Malcolm Deas quizás haya sido el mayor colombianista y el más colombiano de los colombianos. Durante décadas, les abrió paso en Oxford a decenas de estudiantes colombianos y siempre vio con esperanza a todo un país que se juzgaba a sí mismo con desazón.
En su gran oficina en Church Walk, tapiada de libros, recibió a sus estudiantes sentado en su cómodo sofá, donde daba evocadoras tertulias y enseñanzas. Allí mismo durmieron varios colombianos que huían de la violencia. Acogió a políticos caídos en desgracia en elecciones y albergó incluso a antiguos guerrilleros.
Malcolm aceptaba con humildad todas las invitaciones que le hacían. Asistía con igual interés a clases convidado por estudiantes de colegio, atendía entrevistas en revistas y, alguna vez, fue incluso jurado de un concurso de belleza estudiantil en una universidad de provincia. Aceptó con gratitud varios doctorados ‘honoris causa’, la Cruz de Boyacá y la nacionalidad colombiana.
Tenía la inusual capacidad de hacer un análisis advirtiendo lo que nadie era capaz de ver. Poseía esa intuición para descubrir figuras de la vida nacional que llegarían luego a trascender y también rescataba personajes fundamentales olvidados por los colombianos.
‘Mister’ Malcolm Deas nunca cursó una maestría o un doctorado. Tampoco escribió en revista indexada, ni se interesó en ‘rankings’ universitarios ni en trinos bombásticos. Sus ensayos eran verdaderamente leídos y trascendentes. Ojalá los jóvenes profesores colombianos de universidad tuvieran este ejemplo de humildad y erudición para entender mejor lo que significa ser un verdadero maestro.
Recién desembarcado en Oxford para iniciar el doctorado, me dijo en tono churchiliano: “Yo solo le puedo dar cartas de recomendación y apoyo moral”. Pero, viendo que mi esposa, con 7 meses de embarazo, trabajaba en la biblioteca y yo era tutor de día en la universidad y portero en las madrugadas, hizo lo imposible por ayudarnos con los limitados recursos que tenía a mano.
Ojalá los jóvenes profesores colombianos de universidad tuvieran este ejemplo de humildad y erudición para entender mejor lo que significa ser un verdadero maestro.
Alguna vez coincidimos llegando a su oficina, luego de que me citara con su acostumbrado y escueto mensaje: “Mañana a las 9 en mi oficina. Malcolm”. Él llegó en una bicicleta de jardinero, con su gabardina, y yo en una de montaña, con casco, guantes y reflectantes. Entonces me miró con benevolencia y me dijo en español, con su acento de siempre: “Mucho equipo, mucho equipo”. Entendí inmediatamente lo que me quería decir: en la vida hay que andar más ligero, sin tanta aprehensión, sin tanta planeación. Así eran sus enseñanzas, parecían ideas del cotidiano, pero eran profundos consejos de vida.
En otra ocasión, corrigiendo uno de mis ensayos en los que les ‘daba palo’ a varios textos de autores conocidos, me dijo con cierto disgusto: “No critique de esa manera. Lo que produce eso es resentimiento. Además, todos ellos son amigos míos”. Esta enseñanza la trato de seguir desde entonces y la intento transmitir a mis estudiantes.
Siendo directivo en Oxford, recibió alguna vez un mensaje de la istración central indagando por las medidas que había tomado su unidad académica en contra de la gripe aviar. Con su fino humor, les contestó por escrito que estaba pensando comprar unas escopetas para dar de baja a todos los pájaros migratorios que fueran avistados.
La última vez que lo vi, nos comimos unas galletas de mantequilla en su casa en Oxford, hablando de política sa. Como siempre lo hacía, me puso a hacer el té, tal como acostumbraba con varios de sus visitantes en su apartamento en Bogotá, donde vivía por largos meses cada año. Nunca sabré si era una especie de rito de iniciación o de pasaje saber utilizar aquella tetera.
Hace apenas unos pocos días le envié por correo un libro en el que había publicado un capítulo sobre el fascismo. Creo que llegará a la soledad de su casa llena de libros. De seguro lo habría leído con la misma indulgencia y comprensión con que trató a nuestro país y a todos los colombianos que tuvimos la fortuna y el privilegio de conocerlo.
JUAN CARLOS RUIZ V.
Profesor de la Universidad del Rosario
Exdirector de la Maestría de Ciencias Políticas y Estudios Internacionales del Rosario