El pasado 18 de enero, a los 77 años, falleció en su nativo suelo habanero el notable realizador y guionista Juan Carlos Tabío. Durante los años 60 primero fue asistente de dirección y producción, en el ICAIC (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos), y más tarde filmó una veintena de documentales artísticos sobre personalidades musicales como Miriam Makeba, Soledad Bravo, Joan Manoel Serrat o Marta-Jean Claude –esta última en Haití–. Quien perteneció al selecto grupo de cineastas fieles al espíritu revolucionario de la patria de Martí, se distinguió por recrear absurdas debilidades sociopolíticas y autocríticas o figuraciones de colores y rumores inconfundiblemente caribeños.
Llave creativa del también habanero Tomás Gutiérrez Alea (1926-1996), codirector de la exitosa comedia Fresa y chocolate (1993) y dos años después de las aventuras en carretera de Guantanamera, se consolidó como uno de los autores latinoamericanos más destacados durante las dos últimas décadas del siglo pasado. Tras los pasos del maestro y camarada Titón, sus huellas visibles se reconocieron por el humor coloquial frente a crisis familiares o afectivas sobrellevadas con gracia innegable; también, por sus recurrentes ironías de personas comunes en ‘lista de espera’ y otras que soñaban con ‘cuernos de la abundancia’.
En 1981 escribió el libreto teatral La permuta para enseguida debutar en el largometraje con el divertimento urbano Se permuta: modesta costurera del barrio popular de Guanabacoa, con pretensiones arribistas, cambia su pintoresca casa por un apartamento moderno del exclusivo Vedado para alejar a su hija de un pretendiente mecánico de oficio –le saldrá el tiro por la culata al canjear viviendas promovidas en avisos clasificados que desatan mudanzas no muy favorables–. Dos comediantes locales –Mario Balmaseda e Isabel Santos–, reaparición de la vedette Rosita Fornés y ocurrencias de Silvia Planas –abuela eterna–. Frescos y sorprendentes se vieron sus gracejos, con danzones propios de La Habana.
Plaff o Demasiado miedo a la vida (1988). Juego de realidades y ficciones entre vecinos, la temática recurrente de sus películas, con una supersticiosa mujer ya madura que se enamora de un taxista y debe descubrir la identidad de quien arroja huevos contra las paredes de su destartalada casa; en efecto, plaff es la onomatopeya de algo que se revienta. El narrador advierte que “es sólo una película” cuando retrocede las acciones, congela sus planos y vuelve al sainete. Actuaron: la veterana Daisy Granados, la distinguida Thais Valdés y el maestro colombianizado Jorge Cao. En conclusión: comedia de costumbres o de cómo tolerar encontronazos sexuales por fuera de la institucionalidad revolucionaria.
Fresa y chocolate (1993). Codirigida por T. G. Alea, basada en un cuento de Senel Paz (El bosque, el lobo y el hombre nuevo). Triple representación metafórica del homosexual que se comporta como carnívoro inofensivo, árboles o infantilismos de izquierda que no dejan ver el bosque y lanzamientos para torear el destino en condiciones adversas. Gracias a esta desinhibida recreación con brochazos de crítica social, acaece un hito en la madurez del cine cubano contemporáneo al denunciar la intolerancia hacia gustos distantes de ortodoxias. Diego, citadino culto y exquisito, asume abiertamente sus gustos particulares; lee a Kavafis y Vargas Llosa, oye cantatas de Verdi y arias interpretadas por la Callas en su guarida de Centro Habana; David, estudiante universitario y militante entusiasta pero ingenuo, se asombra frente a ciertas rarezas y no entiende cómo burlar las prohibiciones de leer libros extranjeros. Divertida representación gracias a los apuntes irónicos y el estupendo perfil moldeado por Jorge Perugorría.
Guantanamera (1995). Segunda codirección y última película de Titón –fallecido semanas después de su filmación–. Trámites burocráticos y penurias al trastear el cadáver de una vieja artista de variedades, que regresa a su residencia en vida –desde la oriental Guantánamo al legendario Cementerio Colón–. Sin ahorrarse algunos deslices amorosos, entre dolientes y cruces fortuitos del camino, Mirta Ibarra –viuda de Titón– actuaba con desparpajo como la profesora de economía que no lograba superar circunstancias afectivas. Perugorría, sin convencer del todo en el papel de camionero, construyó un forzado personaje al comparársele con su legendario protagonismo anterior.
El elefante y la bicicleta (1994). Traviesa película de época sobre un imaginario país tropical que, por obra y gracia del recién nacido cinematógrafo, transformaba paulatinamente la realidad para reflejar los problemas imparables de una comunidad provinciana. Al arribar esa nueva manifestación artística a La Fe, el curso de los acontecimientos se trastocaba y servía como instrumento generador de conciencias contestatarias en homenaje al centenario del mágico invento francés. ¿En qué se parece un elefante a una bicicleta? Si los niños de una escuela miraban hacia el cielo, las etéreas formaciones celestes originaron comparaciones metafóricas y figuras extraídas de sus propias imaginaciones.
Lista de espera (2000). Sencillo incidente que, sin pretender cuestionar la zozobra sobrellevada por sociedades comunitarias, resaltó las solidaridades generalizadas al surgir alguna eventualidad. ¿Qué pasaría si las guaguas dejaran de llegar a la terminal de transporte y pasajeros aislados tuviesen que adoptar medidas estratégicas de supervivencia? Vladimir Cruz, o David, en el papel del chico serio, aunque enamoradizo, y Perugorría aquella vez como un falso ciego.
El cuerno de la abundancia (2010). Ante recurrentes crisis económicas y sentimentales, no queda más que burlarse de sus propias carencias, sin dejar de criticar las astucias para evadir el persistente bloqueo económico. En particular: balseros arriesgados, techos que se desploman, tiendas clandestinas de video y contrabando de cemento para afrontar las necesidades básicas. Pero les quedaba la posibilidad de recibir una herencia de parientes españoles o… de caerles una fortuna del cielo.
Aunque estés lejos, en 2003, quiso recrear los clichés de inversionistas españoles en casa que solo buscan filmar sainetes tropicales de ron, mulatas y salsa –Mirta Ibarra, presente–. Su última acreditación: Dulce amargo, segmento del film colectivo 7 días en La Habana (2012), en compañía de la estrella portorriqueña Benicio del Toro y de otros cinco autores contemporáneos: el surrealista vasco-español Julio Medem, el entomólogo francés Laurent Cantet, el erotómano franco-argentino Gaspar Noé, el versátil bonaerense Pablo Trapero y el observador palestino Elia Suleiman. ¡Al irse Tabío solo queda Fernando Pérez!
Mauricio Laurens
Cine al Ojo