Hace tan solo unas horas, la ONU anunció que el planeta “había concluido la era del calentamiento global y había iniciado la era de la ebullición climática”. Aunque la noticia es alarmante a todo nivel, considero que este mensaje ampliará la brecha entre el saber y el hacer. Seguramente, las escuelas de colapsología de Francia deben haber confirmado sus apocalípticas teorías.
Pareciera que la única forma de comunicar temas asociados con el cambio climático es a partir del colapso y el derrumbe de nuestra civilización. La colapsología, en síntesis, enfrenta la convergencia de las principales crisis del mundo contemporáneo. Las conecta directamente para hacerle entender a cualquiera que vivimos en una época de transformaciones abruptas.
La situación que vivimos actualmente es crítica y responde a una serie de efectos catalizadores que se entrelazan y se sienten como un efecto búmeran sobre las diferentes dinámicas del desarrollo y al mismo tiempo sobre todos nosotros.
De por sí la experiencia de los últimos años nos ha indicado que es muy difícil que todos estén alineados bajo un mismo mensaje.
No es que no nos debamos preocupar por lo que está pasando en el mundo hoy —o lo que simplemente no sucede—, lo que me preocupa es cómo lo estamos comunicando y qué palabras estamos usando para convertirlo en una prioridad a nivel global y nacional. ¿Cómo gestionamos la ambición de medidas eficientes si por el otro lado recibimos mensajes apocalípticos? Apague y vámonos.
Creo en el poder de las palabras y, por esta razón, me preocupa la reacción que pueda existir desde diferentes grupos de interés frente a la acción climática. De por sí la experiencia de los últimos años nos ha indicado que es muy difícil que todos estén alineados bajo un mismo mensaje. Basta con presenciar las dinámicas, a veces escalofriantes, que surgen de las negociaciones anuales del clima para darse cuenta.
Sin ir tan lejos, en constantes reuniones y encuentros con actores implicados en el desarrollo sostenible del país es habitual toparme con críticos frente al cambio climático, los cuales por supuesto no son negacionistas, pero sí representan un gran porcentaje de la población que tiene múltiples dudas sobre cómo gestionar el tema dentro de sus empresas y organizaciones (desde inversionistas y gerentes hasta alcaldes y gobernadores).
Si nos adentramos en esto, encontraremos complejas preguntas, dudas, interrogantes y cuestionamientos sobre la gestión oportuna de la acción climática desde diferentes frentes. En muchas de estas, seguramente se añadirá esta nueva terminología. No obstante los grandes esfuerzos que se promueven para incrementar la pedagogía climática en múltiples niveles, es normal encontrar muchos conflictos epistemológicos aún.
Debemos sincerarnos con la necesidad de cambiar nuestras formas de comunicación urgentemente y al mismo tiempo aumentar la alfabetización climática acercando absolutamente a todos. Enfrentar la colapsología inicia con el hecho de ser conscientes de que hoy estamos vivos y tenemos la capacidad de diseñar futuros posibles.
MARÍA EUGENIA RINAUDO