La Cámara de Representantes revivió un proyecto de ley que ha desatado, entre conservadores, cristianos, columnistas de Semana, el expresidente Uribe y demás, tanta ira que poco tiempo les ha dejado para leerlo. Grosso modo, alegan que el proyecto carga con el fantasma que atemoriza a la derecha latinoamericana desde La Florida hasta Buenos Aires: la ideología de género. Pero han logrado invocar lo que no son fantasmas porque sí existen: la distorsión y, su hermana gemela, la manipulación.
¿De dónde han sacado tanta acusación que el proyecto ni siquiera contiene? ¿Acaso alegan que “promueve la pornografía” porque pretende garantizar “ a la información y conocimiento pleno de los derechos sexuales”? ¿Acaso reclaman un “adoctrinamiento en favor del aborto” porque procura prevenir “embarazos no deseados en niñas y jóvenes”? ¿Acaso denuncian “la promoción de la masturbación” porque insiste en “brindar una perspectiva de cuidado del propio cuerpo”? Y no son alucinaciones exclusivas de anónimos s de la redes. Hasta el congresista Luis Miguel López se ha atrevido a afirmarlo. Incluso el muy godo Enrique Gómez acusó al proyecto de ser un adoctrinamiento socialista, a pesar de que entre sus autores hay militantes del Centro Democrático, como Gabriel Santos y Edward Rodríguez.
Lo peor de todo es que los argumentos de Uribe, Gómez, López, María Andrea Nieto y compañía son tan evidentemente distorsiones de la realidad que no nos queda más remedio que concluir que manipulan la información, a sabiendas de lo rentable que es políticamente, privando así a la niñez colombiana de la educación sexual que se necesita con tanta urgencia para enfrentar los dramáticos índices de prácticas sexuales violentas y embarazos no deseados entre niñas y jóvenes.
para el expresidente Uribe, hablarle de sexualidad a los niños “es promover la violación y destruir la esencia de la niñez
Hay tres espejismos adicionales que motivan el rechazo del proyecto. El primero alega que el estado pretende sustituir a la familia en la formación de sus hijos. Primero, el proyecto no incluye semejante desfachatez. Aun así, ¿no es el hecho de que la inmensa mayoría de casos de abuso sexual provengan del núcleo familiar, argumento suficiente para insistir en que la familia tiene que no ser sustituida, sino dejar de operar como un muro alambrado por el cual no se asoman ni la autoridad ni las instituciones educativas? ¿Cuántos más casos de estos para aceptar que, en ocasiones, la familia no es un faro moral, sino quien infringe tormento?
Segundo, por hacer frente a los estereotipos que legitiman violencia y la estigmatización sexual, se acusa al proyecto de imponer una doctrina que reduce las diferencias biológicas a construcciones culturales. Pero el proyecto jamás hace una afirmación semejante. Mientras tanto, es, precisamente, en nombre de estos estereotipos que se violenta, estigmatiza y “le pego en la cara marica” a quienes no los siguen como borregos. Es, también, en nombre de estos estereotipos que se amenaza a niñas con divulgar fotos íntimas sino acceden a demandas sexuales, alegando dizque “¿quién le manda a dejarse tomar fotos?”.
Esto es lo que pasa a diario en los colegios sin necesidad de que el proyecto de ley llegue a “hipersexualizar a los niños”. Y es que este es, precisamente, el tercer delirio que invocan sus críticos. Con una extraña mezcla de ingenuidad y perversidad, creen que la sexualidad espera al día de expedición de la cédula para manifestarse. Todos los seres humanos sabemos que las preguntas y curiosidades sexuales empiezan desde muy temprano. ¿Queremos seguirles infringiendo tabú, culpa y miedo a los niños y niñas por sentirlas, motivándolos a que acudan a resolverlas en espacios donde sí están en peligro? Pero, para el expresidente Uribe, hablarle de sexualidad a los niños “es promover la violación y destruir la esencia de la niñez”. Son semejantes algarabías e hipocresías las que dan sustento ideológico a la primera línea del pelotón que combate la ideología de género.
SANTIAGO VARGAS ACEBEDO