La larga entrevista concedida por el presidente Gustavo Petro al diario madrileño ‘El País’ pasará a la historia como la mayor confesión de impotencia e ineptitud de un jefe de Estado en varias décadas. En ella, Petro no trazó meta de gestión alguna para los 17 meses que le quedan, no planteó objetivos de ejecución ni especificó las tareas istrativas del gabinete que acaba de revolcar de manera profunda.
En cambio, el Presidente se entregó a las confesiones. Como mandatario, se declara “absolutamente infeliz”, ite que se aisló en esa Casa de Nariño que detesta porque es “una mala imitación sa” (en eso tiene razón), un palacio que “no me gusta ni cinco”. Y sugiere que hay fantasmas y que quiere llevar “un experto en estas materias” para espantarlos. ¡Cuánto irá a cobrar el espiritista!
El entrevistador siente lástima: describe a Petro “visiblemente cansado”, y eso que son las tres de la tarde cuando se reúnen. Es un hombre abatido que le cuenta que tiene “un virus con todo”. Sin que eso merezca una repregunta del periodista –se nota que no le quiere caer encima–, Petro acepta que se equivocó al creer en la gente que lo rodea. También reconoce que erró al imaginar que podía “hacer una revolución gobernando”, y deja entender que fracasó.
Un año y medio antes de terminar, desiste y le deja la tarea al pueblo, en el futuro. El Gobierno toca a su fin y el Presidente lo ite cuando explica que ahora sí va a hablar de los líos penales de su hijo Nicolás, a pesar de su promesa de no hacerlo mientras estuviera en el poder, “porque ya casi está pasando el Gobierno”. ¡Le queda casi un tercio y ya lo da por acabado! Eso explica que el jueves, al presentar a su nuevo gabinete, no pidiese a los ministros ejecución alguna. Solo les demandó que promuevan “una gran movilización (...) de la manera que sabemos hacerlo”.
Petro acepta que se equivocó al creer en la gente que lo rodea. También reconoce que erró al imaginar que podía 'hacer una revolución gobernando', y deja entender que fracasó
En aquello del final anticipado de su gestión, Petro luce realista, pero no en el balance que hace de la Paz Total: en el colmo de la negación, asegura que “está avanzando bien...”. Nadie le ha explicado que, si bien hay un ligero descenso en la tasa de homicidios, el secuestro se disparó 122 % en su mandato, mientras crecen, velozmente, la extorsión, el reclutamiento forzado (en especial de menores) y el confinamiento de la población civil en varias regiones, ante los límites que las bandas criminales imponen a la libre movilización. En la encuesta Invamer recién divulgada, Petro se hunde con 63 % de desaprobación. En contra de lo que él piensa, el 70 % de los encuestados dicen que la Paz Total va por mal camino; hace dos años, solo lo pensaba un 49 %.
La cereza del postre de esta semana exquisita de confesiones presidenciales fue que Petro les pidiera a los ministros que “penetren la olla de la corrupción”. No les pidió que la destapen ni acaben. Mal haría, cuando el nuevo líder de su equipo es Armando Benedetti, quien ya está penetrando esa olla con los enmermelados pactos que intenta con algunos congresistas. Es fácil predecirlo: los parlamentarios que se dejen untar, terminarán ante la sala penal de la Corte Suprema.
Asistimos a los estertores del gobierno del cambio, con un Petro “absolutamente infeliz”, frustrado porque no pudo hacer la revolución, y que confiesa que “ya casi está pasando el Gobierno”. Pero claro, en su agonía que será larga (más de 500 días), el desatino y la inutilidad del Ejecutivo causarán mucho más daño del ocasionado hasta ahora.
En agosto de 2023, tras las revelaciones sobre enriquecimiento ilícito y lavado de activos de Nicolás Petro, sugerí en una columna que, en algún momento, al Presidente le iba a dar por renunciar. Esta semana lo hizo. Esa renuncia no implica que deja el cargo, solo que deja de gobernar, que desiste de sus metas y propósitos, de cualquier logro o ejecución. Ha gobernado tan poco en estos 31 meses que apenas se va a notar la diferencia.
MAURICIO VARGAS
IG: @mvargaslinares