El menú Petro

Aunque se ha intensificado en los últimos cien días, llevamos más de dos años de petrismo a la mesa. A los ricos les toca tragarse el menú convencidos de que se están indigestando, la clase media lo digiere a regañadientes, y los pobres están ilusionados por tener en poco tiempo sobre su mesa la sabrosura de Petro al curri.

La oposición petrista es una sociedad anónima. Organizan marchas que para algunos parecen fúnebres; para otros, nupciales, y los menos agresivos señalan en sus comentarios que se trata de una convocatoria para que el adulto mayor pueda callejear. Y ni hablar de los entusados; los excandidatos presidenciales, quienes refunfuñan de cómo podrían haberlo hecho mejor, o de cómo el empresario e ingeniero Hernández demostró que en política le va mejor en demoliciones que en construcciones.

En este diagnóstico opositor, los gremios económicos se mueven entre quejarse al estilo de sindicalistas con megáfono y lanzarse de bruces a los brazos de Petro, recibiendo en los dos casos indiferencia.

Ante ese desolador panorama de los contradictores del Gobierno, autoproclamado “histórico”, Petro necesitaba de alguien para que fungiera como su ‘sparring’, y nadie mejor que Álvaro Uribe Vélez para tal fin. Desgastado por su frágil partido, con un proceso penal a cuestas y recibiendo palo de sus propios camaradas, mirarse en ese espejo era el escenario ideal para que Petro estrenara su gobierno del llamado cambio y marcara la diferencia.

Hay similitudes en los métodos, con diferencia en los objetivos. Por ejemplo, mientras Uribe en 2002 les pidió plata a los más ricos para hacer la guerra, Petro hizo lo mismo para la paz.

Entre tanto, a los altos mandos militares, que empezaron como tenientes en la época de la seguridad democrática, les aplicó lo mismo que recibieron los del M-19 hace más de 40 años, cuando fueron víctimas de la célebre frase del coronel Ñungo, fiscal en consejos de guerra: “Es preferible condenar a un inocente que dejar libre a un culpable”. En la cúpula que recibió no queda duda de que hizo pagar a justos por pecadores.

También coinciden en su relacionamiento con la ciudadanía y en la repetición de la fórmula. Para uno era consejos comunitarios y, para el otro, diálogos vinculantes, donde los protagonistas para lo bueno son ellos y los responsables de lo malo siempre serán los demás.

Donde no tienen ningún parecido es en que mientras el presidente Gustavo cree que se va a tomar el mundo “climatizándolo”, el otro, el expresidente de El Ubérrimo, sigue convencido de que cuando mueve la cerca de su finca, mueve el mundo y no la cerca.

Una de las proezas de estos primeros cien días de este gobierno es haber cooptado al grupo Sagasa: Santos, Gaviria y Samper. Petro los puso a mover los pies mientras él movía las manos. Le apoyaron todas sus iniciativas legislativas, así el costo fuera una gran porción de azúcar en frascos de mermelada. Como decía un ex primer ministro chino: “No importa el color del gato mientras pueda cazar ratones”.

Ahora bien, en temas como la paz total, dista mucho de lo que hicieron sus antecesores. Mientras los Sagasa pescaban con anzuelo, el Presidente del Pacto Histórico lo hace con atarraya. La apuesta es riesgosa, porque con el anzuelo se sabe qué se consigue y qué se desecha. Con la atarraya se atrapan pargos, pero también muchos residuos peligrosos y no reciclables. ‘A priori’, pareciera que estamos más frente a un proceso que prioriza la reparación económica, antes que la verdad y la justicia.

Como ciudadano tengo algunas inquietudes por el menú Petro: los ingredientes son cada día más costosos; sin gas no hay cómo cocinarlos; sin petróleo no se pueden exportar, y las altas tasas de interés de los gringos y de la junta Carrasquilla hacen difícil acceder a él.

No habrá menú que valga si no logramos una Colombia sin hambre.

LUIS EDUARDO GARZÓN