Aunque Colombia no es Venezuela, hay lecciones que no se deben ignorar.
Primero. Unificar la oposición.
La oposición dispersa, donde primaron las vanidades y las ambiciones individuales en el pasado, permitió que Maduro llegara hasta donde llegó. Si alguna esperanza se abre hoy es porque se consolidaron en Venezuela y ante la comunidad internacional el liderazgo histórico de María Corina y la candidatura única de Edmundo. Hasta los militares inconformes que pueden jugar un papel muy importante votaron por Edmundo.
Segunda. Hiperreaccionar ante cualquier intento de afectar la independencia del poder electoral.
Venezuela está donde está, entre otras razones, porque permitieron que Maduro anulara una autoridad electoral independiente y en cambio instalara una de bolsillo. Ojo. Tolerancia cero en ese frente.
Tercera. Defender la independencia de poderes.
Altas cortes y congresos controlados por el tirano anulan la democracia. Punto. Eso es lo que está en juego, por ejemplo, con la elección de magistrados de altas cortes o con los parlamentarios que se venden a cambio de premios políticos y/o económicos.
Cuarta. Mantener la guardia alta.
Cada señal de abuso del poder, populismo intransigente o invasión de la órbita de otras ramas del poder debe ser denunciada, exhibida, rechazada y enfrentada para evitar que se normalicen comportamientos que a la postre conducen a una usurpación del poder.
Una pequeña usurpación de poder hoy puede ser una dictadura mañana. Así empezó Maduro.
Quinta. Rechazar las malas amistades.
Dime con quién andas y te diré quién eres, decía mi abuelita. Los que se juntan con dictadores, como Maduro o como el cubano, terminan pareciéndose a ellos.
Sexta. Rechazar los malos ejemplos.
Los dictadores se van cogiendo confianza si se toleran sus abusos de poder.
Venezuela está donde está, entre otras razones, porque permitieron que Maduro anulara una autoridad electoral independiente y en cambio instalara una de bolsillo. Ojo. Tolerancia cero en ese frente
Uso indebido de bienes del Estado, favorecimiento indebido de parientes o amigos, tolerancia frente a hechos de corrupción, favorecimiento o protección en altos cargos de personajes acusados de corrupción u otros delitos, incumplimientos frente a deberes de Estado y conductas similares están mal, deben ser reprochadas y no se deben tolerar.
Proteger a un bandido sonriente hoy puede ser el primer paso para que luego se instalen poderes criminales en el Estado.
Séptima. Defender a ultranza el sector privado.
Además de corruptos, los tiranos y dictadores del siglo XXI son estatizadores, enemigos de libertad de empresa, confiscadores, expropiadores, fiscalistas y alcabaleros frente al sector productivo, derrochones en el gasto público y populistas en la entrega de subsidios con la plata de los impuestos.
Octava. Reclamar por el mal gobierno.
No puede volverse costumbre que haya ministros ineptos, directivos incompetentes, funcionarios inútiles. Los tiranos son malos gobernantes. Puro blablablá, entonces no se les puede hacer el juego. Hay que exigir derechos. Hay que exigir eficiencia del Estado todos los días.
Novena. Trabajar con la juventud.
Los tiranos del siglo XXI seducen a los jóvenes a punta de narrativas ingeniosas y luego los traicionan. Pero a veces los desencantos llegan demasiado tarde, cuando el mal ya está hecho. El diálogo con los jóvenes debe ser de todas las horas para entenderlos, interpretarlos, ayudarlos y promoverlos.
Décima. Construir un sueño de país.
Nadie quiere a los llorones que solo se quejan. Ni a los que solo denuncian. Ni a los que solo hablan de lo mal que lo hace el gobernante.
A los países hay que darles un rumbo, ofrecerles esperanza, señalarles un camino a partir de un modelo realista e inspirador que supere al tirano sin nostalgias paralizantes por el pasado.
JUAN LOZANO