Hace tan solo 30 años, Ucrania era la tercera mayor potencia nuclear del mundo, pues contaba con 1.900 cabezas nucleares y unas 2.500 armas nucleares tácticas. Pero, en su proceso de independencia de la Unión Soviética, para recibir la ayuda económica de Estados Unidos que necesitaba con urgencia, fue obligada por el gobierno de Clinton a entregar sus armas nucleares a Rusia, supuestamente para evitar la proliferación nuclear. En ese momento, se selló su destino. Desarmada e indefensa, era solo cuestión de tiempo la invasión rusa.
Igual que Hitler, que antes de invadir Polonia calibró la reacción de los países europeos tomándose Renania, Austria y Checoslovaquia sin que nadie dijera nada, Putin antes de invadir Ucrania se tomó Osetia del Sur, Abjasia y Crimea, con el silencio de Occidente. Primero desarmaron a Ucrania y después la invadieron, luego de comprobar la falta de determinación de Occidente para frenar el expansionismo ruso. Y entonces vino la guerra.
Cuando no se está dispuesto a ganar, no se debe pelear una guerra. Desde el comienzo, Occidente mostró su falta de determinación apoyando a Ucrania a cuentagotas, dizque para evitar el escalamiento de la guerra. Entonces le cedió la iniciativa estratégica a Rusia, que decidía el nivel del conflicto, dejando a Ucrania y a Occidente a la zaga y a la defensiva. Adicionalmente, Occidente cedió vergonzosamente ante el chantaje nuclear de Rusia, y por ello no le entregó desde el comienzo a Ucrania armas de última tecnología, a pesar de sus desesperados pedidos.
Trump está frente a un dilema: no puede aparecer débil capitulando ante Putin y quedar como quien entregó a Ucrania; pero tampoco quiere quedar como quien perpetuó, agudizó y escaló la guerra.
A punta de coraje y heroísmo, los ucranianos impidieron que Rusia llegara hasta Kiev y se tomara todo el país, como era su objetivo. En este sentido, Rusia ha perdido la guerra y Ucrania la ha ganado. Pero Ucrania no pudo evitar que Rusia se tome parcialmente las cuatro provincias del sureste: Donets, Lugansk, Jerson y Zaporiyia, que de seguro Ucrania no recuperará totalmente. En este sentido, Rusia ha ganado la guerra y Ucrania (y Occidente) la ha perdido.
Pero Putin no las tiene todas consigo. Su invasión a Ucrania ha producido efectos imprevistos, no esperados. El temor al expansionismo ruso ha fortalecido la Otan, aunque previamente Macron le declarara su “muerte cerebral”: 23 de sus 32 han incrementado su presupuesto militar, y varios países europeos que eran renuentes a hacerlo, han pedido y logrado su ingreso a esa organización. Otros están en lista de espera. Pero también Occidente paga costos. Su aislamiento y sanciones contra Rusia la echaron en brazos de China, lo que ha fortalecido el eje autocrático que ambas conforman junto con Irán y Corea del Norte, con la amenaza contra las democracias que ello implica.
La guerra en Ucrania se ha empantanado, pero Trump ha prometido acabarla. Cómo y a qué costo, no lo sabemos. Ucrania está agotada, sufre de escasez crónica de soldados, la población está desmoralizada y cedería territorio a cambio de paz. Rusia también está llegando al límite de su esfuerzo, aunque tiene mayores reservas. Trump amenaza a Ucrania con suspender su ayuda si no acepta un acuerdo, y a Rusia le advierte que escalaría de forma insoportable la guerra si no acepta una solución. Sin embargo, Trump está frente a un dilema: no puede aparecer débil capitulando ante Putin y quedar como quien entregó a Ucrania, pero tampoco quiere quedar como quien perpetuó, agudizó y escaló la guerra. Paz por la fuerza, pero con diplomacia.
Será un asunto de toma y daca. Las cartas están sobre la mesa: las cuatro provincias del sureste invadidas por Rusia, el ingreso de Ucrania a la Otan, el estatus de Crimea, la región de Kursk invadida por Ucrania, las garantías futuras de seguridad para Ucrania, la presencia de bases militares europeas en su territorio, la neutralidad de Ucrania, las sanciones contra Rusia, la soberanía plena de Ucrania, los derechos de los rusoparlantes, la desmilitarización de Ucrania, entre otras. Estas cartas tendrán que barajarse, repartirse y transarse de una manera que tal vez no será plenamente satisfactoria para ninguna de las partes. Será el costo de la paz. La alternativa es una guerra congelada o la destrucción mutua asegurada.