poeta, que dadas las inéditas revelaciones fue amorosamente recibido por el público numeroso, entre el cual sobresalía nuestra compañera de la vida Teresita Gómez. Pero el recordatorio ritual continuó, con la presentación por el grupo de la Velada metafísica del maestro Fernando González, quien en su Libro de los viajes y de las presencias, en 1959, nos consagró con estas palabras: "Voy a orar por estos jóvenes que se están desnudando". Y en realidad escribimos en los puros cueros y con nuestros propios poemas nos fuimos tapando, hasta terminar casi ahogados. Siguió una evocación de los Yetis, mezclada con llamados rituales a X-504.
Eduardito, como le decíamos desde el maestro Fernando González hasta sus más cercanos, no podrá ser olvidado
en razón de sus aleteos por el mundo desalado que le tocó y por la obra monumental que dejara.
2. Los noticieros de televisión son la guía más necesaria de lo que sucede en un país como el nuestro. Aun teniendo en cuenta que de alguna forma estén sesgados. Sea por la índole política o comercial de sus dueños, sea porque sean oficiales.
Debemos entender que los grandes noticieros (también los radiales) pertenecen a la primera categoría, y a la segunda el RTVC Noticias, dirigido por el valiente y cuestionado periodista Hollman Morris, que acaba de recibir –el pasado 5 de abril– el galardón como Noticiero favorito del público, en los Premios India Catalina, resultado de una vigorosa votación pública.
Desde hace muchos años me he zabullido en la trayectoria de Hollman, como antes lo había hecho con Alfredo Molano y Antonio Caballero, y ahora con la de Daniel Coronell, Antonio Morales, Gonzalo Guillén, quien por sus diatribas contra el pasado establecimiento –y por solidaridad del presidente Petro– hubo de recibir la Casa de Nariño por cárcel. A Hollman lo han atacado desde diferentes frentes en busca de empañarle su trayectoria y capacidad directiva, pero con este premio queda informada la Colombia que votó por él hasta generarle el premio, y la otra que se lo quisiera quitar, de que es un periodista y combatiente de carta cabal. Lo último que había leído de él, con asombro y deleite, fue Una vida, muchas vidas, biografía en primera persona de Gustavo Petro por este "escritor fantasma", quien encarna en todos sus periplos al presidente electo, casi hasta convertirse en su otro yo. Gustavo Petro, a quien me encanta ver en el solio de Bolívar.