La región ha sufrido múltiples choques en los últimos años. A la pandemia se suman los efectos de la guerra en Ucrania, los desastres naturales que han golpeado especialmente a los países del Caribe y el descontento y la polarización social. En todos los países los gobiernos se han activado para contener un golpe tras otro y responder a la coyuntura. El riesgo es que atender a lo urgente desvíe la atención de lo que es importante para entrar de una vez por todas en una senda sostenible de desarrollo. Esta fue la idea central de mi intervención en el Foro Global de América Latina y el Caribe, que se llevó a cabo en Nueva York la semana pasada durante la Asamblea General de las Naciones Unidas.
La dificultad con la que la región navegó la pandemia tiene que ver con condiciones pre-existentes. En primer lugar, la proporción extremadamente alta de trabajadores en el autoempleo o en empresas miniatura, la mayoría de ellos en la informalidad, significó que mucha gente perdió su ingreso de un día para otro y quedó desprotegida. En segundo lugar, la baja capacidad de respuesta de los gobiernos significó la imposibilidad de impedir la caída en la pobreza de una proporción alta de los hogares.
Los gobiernos no tenían a todos los que debían atender en su radar porque la informalidad se tradujo en invisibilidad ante las agencias del Estado. También enfrentaron dificultades logísticas para la entrega de transferencias por los bajos niveles de bancarización y conectividad de la población, y no tenían capacidad fiscal para compensar adecuadamente los ingresos perdidos de los trabajadores, en la mayoría de los casos. En tercer lugar, la región entró en la pandemia con sus altos niveles de desigualdad. La gente vivió de manera muy distinta el choque, dependiendo de su lugar sobre la distribución del ingreso y la riqueza. Posiblemente la peor expresión de la desigualdad y la que será más costosa en el largo plazo es la desigualdad en el a educación de calidad de los niños.
Los gobiernos se han afanado en subvencionar a los hogares más pobres para que no sientan el golpe de los mayores precios, algo que es muy difícil de sostener responsablemente.
A ese mal lugar se han sumado este año los efectos de la guerra en Ucrania. La oferta reducida de alimentos, fertilizantes y combustibles se ha traducido en precios más altos, que han obligado a tomar medidas difíciles. Los bancos centrales han intervenido las tasas de interés para contener la inflación –un remedio necesario para evitar alzas aún mayores de los precios, pero un trago amargo porque aprietan la actividad económica en un momento en que necesitamos que las economías puedan crecer–. Y los gobiernos se han afanado en subvencionar a los hogares más pobres para que no sientan el golpe de los mayores precios, algo que es muy difícil de sostener responsablemente en un marco de restricción fiscal, cuando, en la mayoría de los casos, no hay plata con qué hacerlo. Además, la incertidumbre que trae consigo la guerra ha significado el tránsito del capital a inversiones más seguras poniéndole presión a las tasas de cambio. En el Foro Global preguntaban si sería necesaria más proactividad por parte de los gobiernos para frenar la devaluación de las monedas. La respuesta es un no rotundo. No puedo imaginar un peor escenario que agotar las reservas internacionales de los países intentando contrarrestar lo incontenible. Estamos ante el riesgo de agotar el espacio de acción de los gobiernos con intervenciones para enfrentar la coyuntura que son insostenibles y pueden ser inútiles.
Con un ingrediente adicional: el descontento generalizado que se ha visto en las calles de las principales cuidades de la región en los últimos años demandando cambio les pone a los gobiernos una presión inédita para actuar rápidamente. Pero el contexto es complejo y la inercia de problemas estructurales muy antiguos hace imposible a cualquier gobierno responder con efectividad en el corto plazo. Ojalá que el tiempo y los recursos no se nos vayan en reaccionarle a la coyuntura. Que los gobiernos de la región se empecinen a mantener el foco en el mediano y el largo plazo.
MARCELA MELÉNDEZ