Poetizar la peste, sumergirse en cada uno y todos resumen el libro ‘Amén’, editorial Terra Nova, Bogotá, 2022, del poeta Natanael, pastor de dragones, entre otros oficios. Con perplejidad volví a sentir el áspero rumor de la pandemia, sus secuelas y fantasmales sombras, los temores cotidianos y apocalípticos, dagas hurgando en las heridas; pues pareciera que olvidamos la pandemia, como si fuera una pesadilla acaecida ayer hace un siglo. El destino de los seres humanos y del mundo va en caída, amancebado por líderes egoístas y criminales, entonces otras tragedias naturales y bélicas decoloraron el hecho más simbólico y catastrófico de este siglo. Todo se amontona y pierde su significado.
La lección de ‘Amén’ no es una crónica, es el prodigio de la memoria poética. Recuerda la desolación interna ese año y medio que se atravesó como “un luto en la luz / y luto en la tiniebla… / Y en los espacios sin nadie / que coloniza el vacío”.
La lección de ‘Amén’ no es una crónica, es el prodigio de la memoria poética. Recuerda la desolación interna ese año y medio que se atravesó como “un luto en la luz / y luto en la tiniebla… / Y en los espacios sin nadie / que coloniza el vacío”.
Cercano a la filosofía, Natanael en la ruta de Heidegger pregona hacer lírico el pensamiento. Más allá de los contornos externos, sociales, políticos y económicos, fue una ‘humanización’ de la humanidad entera, que tal vez no ha servido sino para la amnesia y la negación.
Esa experiencia global aquí interioriza los espacios que en realidad eran la habitación de todos, de sus estertores, incertidumbres y deseos: “Que pueda yo morir / personalmente / por la espina de la rosa / clavada en el centro de la sangre”. Del tiempo, aquel flujo atrapante y huidizo, donde “todos los relojes se congelan, mientras arrecian los segundos y resuena la nada”, la nada diaria extendiéndose en un presente detenido y palpitante.
Fue un encierro colectivo en el cual la peste abrió su boca universal, “la de ojos insaciables… y llovió la muerte toda / en nuestra noche”. El silencio, aquel rapto de la voz, “esa catedral de los callados”… que como recuerda el poeta, “todo cobra más sentido sin palabras”.
El mundo se desorbitó, los animales caminaron a sus anchas y nosotros enjaulados temíamos a la mirada o a un beso mientras las mascarillas cubrían las afrentas del alma. Un verso delata la más lúcida realidad: vivíamos en esa “breve existencia ilimitada”, y con eco rilkeano la poesía huye del centro de las esferas y “la belleza que es dolorosa o serena, guadaña los cuerpos en los quicios”. Natanael toma el amén del latín, que significa examen, del cual no sabemos sus resultados.
ALFONSO CARVAJAL