Habría tenido el mismo resultado si el Congreso la aprueba aquella tarde y de pronto, para esa fecha, Petro no alcanza el umbral de los 13 millones de votantes. Escucharíamos las mismas expresiones de ahora: hubo fraude, salga la clase trabajadora a la calle, doy orden a las Fuerzas Armadas de que no ataquen al pueblo, malandrín, cerró el escrutinio muy rápido... Calcado todo de las cosas tremendas que oímos desde que Benedetti fue derrotado en el Congreso, así fuera por dos votos, cuando todo indicaba que la consulta estaba ganada. Pero en el proceso, el Gobierno cometió varios graves errores que explicarían este resultado.
El primero, los insultos y las amenazas al Congreso. Obviamente, eso es popular tratándose de una de las instituciones más desprestigiadas del país, pero tiene su costo. En este caso fue que a la primera oportunidad los senadores le arrebataron al Gobierno, de vuelta, su función natural, cual es legislar. Y viene entonces el segundo gran error.
No haber podido impedir que aquella tarde los congresistas revivieran la hundida reforma laboral, que ahora recupera su marcha en el Senado. Esta, colocada en el orden del día, hábil pero legítima estrategia de la oposición sirvió de puerta para que varios senadores reflexionaran: ¿para qué la costosísima consulta, si haremos una reforma? El proceso de revivir la consulta fue, sin embargo, confuso; había una apelación de por medio que obligaba a votar sí por el no y no por el sí. El Gobierno, encabezado por Benedetti y sus huestes, se dio cuenta tarde de que el proyecto de reforma laboral iba a revivir con este gobierno de opositor (¿qué tal?) y, en medio del debate, se cambiaron de bando. Muy tarde.
El tercer gran error es que la opinión y obviamente el Congreso se dieron cuenta, muy pronto, de que la tal consulta popular, más que una lucha por aquellos trabajadores con el privilegio de tener empleo en Colombia, era un vehículo del Gobierno para la politiquería electoral. Prueba reina es que a pesar de que ya cursa una reforma laboral en el Congreso, el Gobierno anuncia que radicará de nuevo (por consejo de Roy Barreras) la consulta popular, por lo que finalmente no se salvarían los más de $ 700.000 millones que se invertirían en la campaña petrista. ¿Si de verdad el interés son los trabajadores, por qué no le meten todo a la reforma laboral que a partir del lunes se discutirá en el Congreso?
Por último, y esto no es error sino una muestra de gran brutalidad, si las mayorías parlamentarias resolvieron resucitar la rechazada reforma laboral, ¿cómo es posible que el Gobierno cometa esa bestialidad de no reclamar que ganó, sino empeñarse en que perdió?
La opinión y obviamente el Congreso se dieron cuenta, muy pronto, de que la tal consulta popular, más que una lucha por aquellos trabajadores con el privilegio de tener empleo en Colombia, era un vehículo del Gobierno para la politiquería electoral
No gastaré mi tiempo en comentar la patanería de Benedetti. Pero sí quisiera resaltar algunas curiosidades, como la forma enérgica en que la senadora María José Pizarro lo trancó para que no cogiera a puños al secretario del Senado. Eso merecía llenarla de puntos; pero borrando el mérito, a continuación salió a declarar que el presidente del Congreso, senador Cepeda, era “el jefe de la banda”. ¿De cuál banda? Aquí sí hay una banda, la de los ladrones que han integrado o integran aún los círculos cercanos al Gobierno. Pero seguro la senadora Pizarro no se refiere a “esa” banda.
En cuanto a la investigada congresista Martha Peralta, cuyo voto era urgente para el Gobierno, prefirió irse a la peluquería, según Néstor Morales en Blu. Otras fuentes hablan de que se ausentó de la sesión porque nada que le nombran a un recomendado y porque Petro no la recibe desde que resultó supuestamente untada de UNGRD. Está sentida. El hecho es que no estuvo en el recinto ni durante la votación, ni después, por lo menos durante los diez minutos posteriores que duró el aterrador berrinche de los malos perdedores.
Hay que reconocer que el Mira fue definitivo en el resultado, porque sus 3 senadores resolvieron a última hora votar negativamente. El partido más disciplinado fue el uribista, cuyos senadores, especialmente Paloma, hicieron notables intervenciones. En cuanto a los disidentes del Partido Liberal y del Partido Conservador, los “lentejos” del momento, muchos se ausentaron para no tener que votar y arriesgarse a ser sancionados por sus respectivos partidos. Aun así, Benedetti se atrevió a reclamar porque dizque estos no pudieron votar. A lo que él respondió: “Ellos no debían votar, pero podían votar”. Esa frase me fascinó.
Porque, de manera muy escueta, señala cuál es la línea moral de este gobierno. Amenazar con revocar al Congreso y con utilizar la democracia participativa para destruir un poder público no se debe, pero en este gobierno, se puede.
MARÍA ISABEL RUEDA