Durante siglos, incluso después de nuestro grito de independencia, la Real Academia Española ha mantenido un estricto control sobre la forma en que utilizamos el español en el continente americano. El control de la lengua es el último bastión de un sangriento sistema colonial. A pesar de que dicho sistema se desintegró y los territorios controlados por la corona se convirtieron en naciones autónomas, persiste la obediencia lingüística y nadie en territorio americano ha osado cuestionar el poder de la omnipresente RAE. La obedecemos a pesar de que no reconocen las palabras creadas en América como español “puro” y las relegan a un diccionario de ‘americanismos’.
De allí que, en un artículo publicado en eldiario.es, se clama incluso que el español que hablamos a este lado del charco “no existe”, y que palabras como ‘falda’ y ‘nevera’ son términos que en realidad nadie utiliza y que hacen parte de un esfuerzo de Disney en los 80 por destrozar el verdadero español que importa: el peninsular.
La verdad es que en Latinoamérica hemos soportado ya demasiados desaires frente a nuestro propio uso de una lengua impuesta a sangre y fuego, como si no les fuera suficiente con la erradicación de una herencia indígena milenaria. Si no podemos evitar hablar español y si es casi imposible extirparlo tras cinco siglos de presencia en nuestro continente, lo que sí podemos hacer es desmarcarnos de una academia restrictiva y limitante.
La Real Academia Española, esa especie de reyezuelo de la lengua, ni siquiera hoy reconoce términos paridos en América como ‘ripostar’ y los relega con desprecio. Aun así, en este lado del charco, por alguna misteriosa razón, seguimos obedientes esta relación de sumisión, si bien no nos une ya ningún lazo a la madrastra patria. Mientras tanto, lenguas como el inglés van creciendo y ramificándose a voluntad sin que ninguna academia discrimine entre el inglés ‘real’ o producido en Inglaterra y el inglés ‘bastardo’ o producido en Estados Unidos, Canadá o Australia.
El inglés, a diferencia del español, va cual vaquero del lejano oeste conquistando tierras y expandiéndose a voluntad al punto de que cuenta ya con unas 600.000 palabras. Mientras tanto, en el español limitadísimo que nos permite su majestad la RAE tenemos que bandearnos con menos de 80.000.
Los hablantes de la lengua española en Latinoamérica están en mora de lanzar un sonoro grito de independencia contra el control de la RAE para empezar a expandir la lengua a voluntad, e incorporar todos los términos que llevamos siglos usando, pero que injustamente se han relegado al cajón del ‘español de segunda’.
Nada les debemos a los señores de la RAE que en una mesa redonda controlan, a silla por letra, la forma en que cientos de millones de hablantes se expresan —nos expresamos— a decenas de miles de kilómetros de distancia. Y no solo eso, estamos también en mora de reivindicar las lenguas indígenas que hoy malviven acorraladas y que fueron prácticamente exterminadas por la corona española. Tenemos que revivirlas, estudiarlas, protegerlas y enaltecerlas, pues son ellas sobrevivientes de uno de los mayores genocidios que haya registrado la historia de la humanidad: el arribo de los españoles a América. Nuestro español no solo existe, a diferencia de lo que cree la soberbia España, sino que tenemos que partir cobijas de una vez y para siempre con un país que explotó nuestras tierras, violó nuestras mujeres y esclavizó a negros e indígenas durante siglos, no queremos tener cerca a esas chandas*.
(*chanda. (Del quechua. chhanta, sarna).1. f. Co. Cosa fea y de mala calidad.)
MARÍA ANTONIA GARCÍA DE LA TORRE