La consciencia sobre la predisposition y el prejuicio que sesga el criterio de las decisiones debería hacerse consciente para evaluar el nivel de confidencia que tenemos en las conclusiones y acciones que materializan. Yo no voté por Gustavo Petro. No comparto la gran mayoría de sus afirmaciones y decisiones, pero ninguna de ellas me sorprende. Petro es coherente con sus ideas y comportamiento de su pasado guerrillero y con su mal desempeño como alcalde de Bogotá. ¿Quién esta sorprendido?
Desde el lado de sus seguidores, pensaría que están sorprendidos quienes se dejaron llevar por el discurso, en lo que él es eficiente, sin contrastar esas palabras de utopías y agresivas hechas de viento con la data y hechos históricos y con el filtro de la realidad que aterriza cuando se estudian las implicaciones humanas, tecnológicas, mecánicas y financieras que involucran las propuestas.
Desde el lado de sus no seguidores sorprendidos, me temo que a veces este nivel de ingenuidad tiene algo de aislamiento e incultura. Amplío. El nivel de desconocimiento, observación y o con el país debe ser un esfuerzo. Cuando se camina por el centro de Bogotá, por ejemplo, se entiende el descontento. Está el mendigo que no tiene la oportunidad de mostrarse como ser humano ante la mirada esquiva, el drogadicto que deja la duda sobre cómo sobrevive, el ladrón, o no, que hace apretar la cartera, asegurar el celular y haber dejado los rios en la oficina. ¿Votarían ellos por Petro? ¿Votarán ellos por la continuidad de este gobierno? ¿Si usted viviera en esas situaciones, por quién votaría? ¿Estaría conforme?
Tocar la realidad dejaría menos sorprendidos con el gobierno del Presidente y más acciones de contrapeso más inteligentes y humanas.
Mientras esas respuestas vagan por la mente a lugares donde las porterías y las rejas protegen, pero a su vez aíslan de la propia comunidad aparecen otros seres. Los he visto. Varias veces. Son rutinarios. Les quiero contar de ellos desde lo real de su físico y la imaginación que no se maravilla.
La joven de la trenza rubia y delgada que baja más allá de la cintura. A ella la he encontrado en el semáforo donde la carrera quinta desemboca en la calle 24. A la izquierda, la Universidad Jorge Tadeo Lozano; a la derecha, el pequeño parque de la gran palmera y el pino que anticipa la Biblioteca Luis Ángel Arango. Es muy delgada. Siempre viste idéntico. Su color es el negro. Sombrero, una camisa esqueleto con una impresión blanca, pantalones apretados deportivos y tenis. Su cuerpo es esbelto, pero sin mucha habilidad, practica malabares con tres bolos que caen con frecuencia sin que parezca afecten su empeño. Pero hay un secreto. Una magia: su sonrisa.
El señor que madruga con el pelo largo y altos volúmenes de grasa. Sube temprano por la calle 22 viniendo de la carrera décima. Lo suelo ver por la acera al otro lado de la calle de la bella panadería El Cometa. Es muy alto y muy delgado. Mezcla los grises de su pantalón y su camisa con un saco. Erguido, parece reflejar el orgullo de la elegancia de otra época que incluye su cabello al hombro muy peinado y brillante que hacen especial su rostro sin gracia. Simple con un detalle, un maletín de cuero en su mano que parece de la época del Bogotazo. Pero hay un secreto. Una magia: refleja felicidad consigo mismo.
El señor que toma el sol. Cuando lo veo ya el sol ha sobrepasado los Andes y está en medio del puente de la carrera quinta sobre la avenida 26. Es medianamente mayor. Barbudo. Los colores de su ropa se diluyeron hace tiempo en el polvo de la calle. Viste de arena. Siempre lo encuentro de espaldas. Nunca deja ver sus ojos. Están cerrados y ocupados aislando el entorno. Dirige su cuerpo hacia el sur, con la cabeza mirando al cielo y los brazos abiertos y altos para recibir ese calor reconfortarte de la mañana en compañía del imponente Monserrate. Pero hay un secreto. Una magia: no ha perdido el placer de sentir y cuidarse.
Estas bellas historias semiimaginadas evidentemente contrastan con otras versiones, pero salir sin miedo y tener o con las realidades en la ciudad y en el territorio es lo que permite la afinidad y el entendimiento. Activar la acción. Es caminar en el otro. Tocar la realidad dejaría menos sorprendidos con el gobierno del Presidente y más acciones de contrapeso más inteligentes y humanas.