En cada debate sobre los asuntos que acaparan los retos de la coyuntura de estos tiempos la solución termina en una palabra: educación. Se requiere formar a la sociedad sobre lo justo, sus deberes y derechos en la democracia, las virtudes de la libertad, la necesidad de la equidad, las angustias del medio ambiente, las posibilidades y riesgos de la tecnología.
En una época que alaba casi con fanatismo –y reconozco sus méritos– las conquistas de las start up que cuentan historias deslumbrantes de emprendedores, es difícil que la sociedad observe y aprenda también las lecciones de sus descalabros y iren esas empresas catalogadas con desprecio como “tradicionales”. Inapropiado. Los aplausos se deben extender. ¿O alguien tiene el valor de negar que una empresa de 400 años es un enorme éxito empresarial? Esos son los años que celebra la Pontificia Universidad Javeriana. Una institución moderna con gran “trayectoria”. Una definición más justa.
En medio de esta celebración, nada más pertinente que pedir una cita con el padre rector Luis Fernando Múnera, S. J., para honrar el pasado, entender la realidad y visualizar la proyección de futuro de la educación. Mientras Carlos Cuartas, asesor del secretario general, me llevaba a ese encuentro me invadió de curiosidad cuando me comentó del reto que enfrentaban creando un balance entre formar “seres humanos” y no solo suplir las exigencias económicas impuestas por las necesidades del mercado. Un equilibrio retador y valiente que no pude dejar de consultar en mi entrevista.
Para empezar, lo más básico es entender hoy, y en especial para la universidad, qué es educación. “Fundamentalmente es como un habilitador de sueños de la gente. Un mecanismo de inclusión que les permite cultivarse, encontrar su lugar en el mundo –su identidad– y hallar herramientas para interactuar, sentirse útiles y productivos en la sociedad”.
¿O alguien tiene el valor de negar que una empresa de 400 años es un enorme éxito empresarial? Esos son los años que celebra la Pontificia Universidad Javeriana.
Sin embargo, en esa relación responsable, similar a la de un director que pone su sello, en la historia la Javeriana expresa: “Nuestra relación con la sociedad es paradójica. O sea, nosotros tenemos que escuchar a la sociedad, lo que está pasando, preparar a la gente para vivir en ella, pero a la vez tenemos que tener una mirada crítica que cuestione, que genere alternativas”. Se necesita valor institucional para asumir ese sello propio que pone énfasis en la persona.
Harvard Business Review dedicó hace unos años una edición acerca del reto que tenemos las personas, donde estar actualizado implica aprender, desaprender y reaprender. Ahora añadimos el desafío que brinda la IA... pero la universidad parece dispuesta a ver en ella sus oportunidades preguntándose una vez más: ¿cuál es el rol de los humanos hoy? “Los humanos tenemos capacidades que tienen que ver con la reflexión, con la imaginación” parece ser el camino.
En una visita, el MIT Lab, su rector, se presentó a saludar al grupo y ofreció la respuesta a una pregunta. Colectivamente escogimos indagar sobre el futuro de la educación. Para él el campus dejaría lentamente las clases magistrales y transformaría esa bella infraestructura en sitios de conversación y laboratorios. Espacios creativos en dos palabras. Múnera va por el mismo camino. “Lo que yo estoy viendo es que la posibilidad de la educación virtual nos abre la pegunta de ¿qué hay que hacer presencial? Y creo que cada vez vamos migrando a programas más híbridos donde lo virtual y lo presencial se encuentran”. Ratifica que el encuentro entre los seres humanos es relevante. Además enfatiza la necesidad de desarrollar más las habilidades blandas ya que las duras, basadas en el conocimiento, están siendo obsoletas muy rápidamente. “Requerimos aprender a renovarlas”.
En cifras, sus logros son incalculables. En su legado a través de sus estudiantes aparecen nombres como Luis Carlos Galán, Álvaro Gómez, Rodolfo Llinás, Carmelita Millán. ¿Algo en común? Su compromiso con el país.
MARTHA ORTIZ