“No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no vale la pena de ser vivida equivale a responder a la cuestión fundamental de la filosofía.” Así inicia Albert Camus uno de sus ensayos célebres. Si bien ese es un dilema filosófico y teórico, el cual a lo mejor muchos hemos tenido, el problema surge cuando esto se convierte en una cuestión práctica.
Hace unos pocos días, una médica residente del programa de cirugía general de la Pontificia Universidad Javeriana se suicidó. No sé cuáles fueron las circunstancias de lo ocurrido. Tampoco puedo declarar con certeza que haya una asociación directa entre su programa académico y su decisión. No me corresponde ese rol de investigador. Pero me atrevo a escribir estas líneas porque yo también soy residente de una especialidad médico-quirúrgica en otra universidad de Bogotá.
Para quienes no están familiarizados, el médico residente es aquel que ya se graduó como médico general y está estudiando y trabajando para convertirse en especialista. Para el momento de iniciar la especialización ya hemos completado mínimo 6 años de estudio. La gran mayoría habrán ejercido la medicina general durante algunos años. Anualmente los programas académicos abren pocos cupos con una muy alta demanda, para los cuales hay un proceso de selección que incluye exámenes teóricos y prácticos, entrevistas y la evaluación de la hoja de vida.
Una vez siendo médicos residentes nos sometemos a largas jornadas laborales y de estudio, caracterizadas por un alto nivel de exigencia académica y, en ocasiones, un bajo nivel de paciencia y respeto. No es un proceso fácil pero es el que muchos elegimos al asumir que nos permitirá tener una mejor vida.
Los maltratadores que se crucen con estas palabras probablemente se burlarán, nuevamente, de mi generación. Ya tenemos claro que ustedes eran unos “berracos”.
¿Qué ocurre entonces cuando esa mejor vida nunca llega, pues el proceso es tan arduo y desgarrador que la mejor opción es abandonar ese sueño académico? Peor aún… ¿qué pasa cuando no solo se abandona el sueño académico, sino que además se abandonan todos los otros sueños que uno pudo llegar a tener? Y esto aplica para cualquier etapa del proceso formativo. Antes que estudiantes, médicos generales, médicos rurales, médicos residentes o médicos especialistas, somos personas.
¿Por qué un sueño académico se convierte en un catalizador del suicidio? No lo sé. Es una pregunta muy difícil de responder. Me limito a mencionar algunas cosas que he entendido en mi proceso.
Se aprende mejor siendo feliz. Recuerdo aquella vez que un gran profesor y cirujano de piso pélvico me enseñó un sistema de clasificación de los prolapsos de órganos pélvicos con papel y lápiz, un café en la mano y una sonrisa en la cara. También recuerdo con miedo cuando otro cirujano de piso pélvico, al preguntarle una duda puntual durante una cirugía, me respondió con una mirada desafiante y los siguientes gritos: “¡Usted debería saber eso! ¡Ve… usted no sabe nada!” Esto no fue un hecho aislado; es solo uno de muchos ejemplos que podría incluir aquí. Dejo a su criterio establecer de cuál cirujano me llevo más enseñanzas, tanto en lo académico como en lo personal.
También sé que no hay vergüenza en buscar ayuda. Muchos residentes asistimos a psicoterapia y esto debe dejar de ser un tabú. La psicoterapia no es para “los locos” (aunque seamos sinceros… todos tenemos cierto grado de locura). En mi caso, la psicoterapia fue un espacio de desahogo y comprensión que me permitió liberar el estrés de una forma saludable. Y cuando la terapia no funcionó, acudí a mis padres y a mis amigos. Y cuando esto no funcionó, acudí a la escritura y el dibujo. Y cuando esto tampoco funcionó, acudí al deporte. Pero nunca dejé de buscar ayuda. Reconozco que no ha sido un camino fácil. En ocasiones deseé estar enfermo para poder incapacitarme. Después, cuando la enfermedad llegaba, la felicidad era inmensa, pues prefería estar unos días postrado en mi cama, con fiebre, escalofríos y vómito, que ir una hora al hospital. Mi salud mental a expensas de mi salud física. No abandono mi sueño académico, pero el aprendizaje jamás debería ser así.
Actualmente las redes sociales están inundadas con ejemplos del maltrato que viven a diario los médicos residentes. ¿Cuántas catástrofes van a ser necesarias para que los individuos maltratadores aprendan a ejercer con respeto su rol de educadores? ¿Cuántas catástrofes van a ser necesarias para que las instituciones dejen de proteger a esos individuos maltratadores?
Sé que cambiar esta realidad no es fácil. Los maltratadores que se crucen con estas palabras probablemente se burlarán, nuevamente, de mi generación. Ya tenemos claro que ustedes eran unos “berracos”. Ya tenemos claro que en su época todo era más difícil y peor. Pero quedarse estancado en ese discurso es quedarse estancado en el pasado. Un pasado que aún tiene terribles consecuencias en el presente. A todos esos “berracos” les prometo algo. Lo único que me han enseñado es que jamás seré como ustedes. Jamás caeré tan bajo. Al final, su maltrato no nos hará mejores especialistas. Solo entorpecerá el proceso y en algunos casos evitará que alcancemos nuestros objetivos.
Hace cuatro años, al graduarme de médico general, escribí unas palabras para mis compañeros de grado. Incluyo aquí un fragmento de ese discurso ya que hoy adquiere mayor validez: “[…] procuraré ser el médico que cree en la felicidad y decencia como principal método de aprendizaje, y no en el miedo y la humillación.” Hoy prefiero dirigirme a todo el personal de salud, pues el maltrato no discrimina profesiones ni rangos. De nosotros como individuos depende acabar con este tipo de conductas. Seamos quienes impulsan sueños, no quienes los apagan.