Los colombianos hemos entrado en un hueco negro. Sobrellevamos el día a día en medio de la tensión política que causan las invectivas desaforadas del presidente Petro y del choque entre el Gobierno y el Congreso. Este ambiente nos hace daño a todos. Irradia el miedo en unos y el odio en otros.
Es exactamente lo opuesto al ideal de la tranquilidad ciudadana. La mayoría de las personas desconocen los llamados presidenciales a salir a las calles a manifestarse en contra del Congreso. Prefieren cumplir con su rutina diaria y sufrir el traumatismo del transporte masivo generado por las protestas, con tal de llegar a sus sitios de trabajo y regresar a sus hogares.
Estamos sobreviviendo mientras los problemas se agravan. Como lo escribe un filósofo alemán de origen surcoreano ganador del Premio Princesa de Asturias de este año:
“Pasamos de una crisis a la siguiente, de una catástrofe a la siguiente, de un problema al siguiente. De tantos problemas por resolver y de tantas crisis por gestionar, la vida se ha reducido a una supervivencia... En una situación así, solo la esperanza nos permitiría recuperar una vida en la que vivir sea más que sobrevivir. Ella despliega todo un horizonte de sentido, capaz de reanimar y alentar a la vida. Ella nos regala el futuro”.
Sin embargo:
“Se ha difundido un clima de miedo que mata todo germen de esperanza. El miedo crea un ambiente depresivo. Los sentimientos de angustia y resentimiento empujan a la gente a adherirse a los populismos de derechas. Atizan el odio. Acarrean la pérdida de la solidaridad, de cordialidad y de empatía. El aumento del miedo y del resentimiento provoca el embrutecimiento de toda la sociedad y, en definitiva, acaba siendo una amenaza para la democracia”.
El aumento del miedo y del resentimiento provoca el embrutecimiento de toda la sociedad y, en definitiva, acaba siendo una amenaza para la democracia
Los colombianos estamos perdiendo la esperanza, y sin esperanza no hay futuro. La tarea de un candidato para ganar la elección presidencial del año próximo es abrirle las puertas a la esperanza, en búsqueda de un futuro en el cual mejore la calidad de vida de toda la población. En promover un verdadero cambio y no el que prometió Gustavo Petro, que nos ha conducido al hueco en que hemos caído. En mirar más allá del 2026 a un país en el cual valga la pena vivir, en lugar de emigrar al exterior.
Calidad de vida: educación, salud, empleo formal, bienestar para la niñez y los ancianos, entretenimiento sano.
Me dirán que eso no va a ser posible en el corto plazo en vista del desastre que dejará este gobierno y del descuaderne absoluto del Estado. Eso es evidente, y arreglarlo va a requerir honestidad, seriedad, mucho trabajo y muchos sacrificios. Armar un Estado que funcione seguramente tomará varios años. Pero ello no obsta para que si las cosas se hacen bien sea posible reanimar de nuevo la esperanza de un futuro mejor para todos.
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Que los problemas se han agravado, que pasamos de una crisis a otra y de un escándalo al siguiente, no hay duda. Pero eso poco importa a un presidente que no está interesado en gobernar sino en que su partido –si no él– se mantenga en el poder después del 7 de agosto de 2026. Utiliza el miedo y el resentimiento como instrumentos políticos para reprimir la libertad. Volviendo al filósofo coreano-alemán, “los discursos de odio y los linchamientos digitales, que claramente atizan el odio, impiden que las opiniones puedan expresarse libremente”*.
Además de abrir espacio a la esperanza para que nos oriente hacia el futuro, en Colombia están en riesgo la libertad y la democracia. Porque el miedo y el odio son incompatibles con la libertad y nada menos que la libertad estará en juego en 2026.
* La esperanza nos abre los ojos a lo venidero, Byung-Chul Han, EL TIEMPO, domingo 18 de mayo de 2025, p. 2.10.
CARLOS CABALLERO ARGÁEZ