La sobrecarga de información nos ha llevado a priorizar los datos simples, directos y fáciles de entender. Aunque este fenómeno, conocido como infoxicación, suele atribuirse a las redes sociales, lo cierto es que existe desde hace mucho tiempo. No de otra forma puede entenderse que el 'Discurso de Gettysburg', pronunciado por Abraham Lincoln en 1863, sea uno de los más famosos de la historia. Con solo 272 palabras y menos de tres minutos de duración, Lincoln logró sintetizar el significado de la Guerra Civil y la esencia de los valores democráticos de Estados Unidos. En contraste con los extensos discursos de la época, su brevedad permitió que el mensaje trascendiera y quedara grabado en la memoria colectiva como una de las piezas oratorias más influyentes de la historia.
Y es que los publicistas hace rato entendieron que la brevedad no solo refuerza el impacto de un mensaje, sino que también lo hace más accesible. Jack Trout, por ejemplo, en el libro Las 22 leyes inmutables del marketing dice que el mayor enemigo del marketing es la confusión. Un mensaje largo corre el riesgo de ser ignorado o malinterpretado, mientras que uno breve y bien estructurado puede ser absorbido con mayor facilidad.
Incluso en la diplomacia y la política, la concisión es una herramienta decisiva. La reina Isabel II, por ejemplo, era conocida porque sus audiencias solían durar menos de 10 minutos. Su enfoque eficiente no solo optimizaba su tiempo, sino que también garantizaba que cada reunión se centrara en lo esencial.
¿Ayudaría eso a que nuestros políticos cometieran menos errores?
En el ámbito jurídico, la claridad y concisión son fundamentales, pues leyes y sentencias excesivamente extensas pueden hacer que su esencia se diluya.
En el mundo académico y periodístico los autores trabajan con límites estrictos de palabras, lo que les obliga a pensar con cuidado antes de escribir y a buscar la máxima precisión en cada frase. No en vano se dice que lo bueno, si breve, es dos veces bueno.
Sería interesante aplicar esa misma lógica a ciertos discursos y espacios de la vida pública, donde un límite de palabras forzaría a quienes intervienen a expresarse con más claridad y rigor. Algo así como regresar a los 140 caracteres de Twitter en 2006.
¿Ayudaría eso a que nuestros políticos cometieran menos errores? ¿O acaso los mensajes enredados les resultan útiles precisamente porque pueden interpretarse de múltiples formas? No lo sé.