En 1974, la revista New Left Review publicó una entrevista del marxista inglés Perry Anderson al filósofo italiano Lucio Colletti. En la entrevista, Colletti contaba que había sido el estallido de la guerra de Corea, y la división del mundo en dos bloques, lo que precipitó su decisión de unirse al Partido Comunista italiano. Lo hizo incluso sintiendo una aversión hacia el estalinismo, sin embargo: “en aquel momento el mundo estaba dividido en dos y era necesario elegir entre uno y otro lado”.
Según la doctrina Zhdánov, o doctrina de los dos campos, el mundo estaba dividido en dos grandes bloques geopolíticos: por un lado, “el bloque antiimperialista y democrático liderado por la Unión Soviética; por otro lado, el bloque imperialista y antidemocrático con Estados Unidos a la cabeza”. Hoy, a pesar del fin de la Guerra Fría, hay una izquierda que sigue leyendo la realidad de esa forma.
Así, el que se atreva a criticar a los regímenes de Cuba, Venezuela o Nicaragua será considerado un “imperialista”, un “oligarca” o un “agente de la CIA”. Poco importan los datos que muestran que esos regímenes son autoritarios, lo importante es que sean “antiimperialistas”. Una izquierda arcaica que se atrinchera en una geopolítica rudimentaria para no encarar la decepción de su propio pueblo, de aquellos que alguna vez creyeron en ellos.
En el contexto de las elecciones venezolanas, esta izquierda campista esgrimió varios argumentos igual de elementales a sus conocimientos de geopolítica. Uno de ellos es que el régimen de Venezuela no puede ser una dictadura porque hay elecciones. ¿Acaso durante la dictadura de Somoza, en Nicaragua, no hubo elecciones? Ya lo decía el sociólogo guatemalteco Edelberto Torres Rivas: “Nicaragua es el mejor ejemplo de una historia de elecciones autoritarias, aquellas que ocurren con apego a la formalidad pero que sirven para legalizar una estructura de poder no democrático. En el periodo de más de cuatro décadas de reinado de la dinastía somocista hubo siete elecciones presidenciales que, naturalmente, siempre ganó el oficialismo”.
En los regímenes autoritarios, cualquier disidente es visto como un traidor y debe ser castigado. Porque en Cuba, Venezuela y Nicaragua se han encargado de pulverizar la izquierda democrática.
¿Y qué me dicen del Frente Nacional? ¿No hubo elecciones durante ese régimen y aun así no sigue siendo considerado una dictadura por gran parte de la izquierda? Una guerrilla, el M-19, nació, y fue nombrada, a partir de un fraude electoral cometido durante ese período.
Siguiendo esa lógica campista, otro de los argumentos ha sido decir que todo el que critica a Maduro apoya a María Corina Machado. En lo personal, desearía que fuera una candidatura de izquierda democrática la que hubiera ganado las elecciones. Pero ¿no se han puesto a pensar por qué es ella la gran opositora y no una líder de izquierda? Porque en los regímenes autoritarios, cualquier disidente es visto como un traidor y debe ser castigado. Porque en Cuba, Venezuela y Nicaragua se han encargado de pulverizar la izquierda democrática.
Si en Colombia, en un gobierno progresista que solo lleva dos años, la persona que critique públicamente a Petro es marginada del Gobierno, imaginen lo que le puede pasar a un disidente en Cuba, Venezuela o Nicaragua: el ostracismo, el exilio y, en algunos casos, la muerte. En Nicaragua, a quien más detesta Ortega no es a la derecha, sino a sus antiguos compañeros de lucha. La izquierda autoritaria detesta que la crítica venga de alguien de su propio campo porque eso la pone en evidencia.
La única manera de que las derechas no se fortalezcan es democratizando las izquierdas; no concentrar el poder ni depositar las esperanzas en torno a una sola figura, como aquí algunos pretenden hacerlo con Petro, solo porque así consiguen contratos y puestos. Ningún partido o movimiento político podrá construir un proyecto realmente emancipador si hacer parte de él implica sacrificar la razón propia.