La historia humana es una de imaginaciones, creaciones y descubrimientos. De conquistas. Una evolución fascinante: la extracción de recursos, la manufactura de productos, la entrega de servicios y la creación de momentos y experiencias. Entonces llega la inteligencia artificial (IA). Una buena noticia para mirar con cautela. Cada paso icónico de esta evolución ha generado transformaciones sociales dramáticas que, aunque se asuman con seducción, crean también profundas resistencias de acuerdo con nuestra capacidad de adaptación individual y colectiva.
Singularity University explica muy bien la evolución exponencial de la tecnología: el cambio es cada vez más grande, o sea, es mayor su impacto, y más rápido; es decir, tenemos menos tiempo de adaptación. En una época en la cual se diagnostica un agotamiento emocional que sobrecoge a las personas consecuencia de este frenesí.
La IA aumenta la presión al ser humano, sus oficios y empresas. Expertos afirman que un año de evolución hoy equivale a 10 años pre-IA. El reto humano para mantener y aumentar el conocimiento competitivo es extraordinario.
Una realidad aturdidora, por ejemplo, es que el individuo cada vez más pierde su capacidad de discernir entre lo real y lo falso. Hace unas semanas circuló una foto de una explosión del Pentágono. Las redes reaccionaron fascinadas y la llamaron “falsa”. Pero vale la pena una precisión: la imagen es real, la explosión es falsa. Estamos ante nuevas realidades y complejidades.
Aunque la regulación digital siempre ha estado rezagada, debería ponerse al día desde los valores, pues lo incorrecto lo es per se.
Sin susto. Se deben celebrar las oportunidades soportadas en la tecnología. Los negocios disruptores. Amazon, Apple, Uber, Airbnb, Spotify, Netflix, Rappi, etc. Sin embargo, eso no suprime algunas alarmas. Me preocupa el individuo que tiene expuesta su identidad, la realidad que tiene expuesta su verdad, la política que tiene expuesta su democracia, la economía que tiene expuesta su sostenibilidad, el periodismo que tiene expuesta su credibilidad… Se requieren cautela y propuestas.
Una conversación social universal. Es difícil que sean los proveedores de IA quienes hagan pausas en un ambiente competitivo para una reflexión. Quizás entonces es la sociedad la llamada a acordar cómo desea evolucionar y ofrecer directrices para su desarrollo. Los límites entre correcto e incorrecto. Si una máquina recibe la pregunta sobre resolver la crisis medio ambiental, quizás sugiera matar a los hombres. Desde la lógica, es un gran depredador, pero desde la moral, es incorrecto.
Autodisciplina. Si tan solo el individuo se preguntara con juicio si la información que recibe es sensata, o se trata de una creación humorística o una trampa. Es consumir y difundir con responsabilidad.
Transparencia. Que en las actividades donde se use IA se declare explícitamente su uso de tal manera que se cree confianza.
Certificación. Entidades sofisticadas que honren principios y sellen con su aval la credibilidad de servicios, productos y entidades.
Regulación. En esta discrepancia de ritmos entre la tecnología y el hombre es importante establecer directrices. Es por eso que aunque la regulación digital siempre ha estado rezagada, debería ponerse al día desde los valores, pues lo incorrecto lo es per se. No es un tema de plataformas. El derecho a la honra, el delito de la difamación y calumnia lo son en sí mismos. Hoy, por ejemplo, se sanciona distinto estos comportamientos en un medio impreso que en las plataformas digitales. El ser es ser, no vale menos en redes sociales. No se trata de prohibiciones, es dar libertad con criterio.
Hasta ahora la oportunidad o el problema nunca han sido la herramienta, es del ser humano que la usa. La inteligencia artificial tiene unas características particulares, luego es conveniente una conversación en el país. Esa que ya están teniendo Estados Unidos y países de Europa.
MARTHA ORTIZ