En los últimos días he visto como estamos centrados en el tener. Tener cosas, tener dinero, tener objetos, tener el control, tener seguidores, tener la razón. Y estamos dejando de lado el ser. Lo que somos, lo que anhelamos, lo que amamos.
Estos pensamientos llegan a mí mente luego de una profunda reflexión a la que me llevó lo vivido el fin de semana del 29 de octubre. Hice un viaje a mi interior, a mi niñez, removí las raíces de mi alma. De un momento a otro, el mundo se detuvo y por un instante estaba frente a mí misma a los 13 años, entre las hermanas de la Anunciación, intentado escurrirme por el patio para ver si ese día estaba de suerte y podía ver a la Madre Berenice. Algunas veces, en silencio y con la sonrisa cómplice de la hermana que la cuidaba, podía entrar y verla, y ayudar un poco con la almohada o con la colcha blanca que tenía para cubrirse del frío que caía en la tarde sobre la montaña donde está el convento y el internado. El pasado 29 de octubre en Medellín, día en que beatificaron a la madre Berenice, reflexioné sobre la existencia, las cosas en las que se creen, esas que nos hacen felices. Y de eso se trata esta conversación que tendremos.
Como contexto debo decir que la presencia de la Madre Berenice era un bálsamo de paz para la existencia. Su sonrisa y sus ojos transmitían calma, confianza y serenidad. Era una sensación indescriptible era como estar en un punto blanco del infinito. Su esencia era el ser, y al recordarla me he preguntado ¿por qué las personas nos desvivimos más por tener que por ser, cuando el ser es fundamental? Ser honestos, leales, confiables, serviciales, diligentes, responsables y amables. Ser para llenarnos de amor, ser para dar sin esperar nada a cambio, ser para ser felices. Porque en esta carrera de la vida hemos confundido la felicidad del ser con la felicidad del tener. Tener para llenarnos de nada y abandonarlo todo.
He vuelto a encontrar a la maestra, quien dedicó su vida a sembrar en la comunidad de la Anunciación la voluntad de servicio, el altruismo y la confianza que da el creer.
En el frenesí de tener poder, tener control, tener dinero y ahora además de tener la razón nos hemos olvidado de los otros, hemos alimentado un ego insaciable que incluso nos lleva a abandonarnos a nosotros mismos. Se nos dificulta vernos con humanidad y respeto. Entonces buscamos desesperadamente en qué creer y transitamos por el camino de endiosarnos a nosotros mismos, mientras abandonamos a quienes nos rodean. Endiosamos las cosas materiales que no podremos llevarnos después de la muerte mientras olvidamos el agradecimiento, la solidaridad y el perdón.
En ese viaje a Medellín, y esto es más un testimonio, estuve nuevamente en mí centro. Un centro que se fortaleció y hechó raíces al conocer a la Madre Berenice, vivir bajo su techo, en su comunidad, acogida como hija en el internado y estudiar en su Colegio. He recordado que para construir es más importante dar que exigir. He vuelto a encontrar a la maestra, quien dedicó su vida a sembrar en la comunidad de la Anunciación la voluntad de servicio, el altruismo y la confianza que da el creer, no solo desde la religión, sino creer en la bondad del humano. Un centro donde me guía la fe en la humanidad, mi formación me impulsa a creer, a servir. No se trata de ser perfectos, sino de ser y ser en comunidad.
Es una semilla que creció en muchas personas, semilla que aún persiste. Y de seguro de tantos desencantos algunas personas han ido perdiendo un poco la confianza en la humanidad y hasta un poco en sí mismo. Pero la chispa se enciende nuevamente, en mi caso desde la fe, desde ese fuego que enciende el alma. Una fe que, más allá de la religión, es esa fuerza que te recuerda persistir, insistir y que dice con señales de neón gigante que es más importante el ser que el tener.