Thomas Robert Malthus fue un reconocido economista político y demógrafo de principios del siglo XIX. Egresado del famoso Jesus College de la Universidad de Cambridge, donde adquirió una sólida formación en matemáticas y religión. Su nombre resuena hasta hoy por las teorías demográficas que desarrolló en su Ensayo sobre el principio de la población.
Lo que planteó Malthus (muy resumidamente) es que la población tiene la tendencia a crecer más rápido que la producción de sus medios de subsistencia. Por biología, religión y cultura, la gente se reproduce todo lo que puede, mientras que la producción de alimentos apenas aumenta. Eso genera lo que se ha conocido como la “trampa de Malthus”, situación repetida a lo largo de la historia: una mejora de la producción genera algo de excedentes que inducen a la población a tener más hijos; más bocas que pronto acaban con el excedente, y después de un breve auge se retorna al nivel de subsistencia básica. El tamaño de la población se adapta mediante dos mecanismos. Uno que él llama de “control positivo” que es el aumento en la mortalidad por hambre, enfermedades derivadas y guerras, y otro de “control preventivo” por la caída de la natalidad durante el tiempo de escasez.
La trampa de Malthus parece haber funcionado casi toda la historia, desde la aparición del Homo sapiens hace unos 300.000 años. Revoluciones tecnológicas como la del Neolítico causaron un aumento modesto de población, pero ninguno en los ingresos, y la expectativa de vida se mantuvo entre los 30 y los 40 años hasta el siglo XIX.
La teoría de Malthus fue muy exitosa describiendo el pasado, pero fracasó estrepitosamente prediciendo el futuro. De un momento a otro la trampa pareció esfumarse; entre el año 1800 y hoy pasamos de 1.000 a 8.000 millones de habitantes, y la riqueza global se multiplicó por más de 15. La trampa que destinaba a las sociedades humanas a permanecer apenas en niveles de subsistencia dejó de funcionar.
El problema más serio de la trampa de Malthus era la producción de comida para la población creciente. También eso tuvo una solución tecnológica.
Hay muchas razones para esto, pero posiblemente la más importante haya sido la de los avances tecnológicos. La Revolución industrial cambió los mecanismos de producción y fue más allá. Indujo un círculo virtuoso en el que la necesidad de trabajadores preparados exigió popularizar la educación, y esta, entonces, aumentó aún más la productividad y la invención.
El problema más serio de la trampa de Malthus era la producción de comida para la población creciente. También eso tuvo una solución tecnológica. El químico Fritz Haber describió la forma de fabricar amoníaco a partir del hidrógeno del metano y el nitrógeno del aire; y a partir del amoníaco, los abonos sintéticos nitrogenados. Haber ganó el premio Nobel de química en 1918, y quienes hacen esos cálculos dicen que es la persona que más vidas humanas ha salvado en la historia.
La producción industrial de abonos generó un enorme crecimiento de la productividad agrícola e hizo posible, años después, la revolución verde, que terminó refutando rotundamente a Malthus. Los pronósticos se rindieron ante la ciencia.
Todo eso ha tenido un precio. Los actos de los seres vivos generan huellas. La producción de amoníaco libera hoy el 1 % de los gases de efecto invernadero. Las soluciones ya están llegando. Cultivos a los que se les transfiere la capacidad biológica de fijar el nitrógeno directamente del aire, otros con genes de resistencia que no requieren plaguicidas, sembrados biotecnológicos de altísima productividad que reducen el uso de tierras y agua y más, mucho más de lo que podemos imaginar y cabe en esta página.
Haber y la tecnología destruyeron la trampa de Malthus. Hay buenas razones para confiar en que los nuevos problemas también encontrarán solución en el conocimiento y en el ingenio sin límites de la gente.
MOISÉS WASSERMAN