Los ciudadanos que no andamos en política, sino que sufrimos sus desatinos, sentimos que estamos en modo crisis desde hace como una década. No en vano, ‘The Economist’ declaró la expresión ‘permacrisis’ como la campeona de 2022. El triunfo de Argentina es lo que mejor refleja tal paradoja: felices por un campeonato que no obtenían desde 1986, pero sus hogares padecen una persistente inflación por décadas que ahora bordea el 95 % anual.
Recuerdo estar en el Teatro Colon de Buenos Aires cuando ‘Clarín’ anunciaba (julio de 1989) una inflación de 130 % mensual y sus dolidos ciudadanos corrían a comprar pan y víveres, pues el “dinero les quemaba las manos”. La negociación de su arriendo mensual dependía del reajuste salarial de ese mes. El populismo peronista de hace 50 años y el actual continúan irradiando una inequidad y pobreza que dicen querer combatir. Allí la pobreza bordea el 45 %, frente al 20% de entonces, y la inseguridad ciudadana pulula.
La fecha 9-11-2001 marcó el primer hito en esta permacrisis de Occidente, al mostrar que violentos fundamentalistas pueden golpear el patio de las democracias. Después vendría la prolongada resaca financiera (2009-2013) resultante de la crisis hipotecaria global que empobrecería también a Grecia, España y el Reino Unido (entre otros). Y que, en el caso de EE. UU., revivieron hipótesis de estancamiento secular y se bajó la guardia frente a una amenaza inflacionaria.
Y cuando ya se asomaba un “nuevo estado normalidad”, en 2016, la Fed tuvo que abortar su intento de frenar liquidez, al encontrarse con fragilidades estructurales. En 2018-2019 aparecieron nuevas señales de enfrentarse a riesgos en modo 4 ×4 × 4 (inflación, tasas de interés y desempleo).
Pero de nuevo la permacrisis mostró un ribete no visto en una centuria: paralización global por el covid-19 durante 2020-2021. Sin embargo, el mundo desarrollado reveló un liderazgo irable al inventarse una nueva vacuna inteligente (enseñando a células a generar autodefensas frente a variantes virales). Más aún, Occidente fue capaz de vacunar a cerca del 60 % de su población, aunque China nos está indicando que la tarea aún no termina.
Por último, cuando ya estábamos celebrando el rebote del crecimiento mundial, incluyendo 2022, estalló la invasión de Rusia sobre Ucrania a manos de Putin como aspirante a zar. Contó él con explicito apoyo de China, Cuba, Corea del Norte, Venezuela y Nicaragua; y hasta Colombia se ubica entre aquellos países con soterrado apoyo (qué vergüenza nacional).
Y la desatinada guía petrista continúa errando frente a desafíos de la compleja transición energética global. Y esto complicará la contención inflacionaria, tras haber cerrado en un preocupante 13 % 2022. Esta espiral inflacionaria ahora continuará alimentándose del 16 % de ajuste del s. m. l., que desbordó en 3 p. p. el que era prudente haber adoptado. Se tenían favorables señales de desempleo hacia el 9 %, pero todo esto se complicará frente a perspectivas de alzas en repo hacia 13 % y nulo crecimiento en este 2023.
Cabe aplaudir el esfuerzo de mayor recaudo del ministro Ocampo, bien recibido por calificadoras y multilaterales al señalar intentos de contener la relación deuda bruta/PIB en 65 %. No obstante, esto no se concretará si continúan añadiendo gasto público en mismo monto de mayor recaudo (1,3 % del PIB).
Así, los augurios para 2023 no lucen tranquilizadores. Colombia requiere pilotear mejor su transición energética, combatir pobreza resultante de mayor inflación y enfrentar la tensión financiera que traen inevitables alzas de tasas de interés. Ojalá que nuestro díscolo Petro deje de jugar al inteligente-populista, pues nuestros grados de libertad se han estrechado. 2022 nos dejó buen crecimiento y mayor empleo, pero atribuibles a un ciclo petrolero que será menos favorable en 2023, mientras el repunte de la inversión productiva sigue pendiente por la alta incertidumbre política.
SERGIO CLAVIJO