Se vale irse pero no desprenderse. Debió ser el final de esta columna, pero parece bien aquí. En el principio. Esas palabras son un mensaje simple pero de intención profunda hacia los jóvenes colombianos que hoy viven y se proyectan en el exterior.
La libertad es quizás el mayor privilegio del hombre, pero aunque existe ineludible también es verdad que convivimos con personas que enfrentan condiciones de vida dramáticas, donde la posibilidad de elegir se siente ausente porque su vida está en riesgo o su economía es de subsistencia y al final, lamentablemente, la fuerza y valentía que requiere tomar decisiones se sienten ausentes.
A veces percibo que en una época de inequidad incuestionable los privilegios se empiezan a sentir vergonzantes, pero no creo que sea una mirada justa. El privilegio es inapropiado si es mal habido, si no es aprovechado en su potencial, si no es solidario y no trasciende en el crecimiento también de los demás.
Confieso uno de los míos: la educación. La influencia de inteligencias de mi familia: mi madre y mi abuelo. Educadoras como Helena Cano Nieto, Leonor Medina Murillo y Gloria Nieto de Arias hicieron que mi curiosidad se convirtiera en ansiedad por conocimiento y sueños infinitos. Incluso rebeldía. Y no me arrepiento. Estaría mal si las oportunidades hubieran sido despreciadas y perdidas. Pero a ellas les he entregado mi esfuerzo. También hubiera fallado si no hubiera cumplido con la exigencia constante de estos mentores de honrar con consciencia las oportunidades pero, además, e innegociable, de comprometerme siempre en trabajar por resolver justamente la ausencia de equidad.
Que la belleza de las oportunidades y la contundencia de sus derechos estén equilibradas por la sensibilidad y la seriedad de sus deberes con Colombia.
Sé que Colombia, el país del realismo mágico que se sale de la ficción narrativa, es a veces difícil de querer. Es complejo. Indigna y duele con frecuencia. No construye tampoco un ambiente de porvenir estando ahogado por la radicalización política y la dificultad que tenemos para conversar y resolver retos juntos.
Mientras tanto, aparece la oferta de nacionalidades española o portuguesa para aquellos de origen sefardí, las invitaciones de Canadá y otros Estados. Las puertas abiertas a la juventud.
Este escenario de apertura activa una convocatoria potente para nuestros chicos a dejar esta nación, y no son pocos los jóvenes que la consideran. Se entiende. El mundo es fascinante. Tener a la apertura intelectual global, a conectar y relacionarse con personas en un mundo infinito, a adquirir grandes conocimientos y herramientas competitivas. A vivir en naciones desarrolladas. Seguras. Sin duda, una aventura seductora que no debe desaprovecharse si hace parte de sus emociones y planes personales.
Deseo para estos jóvenes que escogen este camino que migren con alas grandes, libres y ambiciosas, pero que viajen con memoria y sentido de pertenencia. Que nutran sus vínculos con esta, su tierra, con disciplina. Que la belleza de las oportunidades y la contundencia de sus derechos estén equilibradas por la sensibilidad y la seriedad de sus deberes con Colombia. Esa nación sobre la cual su nombre y su generación dejarán huella, así sea desde la distancia.
Hay encanto en trabajar por un país sin resolver porque sus problemas se convierten en retos creativos retadores. En Colombia un gesto puede tener impactos relevantes de cambio. Abrazar la dificultad trae las sonrisas más hermosas, secretas e inesperadas de vidas de compatriotas que necesitan del corazón e inteligencia de nuestros jóvenes.
Una vez más, se vale irse pero sin desprenderse.
MARTHA ORTIZ
@MOrtizEDITORIAL