A las cosas por su nombre: los miles que marcharon en paz, con banderas de inconformismo, representan la poderosa vox populi, médula de la democracia, y como tal merecen y están siendo oídos en una incipiente dinámica que esta olvidadiza nación jamás había favorecido, pero no deben ser confundidos con un puñado de enmascarados que mientras destruían bienes públicos y derechos constitucionales ocultaban su esencia bajo el manto de ese clamor: esos vándalos son la más evidente concreción del método en que mutó el fascismo contemporáneo y encarnan una verdadera ironía histórica.
En 1939, una niña checa huía del fascismo y el nazismo, cópula infame que asesinó a su familia en sangrienta determinación expansiva. Marie Jana Korbel, quien por décadas no supo que era judía, huyó al exilio esquivando a quienes Daniel Goldhagen llama “los verdugos voluntarios de Hitler”, que sirvientes del dogma siempre hay.
Korbel abrazó la academia en su nueva patria, desde el activismo tomó posiciones con eco mundial y, convertida en la ya nada frágil Madeleine Albright, secretaria de Estado de la nación que inclinó la balanza de la guerra contra los viejos fachos, en su libro Fascismo: Una advertencia, desenmascara a los nuevos, tan parecidos a vándalos y verdugos que parecen cortados con molde.
Albright describe la mutación del fascismo acuñado por la soberbia de il Duce, emulado por la megalomanía del Führer, extendido por falanges hasta nuestros días, desde una ideología del líder y el Estado como absolutos, a un rastrero sistema para tomar el poder y quedarse en él.
El fascista, dice Albright, es alguien que genera empatía con un grupo, una mayoría agraviada, y lo contrapone a un grupo minoritario, sin proponer soluciones, pues solo busca instilar odio, rencor y caos. Los fascistas no intentan resolver problemas, están empeñados en exacerbarlos y profundizar las divisiones que causan.
¿Será casual la coincidencia de método de las arengas en Colombia y el vecindario? ¿Con proponer métodos suprademocráticos, porque la democracia no les alcanza? ¿Atropellar sin remordimiento la microeconomía, generador de empleo del pueblo para el pueblo? La pregunta es retórica, el método es calcado. Y lo que sigue en el manual de la revolución molecular, traslado a las calles de la lucha, es ungir a los instigadores de las nubes negras del caos como salvadores, el superhombre de Nietzsche, apropiación directa del alegado inspirador del fascismo clásico que hace pensar si, anticipándose a estos retoños, dijo Mussolini: “Todo anarquista es un dictador desorientado”.
Ahora, ¿tiene sentido pensar si fue más fascista Stalin que Hitler? ¿Hacer el macabro contraste de 10 millones de muertes, entre hambrunas y ejecuciones, contra 6 millones, pero uno en nombre del pueblo por el comunismo, y el otro por la supremacía de su ficción racista? Quizás no, pero para desenmascarar a los nuevos fachos, de izquierda o derecha, vale porque, como Nikita Khrushchev, solo les inspira la misma voluntad brutal del poder. La misma bestia con otro antifaz.
La democracia colombiana es imperfecta, pero eligió un gobierno en derecho que se opone al clientelismo, impulsa una nueva economía y algo crítico: lo lidera un hombre joven, una nueva generación, una señal de relevo, puntos que se omite reconocer, quizás en un intento por validar las crueles ironías que sirven de rieles al nuevo fascismo. Cabe recordarles a unos y otros un verdadero activista, del pueblo, por el pueblo y para el pueblo: “Pagar odio con odio multiplica el odio, es sumar oscuridad a la noche ya privada de estrellas. La oscuridad no puede desplazar la oscuridad, solo la luz puede hacerlo. El odio no puede desplazar al odio, solo el amor puede hacerlo”. M. L. King.
Un venturoso 2020 a todos los amantes de la paz.
MAURICIO LLOREDA