Jean-Claude Carrière (1931-2021), quien no alcanzó a cumplir los 90 años, falleció en París el pasado 8 de febrero. Renombrado escritor contemporáneo del cine europeo y mundial, trabajó conjuntamente sus técnicas de escritura novelada con autores venerados como Buñuel, Malle, Wajda, Schlöndorff, Forman y Saura. Entre 1964 y 1977 hizo historia por cuanto tuvo el privilegio de concebir y coescribir las seis últimas sublimes perversiones parisinas del inmortal don Luis. Al presentar Mi último suspiro, memorias buñuelianas publicadas en 1982 –algunos meses antes de su muerte–, tan genial y demencial cineasta franco-iberoamericano reconoció lo siguiente: “No soy hombre de pluma. Tras largas conversaciones, fiel a lo que yo le contaba, Jean-Claude me ayudó a escribir este libro”.
El creador cinematográfico número uno en lengua española, nacido en febrero de 1900 y primer exponente de las pantallas surrealistas, concluía que… “a todo lo largo de mi vida he trabajado con dieciocho escritores, pero con quien más me siento identificado es sin duda alguna con Carrière”. Publicadas originalmente en francés, por Éditions Robert Laffont (1982), conservo las hojas amarillentas de una primera traducción española editada por Plaza & Janes, que firmé en su primera página en Bogotá el 30 de julio del mismo año.
Tres primeras colaboraciones de cerca al perturbador maestro aragonés: Diario de una camarera, adaptación de la novela de Octave Mirbeau, con Jeanne Moreau transformada en frígida señorita parisina (Célestine) que presta sus servicios domésticos en una residencia provinciana de pervertidos fascistas y termina enredándose con un presunto infanticida; la sublime dramaturgia de Belle de Jour, interiorizada por Catherine Deneuve, cuyo pérfido personaje casado (Séverine) se prostituye de día en medio de goces sadomasoquistas; y La vía láctea, o el vagabundeo de dos peregrinos a Santiago de Compostela para cuestionar sin rodeos los dogmas del catolicismo.
Del período terminal, otras tres joyas con escritura a dos manos: El discreto encanto de la burguesía, o las consecuencias de un festín parisiense en el elegante vecindario del no muy reputado Bois de Boulogne al subversivo llamado de “la cena está servida”, El fantasma de la libertad –crítica despiadada a la doble moral de poderes tradicionales en decadencia y alusiones diplomáticas al ‘buen salvaje’ suramericano– y Ese oscuro objeto del deseo tras las representaciones simultáneas de personalidades reprimidas y explosivas de una sola Conchita en dos actrices físicamente distintas (Ángela Molina y Carole Bouquet).
Para adaptar El tambor de hojalata, al finalizar los apoteósicos años 70, Carrière se alió con el realizador alemán Schlöndorff –exponente de una renovadora corriente cinematográfica– y su controvertido autor Gunther Grass para escenificar las alucinantes mentiras ideológicas que trastornaron la resistencia de heroicos polacos bálticos frente a primerizos invasores nazis. Cinco años después, Un amor de Swann no contó con las exigencias debidas para recrear el declive mundano del universo de Proust, y en 1996, causó polémica el viacrucis nazi sobrellevado por El ogro. Del fino e inquietante autor Louis Malle: Viva María, dos Marías revolucionarias del circo y la farándula, en México 1910, inmortalizadas por el sensual dúo Moreau-Bardot y, 25 años después, Milou en mayo, se desvió ostensiblemente hacia bucólicas y frívolas situaciones familiares mientras acaecía el revolcón estudiantil de Mayo 68.
Detecto algunas líneas temáticas en su narrativa igualmente fílmica y literaria: duplicidad en los comportamientos individuales, choques de tradiciones e imposiciones sociales y antagonismos morales que no dan tregua. Veamos dos ejemplos al lado del combativo maestro polonés Andrzej Wajda: Danton (1989), quien opuso al idealismo revolucionario los procedimientos terroristas de Robespierre, y Los poseídos por cuanto nos arrastra hacia senderos infernales de fascinaciones malditas en el angustiado universo ruso de Dostoievski.
Vinieron después: Valmont (Milos Forman, 1989) o intrigas de alcoba y juegos de salón para aristócratas en vísperas de aflojar la guillotina; Carmen (Carlos Saura, 1983) y Los fantasmas de Goya (Saura, 2006) para evidenciar la seducción femenina que propicia destinos fatales y tormentos sobrenaturales o distorsiones síquicas del oscuro artista español per se. Conjuntamente con dos estadounidenses, el independiente Philip Kaufman y el artista plástico Julian Schnabel, fraguó La insoportable levedad del ser y Las puertas de la eternidad para iniciarnos en los recovecos existencialistas de Kundera y someternos a los pliegues terminales de Van Gogh.
Es que don Luis itió hace cuarenta años que… “el escritor desaparece porque trabaja en la sombra y por esos azares del subconsciente trabaja incansablemente en la oscuridad”; también, anticipó el epitafio de su fiel mano ambidiestra: “Él (Carrière) trabajó conmigo porque entendió mi voz. Cada cosa que yo dije no tenía sentido, pero al menos él entendió”.
Giuseppe Rotunno (Roma 1923 - Roma 2021). Director de fotografía de grandes maestros italianos, silenciosamente nos abandonó el pasado 19 de febrero a los 97 años. Su nombre, asociado con los más bellos productos de Cinecittà, incluso en la no siempre loable condición de antifascista, ocultó un azaroso pasado patriota por cuanto en plena conflagración mundial cayó preso del ejército de Mussolini que ocupase Grecia. Primer miembro extranjero de la Sociedad Americana de Cinematografistas (ASC), desde 1966, profesor emérito del Centro Experimental de Cinematografía (Roma), su mirada luminosa se apagó en suelo americano hacia 1995 con una resplandeciente filmografía de ochenta títulos que había arrancado cuarenta años antes. Su canto de cisne: Sabrina, según Sydney Pollack.
Con el venerado maestro de las puestas en escena, Luchino Visconti, cuatro magníficas piezas que tradujeron entre 1957 y 1983 el esplendor de los períodos de resurgimiento y decadencia ‘viscontiana’: Noches blancas –cita interrumpida de amantes al atardecer–, Rocco y sus hermanos o los rezagos de penumbras meridionales en la industrializada Milán, la espléndida El Gatopardo cuya restauración del rosa al sepia fue supervisada por él mismo en su vigésimo aniversario y El extranjero para traslucir el sol enceguecedor de Argel.
Seis brillantes cintas focalizadas para Federico Fellini plasman de verdad los andamios y fulgores del teatro de variedades: bacanales y extravagancias de Satiricón. Evocaciones pueblerinas de la nativa Rimini (Amarcord), la Roma entre catacumbas y fuentes de agua, el Casanova que encandila a sus conquistas en plena pirotecnia veneciana, Ensayo de orquesta cuando los reflectores se desploman, Ciudad de las mujeres en todo su empoderamiento difuminado y E la nave va como ciertas cenizas de otros tiempos gloriosos ardiendo en un mar cambiante de hule.
Fue Pan, amor y…, en 1955, con la voluptuosa Sofía y el bello Marcello, cuando el comediógrafo Dino Risi prendió su prolífica cinematografía. Un máximo reconocimiento le llegó gracias a Vittorio De Sica, en los tres episodios urbanos de Ayer, hoy y mañana (1963); sin pasar por alto, Un film de amor y anarquía –tinglado delirante de Lina Wertmüller– y La guerra de Argel con centelleos de tiroteos y explosiones.
Desde Los Ángeles y Nueva York, cosechó triunfos excepcionales: Conocimiento carnal (Bob Rafelson, 1971), una radiante y espectacular inminencia de la muerte según el coreógrafo Bob Fosse (All that jazz, 1979), Popeye concebido por Robert Altman y apropiado por Robin Williams, A propósito de Henry en el lente refractivo de Mike Nichols y… Lobo bajo las facetas del camaleónico Jack Nicholson. Para concluir que Rotunno fue un romano integral de visualizaciones realmente universales.
Mauricio Laurens
Cine al Ojo