No le quedará fácil al nuevo presidente de Ecopetrol, el ingeniero Ricardo Roa, remplazar a Felipe Bayón, quien tras más de cinco años al frente de la empresa más grande de Colombia, la deja con resultados récord en 2022: $ 160 billones de ingresos operacionales, un ebitda de $ 75 billones y utilidades de $ 33,4 billones, equivalentes a casi el 10 % del presupuesto nacional.
Estas cifras resultan aún más significativas porque el 88 % de la compañía pertenece a todos los colombianos, no al Presidente, ni a la minminas, Irene Vélez, ni al sindicato USO.
Roa tiene las credenciales para asumir el cargo. Ingeniero de la Nacional con maestría en Sistemas gerenciales de la Javeriana, ha sido presidente del Grupo de Energía de Bogotá y de la Transportadora de Gas TGI, aparte de haber sesionado en las juntas directivas de Codensa, Emgesa y Gas Natural, entre otras.
Es amigo cercano del Presidente, lo que implica ventajas y desventajas. Entre las primeras está que Gustavo Petro le tiene confianza y que, para quienes conocen la relación que han llevado por años, Roa es uno de los pocos que lo convencen de ser prudente en materias económicas.
La desventaja es que el presidente de Ecopetrol se debe a su junta y, sobre todo, a sus accionistas mayoritarios –los colombianos–, y que su cercanía con el primer mandatario puede ser peligrosa para la independencia y el gobierno corporativo de la empresa.
Algunos le endilgan a Roa una mancha en su pasado: sus vínculos en Santander con Convergencia Ciudadana, partido del excongresista Luis Alberto Gil, acusado de nexos con paramilitares y condenado por un caso de corrupción judicial.
Pero testigos de su gestión en el Grupo de Energía de Bogotá y en TGI dan fe de su seriedad y competencia: “Aunque a veces asoma su sesgo ideológico –me dijo una fuente que ha trabajado con Roa–, en él casi siempre predomina el realismo”.
Su primer comunicado tras ser designado por la junta de Ecopetrol suena tranquilizador. Se declaró consciente del “valor que tiene Ecopetrol para todos los colombianos” –un recorderis de quién es el verdadero dueño– y habló del “marco de institucionalidad del Grupo Ecopetrol y su gobierno corporativo”, una señal de respeto a las reglas de no politización ni ideologización de la empresa.
Se comprometió a “liderar con todo el rigor profesional (...) una transición energética justa y sostenible para beneficio de todo el país” y a que, bajo su liderazgo, “Ecopetrol garantizará la seguridad y equidad energética en Colombia”. Es un tono muy distinto al de la minminas, Vélez, quien, en sus reiteradas deslenguadas, ha puesto en riesgo esa sostenibilidad y esa seguridad energéticas.
No hay duda de la necesidad de una transición energética, porque el planeta demanda con urgencia que vayamos dejando los combustibles fósiles. Pero esa transición debe darse de manera gradual para evitar que, antes de haberle encontrado un razonable remplazo, el país se quede sin un ingreso –el petrolero– que representa el 55 % de sus ventas al exterior.
Al igual que lo están haciendo decenas de compañías petroleras en el mundo, Ecopetrol debe, sin dejar de hacer lo suyo en petróleo y gas, seguir diversificando su portafolio con proyectos de energía renovable –eólico, solar, hidrógeno y demás–. Así como sería suicida cortar de sopetón con los hidrocarburos, sería irresponsable no invertir cada día más en energías renovables.
Un abandono prematuro, abrupto o mal calculado de esas actividades, como ocurriría si le hacemos caso a la minminas, quebraría al país y sumiría a millones en la miseria, pues no habría fondos para adelantar programas sociales. Por eso no es exagerado decir que, en los años por venir, los colombianos estaremos en manos de Ricardo Roa. Ojalá se mantenga al lado de sus compatriotas y a prudente distancia de su amigo el Presidente.
MAURICIO VARGAS