Qué bruto, me van a decir, seda es con ese de sapo, el batracio símbolo nacional. Pienso en otra ruta, pues el espectáculo visto esta semana en el Congreso es triste, es muestra de a lo que se ha llegado en la política en este gobierno, con posiciones irreconciliables que se debaten entre la soberbia y los intereses personales y partidistas.
Lo que vimos cuando se cayó y se descalabró la consulta popular se parece más a un partido de fútbol de esos que se dan casi todas las semanas aquí, donde ha habido juego sucio, roces, guayo los 90 minutos, va la madre pa’l convento, la suya que ni le cuento, y al final los perdedores invaden la cancha, se les van encima a los árbitros, los rodean, los acusan de fraude, de que se pitó antes de tiempo. Y amenazan con demandar y sacar las barras bravas a las calles. Así, con el fútbol, con taches arriba e insultos abajo, vimos el feo espectáculo en los augustos salones del Congreso. Nuestra política es una pena máxima.
Lo de fútbol, donde a muchos jugadores les rozan el glúteo y se agarran la cara y se revuelcan con tanto dolor que asustan hasta a los médicos, ya se sabe, es penosa marrulla. Y es falta de respeto con ellos mismos, con su profesión y con el público. La televisión los desnuda ante el país. Pero aquí es el Congreso Nacional, son nuestros padres de la plata, nuestros respetables ministros, los que legislan y representan a la sociedad, los defensores de la institucionalidad. Bueno, la televisión también los desnuda y se les ven las vergüenzas.
Imagina uno al ministro del Interior en su mensaje al Presidente, quien estaba en China diciendo Xi, Jinping y firmando un plan de cooperación para adherir a la Ruta de la Seda, decirle: “Erdaaa, se cayó la consulta, presidente”. –“¿No es un cuento, chino?”–. –“No, perdimos 47 a 49”–. E imagina a Petro decir en chino dâilîng manc-chón, jiédao sacu-dón. Eso quiere decir saquemos la gente a la calle.
Lo malo es que eso ya, en chino, está can-chón, Presidente; la gente está desencantada y con los zapatos y las ilusiones rotas. Quiere menos polarización y más resultados en muchos frentes sensibles, seguridad, salud y sobre todo la corrupción, con tanto chang-chu-lló, rampante e indignante.
El camino era revivir la reforma laboral. Nos ahorramos unos 700.000 millones de pesos, que se iban, chan con chan, más para campaña política y mayor polarización. Esta reforma se necesita, claro. Pero se tiene que hacer bien, concertada, sin mediciones políticas, pensando realmente en la gente y en el país. Una reforma donde se escuche a los que dan trabajo y a los trabajadores. Las conquistas laborales son fundamentales, pero toca pensar en los informales, en los de rebusque, que son mayoría, el 55 por ciento según dato del Dane, en 2024. En todos.
Es la hora de tomar la ruta de la ceda, o sea, que cada lado ceda, con grandeza, sin odios. Los acuerdos son difíciles cuando aquí hasta en el camerino del Gobierno vuelan botellas. Pero son urgentes, se necesitan respeto y entendimiento y oír a los expertos, a los empresarios, a los gremios y a los trabajadores. Y Dios quiera que haya algo de generosidad de todos.
En chino, la kângkâi no quiere decir la embarrada con c, sino generosidad. Tal vez en cien años no nazca un nuevo Pepe Mujica, ese hombre inmenso que humanizó la política, generoso, sencillo, austero, que donó casi todo su sueldo para lo social, que prefirió su parcela a los palacios. Y así se ganó algo invaluable: la iración mundial y la gratitud de su pueblo. Muchos políticos podrían, al menos, parecerse en humanidad.
Mucho del futuro del país está en juego. Así que este podría ser, al fin, un Congreso irable. Espíritus del papa Francisco y de Pepe Mujica, asístanlos.